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Tecnología y Sociedad

Business Report: Los cursos en línea presionan a las universidades del tercer mundo

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Cómo un profesor de El Salvador se ha convertido en defensor de los cursos en línea masivos en abierto, y por qué casi nadie le hace caso.

  • por Antonio Regalado | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 14 Noviembre, 2012

Cuando las más importantes universidades de Estados Unidos empezaron a ofrecer clases gratuitas por la Web este año, más de la mitad de los alumnos que se apuntaron estaban fuera de Estados Unidos. Veamos la historia de uno de ellos: Carlos Martínez, profesor de ingeniería eléctrica en la Universidad de El Salvador.

La primavera pasada Martínez se inscribió en una clase sobre circuitos electrónicos ofrecida por edX, la colaboración entre MIT y Harvard, financiada con 60 millones de dólares (unos 47 millones de euros), para emitir cursos en línea masivos en abierto (MOOC en sus siglas en inglés) a través de la Web. Le pareció una idea tan buena que emprendió viaje por todo El Salvador para convencer a otros de que se apuntaran al curso y lanzó un blog en inglés para documentar sus aventura como el primer “defensor de los MOOC” en su país. 

Es una aventura porque Martínez no recibe el apoyo de su universidad. Este otoño, por iniciativa propia, apuntó a 50 estudiantes –una décima parte de los estudiantes de ingeniería eléctrica de su facultad- a la clase de circuitos de edX. Como no le han adjudicado la enseñanza de esta asignatura, se comunica con los estudiantes vía Facebook y una vez a la semana monta un experimento en un pasillo para reforzar la clase.

“Soy como un animador”, explica Martínez. “Es bastante caótico. No hay obligación alguna. Ni título. Voy diciendo: ¿Qué tal vas? No te rindas. ¿En qué puedo ayudarte?”.

Pero lo que ha hecho ha sido desafiar a un sistema que él sostiene está anticuado y desconectado de la tecnología. “Quiero que entren nuevas ideas, subir el listón y cambiar el programa”, afirma Martínez que lleva enseñando en la facultad desde 1994.

La Universidad de El Salvador, situada en San Salvador, es la única universidad pública del país. Gasta 60 millones de dólares al  año (unos 47 millones de euros) para dar clases a 50.000 estudiantes y su presupuesto es tan ajustado que solo puede admitir a una tercera parte de los solicitantes. (Si comparamos, la Universidad de Michigan –EE.UU.-, que tiene un número de alumnos parecido, gasta 1.300 millones de dólares -unos 1.025 millones de euros-). El campus se cierra muy a menudo por manifestaciones para protestar por la falta de plazas. Los semestres no acaban a tiempo.

Martínez sostiene que la llegada de los MOOC está añadiendo más presión aún las “tremendas presiones” para mejorar la universidad. Y los primeros datos sobre las nuevas clases en la Web sugieren que pueden estar teniendo un impacto parecido en otros lugares. Coursera,  la empresa de MOOCs más grande que hay, informó en agosto de que, de su primer millón de usuarios, el 62 por ciento eran de fuera de Estados Unidos, encabezados por estudiantes de Brasil, India, China y Canadá.

Por ahora los estudiantes se están uniendo en torno a este tipo de clases de forma improvisada y local. Algunos usan tablones de anuncios en línea para fijar grupos de estudio en cafés en ciudades como Shanghái y Madrid. “Esperamos que la gente se agarre a estas clases y construya sobre ellas”, afirma Anant Agarwal, director de edX y el profesor cuya voz narra las clases de electrónica.  Se imagina incluso “colegios mayores educativos” surgiendo en el extranjero, donde un emprendedor podría cobrar comida y cama y quizá proporcionar un ayudante para echar una mano con los trabajos de clase.

En varios casos han sido profesores emprendedores quienes han tomado la iniciativa. Tony Hyun Kim, estudiante universitario estadounidense, usó edX la primavera pasada para enseñar a estudiantes de instituto en Ulán Bator, la capital de Mongolia.  Una docena superaron el curso. Cuando se enteró, la Universidad Nacional de Mongolia envió a varios decanos a visitar el despacho de Agarwal en edX en Cambridge, Massachusetts (EE.UU.).

Aunque los MOOCs pueden suponer una oportunidad de mejorar la educación en regiones pobres, también son una importante amenaza para los malos profesores y las instituciones débiles. Sebastian Thrun, el jefe de i+D en Google que también lleva la start-up educativa Udacity, ha predicho que dentro de 50 años pueden quedar solo 10 universidades impartiendo clases de educación superior.

Eso es algo que preocupa a algunos académicos. Jason Lane y Kevin Kinser, dos profesores de estudios educativos avisaron en la revista Chronicle of Higher Education de una inminente McDonaldización” de la educación superior: que en todas partes se sirva exactamente lo mismo.

Martínez, que es profesor de comunicación inalámbrica y telefonía por Internet no es de la misma opinión. A lo largo de los últimos 20 años, afirma Martínez, las clases de ingeniería eléctrica de su universidad “se han creado una muy mala reputación”. Los estudiantes se quedan atascados y los profesores no ayudan. Solo un 7 por ciento de los alumnos llegan a licenciarse, y quienes lo hacen tardan una media de nueve años, casi el doble de lo que deberían.

Un problema son los temarios desfasados. Martínez afirma que la informática se sigue enseñando usando el modelo de desarrollo en cascada, un enfoque de programación de la época de las tarjetas perforadas. “Aquí un estudiante de informática se pasa los seis primeros meses en la universidad haciendo diagramas de flujo, porque es como se hacía en la década de 1970 en El Salvador, cuando no teníamos ordenadores para trabajar”, afirma. Los MOOCs, por el contrario, enseñan una nueva técnica conocida como desarrollo ágil de software en clases como la CS169. 1 de edX, que se centra en cómo se crean programas basados en la Web, como Gmail.

Martínez ha estado haciendo campaña entre los profesores para conseguir que se apunten a un MOOC. Afirma que, por ahora, sus ideas han sido recibidas con “mucha frialdad, mucha distancia”.

“Intento explicarles que el mundo ha evolucionado y que hay que hacer las cosas de otra manera”, afirma Martínez. “Los profesores más jóvenes serán capaces de enfrentarse al cambio. En el caso de los mayores, creo que es imposible”.

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