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Computación

Adaptarse a la automatización

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Dos de nuestros artículos de esta semana exploran, desde distintos ángulos, el papel de los humanos en un mundo automatizado.

  • por Jason Pontin | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 24 Junio, 2013

Mientras esperamos la llegada de la paz perpetua anunciada por Immanuel Kant, habrá guerras; y si hay ocasiones en las que al presidente de Estados Unidos no le quede más remedio que defender lo malo frente a lo peor, quizá sea mejor que haga la guerra con aviones no tripulados, conocidos como drones.

Para los políticos meticulosos y cautos, los ataques con drones resultan muy atractivos. Producen menos bajas civiles que otras formas de guerra aérea porque la munición es pequeña y precisa. Comparadas con cualquier despliegue de tropas, incluso con lo que los militares denominan con cierto eufemismo “acción directa” (el tipo de operación de fuerzas especiales que mató a Osama Bin Laden), los ataques con drones implican un coste y un riesgo muy bajos.

Esto explica por qué los drones se han convertido en "la tecnología preferida para los asesinatos dirigidos en la guerra global contra el terror", según asegura Fred Kaplan en un artículo que publicamos mañana. Son un arma específica de Estados Unidos. A pesar de que en la actualidad muchos países usan aviones no tripulados para llevar a cabo labores de vigilancia, solo Estados Unidos tiene la combinación de tecnología para recabar inteligencia y fijar objetivos que sirve para matar a una persona concreta o tipo de persona en cualquier lugar, en cualquier momento.

El feroz rechazo que sienten los críticos por "este tipo de guerra arrogante", escribe Kaplan, es la reacción habitual, histórica, a cualquier arma nueva capaz de matar a distancia. La gente sintió lo mismo cuando la Fuerza Aérea Británica bombardeó las ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, admite Kaplan, los drones son diferentes. Un aspecto en el que son diferentes es que son tan fáciles de usar que los comandantes están ordenando ataques alegremente en partes del mundo donde Estados Unidos no se encuentra en guerra. El efecto sobre es lamentable, por supuesto. Los monopolios, sobre todo el del uso de la violencia, corrompen a quienes los disfrutan. Pero además es posible que ataques de los aviones no tripulados posean un valor estratégico desdeñable. Hay una futilidad agotadora en todo el asunto: cuando un drone elimina al número 3 de Al-Qaeda; afirma Kaplan, siempre hay un número 4 dispuesto a ocupar su lugar.

El desarrollo de los drones debería recordarnos que los avances tecnológicos no son lo mismo que el progreso (un hecho que se suele olvidar, al menos los tecnólogos). En otro reportaje que MIT Technology Review publica mañana, David Rotman explica cómo los robots, la automatización y el software han aumentado la productividad de Estados Unidos al mismo tiempo que ha caído el empleo. Algunos economistas creen que el cambio tecnológico ha estado "destruyendo puestos de trabajo más rápido de lo que los crea, contribuyendo al...  aumento de la desigualdad". Rotman concluye que los economistas no saben si la separación de la productividad del empleo es permanente; pero afirma que "resulta difícil ignorar que la tecnología está ampliando la brecha de ingresos entre los que las dominan y todos los demás".

Los drones y la automatización dejan a los humanos en el perímetro de actividades en las que antes eran los actores principales.  Ambos autores sugieren que el hecho de que el avance de las máquinas en la guerra y el trabajo sea una cuestión progresiva, depende menos de las propias tecnologías que de cómo escogemos reaccionar y adaptarnos a nuestras capacidades recién adquiridas. Kaplan detesta el uso encubierto de drones  por parte de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y le gustaría que los vuelos formaran parte de las operaciones militares normales, restringidas legalmente, que lleva a cabo el Departamento de Defensa. Un economista citado por Rotman, quien cree que la economía realmente puede haber cambiado, afirma que nuestra capacidad para recuperarnos dependerá de que seamos capaces de reconocer el problema y tomar medidas, por ejemplo invertir más en la formación y educación de los trabajadores.

Ambos insisten en que debemos pensar en cómo queremos usar las nuevas tecnologías y no ser usados por ellas. Pero escríbeme a jason.pontin@technologyreview.com y cuéntame lo que piensas tú.

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