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La tecnología convierte la luz en arte

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Durante casi medio siglo, James Turrell ha creado espacios y estructuras basadas en la iluminación

  • por Martin Gayford | traducido por Lía Moya
  • 23 Abril, 2014

Imagina un cuadro de Mark Rothko transformado en una película. En un espacio detrás de un panel de cristal, borrosas nubes de color se metamorfosean lentamente de una configuración a la siguiente. Quizá aparezca un bloque dorado en un campo de carmín y se expanda lentamente, como el amanecer, inundando de luz toda la zona. Por los bordes aparece un filo de verde y se extiende casi imperceptiblemente, cambiando y modulándose a su vez. Y así sucesivamente. Esto es lo que se experimenta al observar las obras que componen las series Tall Glass y Wide Glass de James Turrell, algunas de las cuales se exhiben en la Galería Pace de Londres (Reino Unido9 y en el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles (LACMA, EEUU).

Estas son sólo dos de la extraordinaria serie de exposiciones simultáneas de Turrell abiertas al público en 2013 y principios de 2014, entre las que se incluyen eventos montados por el Museo Guggenheim de Nueva York y el Museo de Bellas Artes de Houston (ambos en EEUU).

Durante casi medio siglo Turrell, que ahora tiene 71 años, ha creado arte innovador partiendo de los elementos más básicos: la luz, el espacio y el tiempo. Las piezas que se incluyen en las series Tall Glass y Wide Glass consisten en aberturas rectangulares en una pared, tapadas a veces por la superficie curva de un cristal escarchado; detrás se esconde una pantalla de LED controlados digitalmente.

En el año 2011, cuando le pedí a Turrell que escogiera una obra de arte del pasado para hablar sobre ella, escogió Amanecer con un barco entre dos promontorios (1835–40) de Joseph Mallord William Turner. Entre los artistas que le inspiraron de joven se incluyen los pintores abstractos Rothko, Barnett Newman y Ad Reinhardt. A la tradición representada por esos artistas, Turrell añade nuevas dimensiones (en un sentido bastante literal). Existe un espacio real detrás del cristal y sus obras se despliegan en el tiempo en una forma que Turner, por ejemplo, sólo podía sugerir.

Esta traducción de la pintura en luz podría estar relacionada con la forma en que Turrell entró en contacto con el arte de niño en Pasadena, California. "En la costa oeste, donde me crié", me contó, "los únicos cuadros que veíamos eran en diapositivas". Dado que por aquel entonces no había demasiados museos en California, se gestó en él la idea de que el arte no consiste en pintura y lienzos, sino en espacio y luz. 

Que es de lo que están hechas muchas de sus obras, algunas de las cuales parecen ocupar el espacio como una escultura, mientras que otras cubren una superficie plana, como una foto. Para alguien acostumbrado a ver arte abstracto, el resultado puede resultar muy engañoso. Durante una exhibición en el Museo Whitney de Nueva York en 1980, varias personas intentaron apoyarse en lo que les parecía una pared de color, pero que en realidad era una superficie creada por el artista exclusivamente mediante la luz. (Una mujer se rompió el brazo y demandó a Turrell). Para el artista, el aspecto más doloroso del incidente (como le contó a Wil Hylton en el periódico The New York Times) fue la sensación de que "se podría decir que he fracasado en algún nivel".

Apani

Apani, 2011
Vista de la instalación "ILLUMInations"
en la Bienal de Venecia, 2011

Turrell no intenta crear una ilusión. Defiende algo más profundo: "Que la luz puede contener un volumen y tener una superficie". Su momento de revelación -cuando se convirtió en artista- llegó en 1966, siendo estudiante en la Universidad de California. Un día estaba leyendo un ensayo de Michael Fried sobre una polémica en torno al el arte minimalista. La queja del autor era que las obras de artistas como Donald Judd tenían un aspecto fino, insustancial, como diapositivas. Turrell gritó "¡Eso es, ya lo tengo!"

