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Tecnología y Sociedad

Los OMG son verdes

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Los cultivos modificados genéticamente permitirán prácticas agrícolas más próximas a los ideales del movimiento orgánico

  • por Jason Pontin | traducido por Lía Moya
  • 19 Diciembre, 2013

Yo me crié en una granja en la costa norte de California en la década de 1970. Había sido una especie de comuna y cuando mis padres la compraron, los hippies siguieron allí como empleados y el sitio mantuvo el estilo de la contracultura. El almanaque de la granja era el catálogo Whole Earth, de Stewart Brand, con sus herramientas e ideas para el movimiento de vuelta a las raíces.

Mi padre, que trabajaba en San Francisco (EEUU), pretendía que la granja fuera un lugar de escapada para el fin de semana, como una casa de campo inglesa; pero mi madre quería vivir allí y cultivar cosas. Criábamos  aves de caza para los restaurantes de San Francisco. Había tres huertos y una zona de frutales. Todo era estrictamente orgánico.

Excepto que no lo era, evidentemente. Ya a mediados de los años 70, lo que se llamaba “orgánico” era condicional: si cumplías varios estándares establecidos por la asociación de marketing industrial, eras un granjero orgánico, aunque esos estándares estaban muy lejos de los métodos naturales imaginados por los fundadores de la agricultura orgánica. En los huertos, intentamos usar otros insectos para el control de plagas, pero nada funcionó hasta que no pulverizamos con Bacillus thuringiensis (Bt), una bacteria que se suele usar como pesticida en los cultivos orgánicos. Comprábamos fertilizantes con emulsiones de pez, que funcionaban mejor que la bosta y el compost de la granja. Como criábamos aves, empezamos alimentándolas con maíz partido sin adulterar, pero no crecían lo suficiente como para poder venderlas y muy pronto íbamos al almacén de Santa Rosa Feed and Game cada mes para comprar alimento para aves con certificación orgánica, cuyo listado de ingredientes extra (incluyendo vitaminas y toda una serie de proteínas y aminoácidos), en el lateral de los sacos era más largo que la mano de un niño.

Salvo en zonas muy pobres, toda la agricultura es así: es industrial. Y lo es porque incluso a los granjeros orgánicos les asustan las plagas y enfermedades capaces de destruir una cosecha o una nidada, y no piensan más que en aumentar la productividad de su tierra.

Como sostiene el redactor de MIT Technology Review, David Rotman en "Por qué necesitaremos alimentos modificados genéticamente", las preocupaciones de los agricultores empiezan a ser más agudas. La revolución verde aumentó la productividad de las cosechas al introducir más variedades de cultivos". Pero en la última década, los aumentos parecen haberse frenado. El rendimiento de las cosechas de trigo, por ejemplo, crece aproximadamente a un 1% anual; tendría que crecer a un 2% anual para poder hacer frente a la demanda a largo plazo. Los expertos en agricultura avisan de que la productividad también tendrá que mejorar para otros cultivos si queremos alimentar a una población cada vez mayor, y el ascenso de las temperaturas y otros efectos del cambio climático harán que esto sea más difícil de lograr".

Afortunadamente, según explica Rotman, los últimos avances en genómica, en biología molecular y las nuevas herramientas de ingeniería genética permiten a los genetistas editar el ADN de las plantas, haciendo cambios justo donde quieren en los cromosomas para producir las características deseadas. Las nuevas tecnologías son muchísimo más sofisticadas que las técnicas transgénicas usadas en las primeras cosechas modificadas genéticamente, en las que genes de una especie se trasferían a otra, como se insertaron los genes de la Bt que expresan una toxina venenosa para las plagas en el maíz y la soja. Con algo de suerte podremos aumentar la productividad de las cosechas lo suficiente para alimentar a los nueve mil millones de personas que vivirán en 2050, y diseñar cosechas capaces de soportar el calor, la sequía y los nuevos patrones de enfermedades de las plantas.

Pero para eso tendremos que aceptar los alimentos modificados genéticamente. En la actualidad, la mayoría del maíz y la soja modificados que se cultivan sirven para alimentar a animales o se dedican a la fabricación de biocombustibles. No se cultiva ninguna variedad modificada genéticamente de arroz, trigo o patatas a gran escala, aunque necesitaremos estos cultivos para alimentar al mundo. Pero, mientras que ahora los científicos comprenden cómo cambiar características de las plantas, solo las grandes empresas pueden permitirse el gasto que supone desarrollar organismos modificados genéticamente, y estas empresas han rehuido de modificar el trigo, el arroz, las patatas y las verduras porque temen que los consumidores rechacen los resultados.

Quizá el nuevo orden de los OMG, en el que los genetistas de plantas aceleren el trabajo tradicional de los granjeros, le parecerá menos raro a los consumidores que los cultivos transgénicos actuales. Quizá, también, las nuevas cosechas parecerán más verdes: OMG de alta productividad, resistentes a las enfermedades permitirán a los granjeros usar menos pesticidas y fertilizantes, algo más fiel al auténtico ideal de lo orgánico. En los años 70, si mi madre y yo hubiéramos podido elegir no bañar nuestras verduras con productos químicos, lo habríamos hecho.

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