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Computación

Un amigo con inteligencia artificial mejor que la de 'Ella'

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La ayudante automatizada de la nueva película de Spike Jonze no es realista. Pero si los interlocutores informatizados se diseñan con cuidado, podrían convertirnos en mejores personas

  • por Greg Egan | traducido por Lía Moya
  • 28 Enero, 2014

En la película Ella, que está nominada al Oscar a la Mejor Película este año, un escritor de mediana edad llamado Theodore Twombly instala y rápidamente se enamora de un sistema operativo con inteligencia artificial que se bautiza a sí misma como Samantha.

Samantha no tiene nada que ver con la falsa "inteligencia artificial" de Google Now o Siri: es inequívocamente igual de consciente que un humano. El guionista y director de la película, Spike Jonze, parte de esta premisa para lograr objetivos limitados y prosaicos, así que la cinta se arrastra por un valle extraño, no es creíble ni como una realidad en el futuro cercano, ni tiene el atrevimiento filosófico suficiente como para que suspendamos nuestras creencias. En cualquier caso, Ella nos hace formularnos preguntas sobre cómo se relacionarán los humanos con los ordenadores. Twombly está atravesando una dolorosa separación de su mujer, ¿será Samantha capaz de hacerle sentirse mejor?

La conciencia de Samantha no refleja la tendencia en ayudantes automatizados en el mundo real, que van en una dirección muy distinta. Hacer que los ayudantes personales se dediquen a charlar, mucho menos a flirtear, sería un tremendo desperdicio de recursos y a la mayoría de la gente le parecería igual de irritante que el infame Microsoft Clippy.

Pero eso no significa necesariamente que estas cualidades no serían bienvenidas en un contexto diferente. Cuando a los residentes en asilos que sufren demencia se les invita a establecer relaciones con cachorros de focas robóticos, y un número cada vez mayor de enfermedades mentales se están tratando con diálogos automatizados y sesiones de terapia, sólo es cuestión de tiempo que alguien intente crear una aplicación que ayude a la gente a superar la soledad común. Imagina que llegamos a un punto en el que sea posible sentirse auténticamente relacionado con una pieza de software en una conversación. ¿Qué significaría eso para los participantes humanos?

Puede que esta perspectiva parezca absurda o repugnante. Pero ya hay quien se consuela con la inmersión en la vida de personajes de ficción. Y aunque me da de todo cuando oigo a alguien decir que "mi mejor amiga de pequeña era Elizabeth Bennet -protagonista de la novela Orgullo y Prejuicio de Jane Austin-", nadie dirá que esto demuestre la existencia de una ilusión psicótica. A lo largo de los dos últimos siglos, la percepción generalizada de la lectura de novelas ha pasado por todo el espectro: consideradas en un punto como una amenaza para la moral pública, se han acabado convirtiendo en una insignia de empatía y sofisticación emocional. Ya no se escuchan argumentos que defienden que la ficción está acabando con el tiempo, la energía y los recursos emocionales que los lectores que deberían dedicar a las relaciones humanas reales.

Claro que los personajes de las novelas de Jane Austen no pueden intercambiar opiniones con el lector (y otra pregunta sería si sería una farsa que pudieran), pero yo no estoy hablando de personajes que "cobran vida", ni siquiera de personajes en un juego capaces de tener un diálogo más realista con los jugadores humanos. Un interlocutor de software -un "IS"- necesitaría algún tipo de pasado inventado y una "vida" propia, pero estos elementos no tienen por qué escogerse de un gran arco dramático. Por sobrecogedor que resulte observar a un barón de la droga egoísta atrapado en una espiral de muerte, o a Raskolnikov arrastrado sin querer hacia la idea que su creador tiene de la redención, el IS ideal sería más como un corresponsal, viviendo una vida normal libre de grandes maquinaciones inventadas por un autor, pero preparado para debatir sobre cualquier cosa, desde lo mundano hasta lo metafísico.

Hay trampas evidentes que evitar. Sería desastroso que el usuario cayera realmente en una ilusión de humanidad, aunque, la mayoría conseguimos distinguir la realidad de otras formas de ficción. Un IS que se pudiera usar para dar vida a fantasías patológicas de relaciones abusivas, sería venenoso. Pero uno que se plantara ante intentos de manipularlo o meterle miedo, podría hacer algún bien incluso. 

El arte de la conversación, de escuchar atentamente y sopesar cada respuesta, no es un don universal, igual que cualquier otra habilidad. Si uno pudiera refinar sus habilidades conversadoras gracias a un ordenador, descubriendo sus fortalezas y debilidades al mismo tiempo que disfruta de una conversación con un personaje que no deja de ser interesante a pesar de no existir, podría dar lugar a mejores conversaciones con los demás humanos.

Pero esta quizá sea una imagen demasiado optimista por dónde va el mercado: el conocimiento de uno mismo quizá no sea el mejor argumento de venta. El lado oscuro que Ella no llega a contemplar en ningún momento, a pesar de dar un paso breve e inconsistente en esa dirección, es que algún día quizá entreguemos nuestro corazón a una voz en un auricular, sólo para acabar destrozados por la realidad de que hemos estado entregando nuestras emociones al vacío.

Greg Egan, un programador que vive en Australia, ha escrito varias obras premiadas de ciencia ficción. Su cuento “Zero for Conduct” está incluido en la antología de MIT Technology Review, Twelve Tomorrows.

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