Turrell se dio cuenta de que la obra de arte se podía hacer exclusivamente con luz. Sus primeras obras (una de las cuales, Afrum White, 1966, se exhibe en el LACMA) consistían en un rectángulo luminoso proyectado sobre la esquina de una sala. El efecto es casi como el de una aparición. Parece que hay un cubo flotante que brilla, con dos caras pegadas a las paredes de la sala, el resto suspendido en el espacio. Tardas un rato en darte cuenta de que es una escultura geométrica desmaterializada.

Saluda a la luz

Esta duplicidad es definitoria de la obra de Turrell: es a la vez absolutamente natural y completamente sobrenatural. Y a la vez ambas características están entroncadas con su biografía. Antes de dedicarse al arte, Turrell estudió matemáticas y la psicología de la percepción en Pomona College, en California. En la actualidad sigue usando la luz como un medio artístico al tiempo que piensa en ella como un científico y la ama por sí misma. "La cualidad física de la luz es increíble", exclamó mientras hablábamos, en una rapsodia a su medio (y sujeto). "Nos puede quemar; la bebemos como vitamina D. Es algo que comemos. Sin exposición a la luz solar nos da un trastorno afectivo estacional".

Desde el principio de su carrera, el interés de Turrell por transformar la luz en arte le condujo a investigar nuestros mecanismos de visión. En 1968 y 1969, junto con otro artista, Robert Irwin y un psicólogo perceptual, Edward Wortz, llevó a cabo una serie de experimentos en el marco del programa de Arte y Tecnología del LACMA.

Parte de las investigaciones hechas por Turrell en aquellos años tenían que ver con el efecto Ganzfeld. Este fenómeno, cuyo nombre deriva de la palabra en alemán para "campo completo" lo describió por primera vez el psicólogo Wolfgang Metzger (1899–1979), quien se dio cuenta de que observar un campo de color indiferenciado produce cambios en la percepción e incluso alucinaciones. Lo que vemos afecta a cómo pensamos y sentimos, y ese es uno de los mensajes de Turrell. Pero el artista hace otra afirmación fundamental. Muchos aspectos de la realidad, como el color, son producto de nuestra percepción. Una subserie de su obra es "Ganzfeld Pieces", entornos en los que el observador se sumerge en un espacio de por luz monocroma. Breathing Light (2013), expuesta en el LACMA, consiste en  casi 500 metros cuadrados inundados por luz fluctuante lograda mediante LED programados digitalmente. Un entorno de este tipo no produce los efectos extremos observados por Metzger, pero es una experiencia a la vez desconcertante y maravillosa en la que te pierdes en un mar de azul o rojo. En algunas de estas piezas, el espectador que observa las paredes blancas de la galería a veces las ve verde, otras amarillo, dependiendo del cambio en los colores de la luz dentro del receptáculo.

Esto es la parte tecnológica de Turrell, pero evidentemente la luz es un símbolo profundo de la vida interior. Hablamos, casi sin saber a qué nos referimos, sobre la iluminación al comprender algo. La familia de Turrell era cuáquera. Y él recuerda a su abuela animándole a "entrar y acoger la luz" en las reuniones familiares. De mayor rechazó el cuaquerismo aunque después regresó a él en parte, pero durante todo ese tiempo la idea de la luz como una metáfora espiritual no le abandonó. En un cuadro de El Bosco, las almas benditas que suben al cielo lo hacen a través de un túnel de luz, representado por una serie de círculos luminosos menguantes. El efecto de ese cuadro que tiene 500 años es sorprendentemente parecido al de Aten Reign (2013), la majestuosa obra creada por Turrell el año pasado combinando LED y luz natural en la rotonda del Museo Guggenheim. En ese trabajo logró desmaterializar el interior de la obra maestra de Frank Lloyd Wright, transformando la forma circular del espacio central del edificio en lo que él describe como "una arquitectura de espacio creada con luz".

