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Tecnología y Sociedad

Lecciones de Yoda sobre la impresión 3D

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Las impresoras 3D baratas dirigidas a los consumidores domésticos son juguetes, no las fábricas del futuro.

  • por Jessica Leber | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 09 Enero, 2013

¿Habrá algún día fábricas de sobremesa en todos los hogares? Eso es lo que creen los entusiastas de la tecnología de impresión en 3D.

Para averiguar la probabilidad de que estas predicciones se hagan realidad, asistí a una clase de impresión en 3D en la sede de TechShop en San Francisco (Estados Unidos), un taller de manitas y diseñadores. Allí me entretuve esperando ver aparecer una figurita de Yoda, el personaje de la Guerra de las Galaxias, hecha a partir de un carrete de plástico verde fluorescente barato del tamaño de la palma de la mano.

Desafortunadamente, la impresora 3D del aula, un modelo de sobremesa fabricado por Delta Micro Factory, una empresa con sede en Pekín (China), se comportaba de forma caprichosa. A pesar de que el profesor había cambiado algunas partes hacía poco, era ya su quinto intento por demostrar cómo podíamos imprimir a Yoda partiendo de un archivo que se había descargado de Internet. Cuando se hubo acumulado un nido de hilos de material termoplástico a medio derretir en la plataforma de la impresora, admitió que este Yoda no estaba destinado a existir.

Las empresas de fabricación y diseño ya hacen un potente uso de las impresoras 3D de gama alta para producir prototipos y componentes personalizados bajo demanda. Se dice que a continuación la impresión en 3D llegará al mercado de consumo masivo y quizá suponga un cambio económico radical cuando los consumidores dejen de comprar y empiecen a fabricar lo que necesitan.

El rápido aumento del número de impresoras 3D asequibles alienta estas predicciones. El ejemplar de invierno de 2013 de la revista Make, una publicación para aficionados, enumera 15 modelos distintos y los precios empiezan en torno a los 500 dólares (unos 380 euros). El director de MakerBot, una empresa que acaba de abrir una lujosa tienda en Manhattan donde se venden impresoras 3D de 2.199 dólares (unos 1.650 euros), ha afirmado que esta tecnología es el principio “de la próxima revolución industrial”.

Muchos aficionados al bricolaje creen que la tecnología pasará a ser de uso generalizado a pesar de que están de acuerdo en que los modelos actuales tienen importantes limitaciones. “¿Alguien que viera los grandes ordenadores centrales o el primer Apple diría: ‘Habrá uno de estos en cada casa’? No”, afirma Andrew Rutter, antiguo ingeniero de luz y sonido que ha fundado una start-upType A Machines, para empezar a fabricar y vender una impresora 3D personal. Pero tanto él como otros esperan que estas impresoras despeguen como lo hicieron los ordenadores personales.

El término ’impresión en 3D’, acuñado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (EE.UU.) a mediados de la década de 1990, describe una serie de métodos que varían mucho en cuanto a precio, complejidad y capacidad. Las impresoras 3D industriales de gama alta cuestan por encima de los 75.000 dólares (unos 57.000 euros) y algunas pueden crear objetos a partir de materiales que van desde el acero hasta la cerámica.

La mayoría de los modelos de consumo usan un proceso relativamente sencillo denominado modelado por deposición fundida, inventado y patentado a finales de la década de 1980 por S. Scott Crump, cofundador de la empresa de impresión industrial en 3D Stratasys. En las impresoras, igual que en las pistolas de pegamento caliente, un trozo de plástico especial se derrite y es dispensado por una boquilla. Mientras unos engranajes guían la boquilla arriba, abajo y alrededor de una plataforma, el plástico se deposita en capas que se endurecen y va tomando forma un objeto tridimensional.

El gran inconveniente para los consumidores es que las impresoras 3D aún son difíciles de usar y lo que pueden fabricar está muy limitado. Los objetos que producen no solo son bastante toscos, sino también pequeños, ya que el material termoplástico se combaría a escalas mayores. Es más, los termoplásticos son precisamente el tipo de material barato y quebradizo que tanta gente odia. El hardware requiere calibraciones precisas que pondrán a prueba la paciencia de muchos usuarios y manejar el software es significativamente más complicado que darle al botón de imprimir en un documento de Word.

Otro problema: una vez que te has fabricado una funda para el iPhone y un busto de Yoda, ¿qué otras cosas hay que merezca la pena fabricar? La respuesta no es del todo evidente, sostiene Eric Wilhelm, fundador de Instructables, un catálogo en línea de tutoriales. Wilhem, que ha estado haciendo un seguimiento de los diseños 3D que se van creando, dice que la gran mayoría son modelos de cabezas, normalmente la del diseñador.

Las constricciones de la tecnología a escala doméstica explican por qué el último cambio en impresión en 3D para el mercado de consumo es una tendencia hacia la aparición de establecimientos especializados, como sucedió con las tiendas de fotocopias. El año pasado la tienda de materiales de oficina Staples dijo que probaría un servicio denominado “Staples 3D Fácil”: los clientes podrían enviar un diseño y pasar a recoger después el producto terminado. Otra empresa, Shapeways, ha inaugurado la tienda más grande de estas características, situada en la ciudad de Nueva York. Su objetivo es imprimir de tres a cinco millones de objetos al año en impresoras de alta gama, usando materiales como la cerámica, el acero inoxidable y la plata.

Según la calculadora en línea ofrecida por Shapeways , una versión de mi Yoda de plástico de 10 centímetros costaría unos 20 dólares (unos 15 euros) y los plazos de entrega serían de ocho a 14 días.

Como diría el antiguo jedi: “Encargar uno, no lo haré”.

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