Trabajando en colaboración con un equipo de técnicos, Turrell creó una torre dentro de la arquitectura de Wright. Arrancaba a unos ocho metros sobre el suelo y se alzaba a través de cinco anillos elípticos concéntricos hasta el techo donde, bajo el lucernario, un material traslúcido permitía la entrada de luz natural. Simplemente el diseño de la estructura, suspendida del óculo superior, supuso un reto importante.

Cada una de las cinco capas de la torre cónica tenía, en el perímetro de su superficie superior, dos filas de luces LED variables de múltiples colores, más de mil unidades en total (proporcionadas por Philips Color Kinetics). La cantidad de unidades en cada capa la decidía las dimensiones del óvalo. Estas lámparas LED brillaban hacia arriba, llenando cada cámara cónica de la torre con una luz que mutaba lentamente. A cada una de estas unidades se le adjudicó su propio número de unidad dependiendo de su localización (una especie de dirección digital) para que el color y brillo emitidos por cada una se pudiera controlar individualmente o por secciones a través de habilitadores DMX. Todo el espectáculo se manejaba gracias a un programa digital creado por Turrell y su estudio. El resultado: sobre los espectadores colgaban elipses de luz que se alzaban hacia las alturas, cambiando lenta pero constantemente de tono e intensidad.

¡Mirad al cielo!

Esta estrategia, la de colocar a la luz en lugar destacado, no como medio para mirar otras cosas, sino por sí misma, es una que Turrell ha empleado en muchas de sus obras. Es la base, por ejemplo de sus numerosas instalaciones "skyspace" en todo el mundo. En cierto sentido, estas piezas no pueden ser más sencillas. Un profesor con inclinaciones artísticas de mi colegio británico, que tenía como una de sus labores menos agradecidas la de actuar de árbitro en las competiciones deportivas, una vez dejó clavados a un grupo de jugadores de fútbol al tocar el silbato y gritar: "¡Mirad, chicos! ¡Mirad al cielo!". Turrell nos pide lo mismo en sus "skyspaces", que consisten en una cámara de observación abierta al cielo. Un ejemplo destacado es One Accord (2000), que está en Houston, en la Live Oak Friends Meeting House, pero hay muchos más. Algunos son estructuras aisladas originales, otras son adaptaciones de edificios existentes.

Above Horizon 

Above Horizon, 1998
residencia Jim Goldstein,
Los Ángeles

Turrell hace algo más que enseñarnos el cielo; usa la iluminación dentro del espacio para influir en cómo vemos lo que hay fuera. Es un fenómeno conocido: si enciendes una luz en una habitación por la tarde cuando se está poniendo el sol, el exterior se vuelve más oscuro. Turrell usa grados de luz más sutiles para modular lo que uno ve, variando los efectos de un "skyspace" a otro. Los efectos más sorprendentes tienden a producirse al anochecer y al amanecer, cuando el cielo parece estar pintado sobre el techo, igual que uno de los cielos en los frescos habitados por angelitos en tantas iglesias barrocas.

La obra de Turrell consigue lo que suele lograr el mejor arte: obligarnos a prestar atención a una imagen que de otra forma ignoraríamos, que se nos escaparía, por ser demasiado familiar. Por eso, además de la luz, su otra herramienta es el tiempo. El programa completo de las piezas de Wide Glass dura alrededor de dos horas. El de las piezas de Tall Glass dura una hora y media. No hace falta ver toda la secuencia, pero es importante prestar atención durante el tiempo suficiente como para que ejerzan su efecto sobre ti.

Es frecuente que Turrell te haga pararte y mirar, y mirar, y mirar así. Es, a su manera, un miembro del movimiento "slow" que ha ido ganando fuerza en las últimas décadas, sobre todo en Europa, donde ha florecido una campaña a favor de la comida lenta y donde el libro de Sten Nadolny El descubrimiento de la lentitud (1983) lleva muchos años siendo un éxito de ventas. Turrell es uno de los principales exponentes del arte lento. Los minutos se convierten fácilmente en horas si te sientas frente a una de sus piezas de la serie Wide Glass. Muchas de sus obras exigen este compromiso por parte del espectador; y dado que están tan dispersas y muchas veces en lugares remotos, simplemente viajar para verlas llevaría mucho más tiempo. Para ver sus instalaciones permanentes más importantes, el aficionado a Turrell tendría que ir a la Península del Yucatán en México, donde se instaló hace poco Agua de Luz (2012) dentro de una pirámide Maya; y a Colomé, en Argentina, donde se encuentra la colección permanente más importante de su obra en el Museo James Turrell.

La obra maestra de Turrell, que aunque sólo sea por su escala es la obra de arte más ambiciosa de finales del siglo XX y principios del XXI, sigue inacabada tras 40 años de trabajo. Lleva trabajando desde mediados de la década de 1970 en el Painted Desert de Arizona, a dos horas de coche de la ciudad de Flagstaff, para transformar el cráter Roden, un volcán extinto, en un "observatorio sin telescopio".

Roden Crater, comenzada 1972
Vista de “cerradura” con escaleras
Painted Desert, Arizona

El proyecto, que aún está a medias, no está abierto al público. Alberga una gran abertura circular hacia el cielo circunscrita por el borde del propio cráter y crea la ilusión (desde el punto de vista de alguien que esté dentro del cráter) de una bóveda celestial. Bajo la superficie hay numerosas aberturas y cámaras que se configuran para dar lugar a vistas celestiales concretas. Un túnel se alinea con el solsticio de verano e invierno y, dos veces al año, durante apenas dos minutos, funciona como una cámara oscura, proyectando una imagen clara del sol sobre las paredes de "un espacio de sol y luna". Un segundo túnel proyecta una imagen de la luna, incluyendo sus cráteres en el espacio (pero sólo cada 18,61 años, cuando la luna alcanza su mayor declinación septentrional). Turrell conecta esta gigantesca empresa explícitamente con monumentos neolíticos como Maes Howe en las Órcadas y Newgrange en Irlanda, donde la luz del amanecer entra por un pasadizo sólo en determinados días del año (el artista consultó sobre los aspectos astronómicos al director del Observatorio Griffith, E.C. Krupp, entre otros). Al peguntarle sobre qué estaba haciendo en Roden, Turrell explica, "En este escenario creado por el tiempo geológico, quería crear espacios que enlazaran los eventos celestiales con la luz para que los espacios interpretaran una 'música de las esferas' en la luz".

En el cráter de Roden se ha construido un albergue para que en el futuro los visitantes puedan quedarse a pasar la noche y experimentar fenómenos como el amanecer, el atardecer y el cielo estrellado (Turrell me recomendó que hiciera lo propio con su "skyspace" en Kielder, Northumberland, en el remoto norte de Inglaterra: quédate en un pub, asiste a la puesta de sol, cena, levántate pronto para pillar el amanecer).

Igual que otros artistas de su generación, el escultor británico Richard Long, por ejemplo, Turrell tiene afinidades con el minimalismo de la década de 1960 y también con algunas de las estructuras más antiguas creadas por el hombre. Sin embargo, el aspecto único de su mejor obra es cómo se coloca en el cruce entre el arte y la psicología, la física y el misticismo. Consigue evocar los numerosos significados de la luz a lo largo de los siglos, desde la Edad de Piedra hasta el romanticismo de Turner. Esto es lo que hace que merezca la pena invertir tiempo y esfuerzo para experimentar a Turrell.

El último libro de Martin Gayford es Michelangelo: His Epic Life (2013). Su último artículo para MIT Technology Review fue "La digitalización de los viejos medios produce nuevas formas artísticas"  (Noviembre/Diciembre 2012).

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