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Tecnología y Sociedad

El mejor medidor continuo y no invasivo de glucosa fracasó cuando debía triunfar

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Los sensores de C8 son los más capaces de medir la glucosa sin dolor, pero una serie de incidentes impidó su éxito

  • por Susan Young Rojahn | traducido por Lía Moya
  • 24 Julio, 2014

 












En el gráfico se observan las aplicaciones de salud móvil más populares, empezando por el seguimiento del ejercicio con dispositivos portables que miden unas pocas variables, usados por muchos millones de usuarios; pasando por el autoseguimiento por los pacientes de una cantidad de variables mayor con dispositivos caseros pero un menor número de usuarios mensuales; hasta todas las variables que miden los equipos médicos pero que tienen u número mucho menor de usuarios.

En octubre de 2011 Paul Zygielbaum estaba atrapado en una reunión de trabajo cuando empezó a sentirse mal. En aquel momento Zygielbaum, que tiene  diabetes tipo 2, era el director ejecutivo de una start-up llamada C8 Medisensors, que estaba desarrollando un monitor de glucosa conectado a un smartphone. Sospechaba que su nivel de glucosa en sangre estaba cayendo. Atrapado en una reunión y rodeado de bollería y caramelos, se metió uno de estos en la boca y sacó su teléfono que mostraba la lectura recibida por vía inalámbrica del monitor C8 que tenía pegado al abdomen. El teléfono confirmó que su nivel de glucosa estaba por debajo de lo normal. Según iba haciendo efecto el azúcar de la sangre, "veía cómo subía mi nivel de glucosa en el teléfono", recuerda C8 Zygielbaum.

El resto de la reunión se dio cuenta. "No estaban preocupados por mí", explica. "Estaban alucinados por la tecnología". Uno de ellos, un inversor llamado Wade Randlett observaba mientras Zygielbaum mostraba los resultados a otro de los asistentes a la reunión y "me quedé tan impresionado que acabé firmando un cheque", recuerda Randlett.

C8 Medisensors se enfrentaba a un problema complicado que venía de largo: crear una forma práctica y discreta de que los diabéticos hagan un seguimiento continuo de sus niveles de azúcar sin tener que extraer sangre.

Era un reto tecnológico en el que unas 70 empresas ya habían fracasado, explica Zygielbaum, pero en el momento de su improvisada demostración en la sala de reuniones, parecía que C8 había dado con la solución. La empresa contaba con más de 60 millones de dólares (unos 44 millones de euros) en financiación de inversores entre los que se contaban GE Capital, GE Healthcare e inversores privados, y se iba a montar una instalación de fabricación en San José (Costa Rica). Un año después, en octubre de 2012, la Unión Europea aprobó la venta de su sistema. Parecía que estaba a punto de salir al mercado y la empresa empezó a aceptar reservas a través de su página web.

Pero antes de que acabase ese invierno, el impresionante recorrido de C8 llegaría a su fin. La tecnología era buena pero había que mejorarla un poco más debido a inconsistencias en la fabricación. La empresa necesitaba más dinero, puede que unos 15 millones de dólares (unos 11 millones de euros) para resolver esos problemas, según Zygielbaum. Pero C8 no pudo recaudarlos.

Sin ese dinero, C8 se hundió, cerrando sus puertas en febrero de 2013. Era la demostración viva de que hace falta que muchos factores distintos, tecnológicos, financieros y humanos, encajen perfectamente para que una start-up salga adelante en el campo de la salud móvil.

Este no era el fin que los fundadores de C8 imaginaron diez años antes, después de fundar la compañía tras probar ideas en un laboratorio láser construido en el jardín de uno de los cofundadores, Robert McNamara. McNamara y Jan Lipson, dos de los antiguos compañeros de piso de Zygielbaum en el Instituto Tecnológico de California (EEUU) se pusieron en contacto con él para ver si podía ayudarles. En aquel momento Zygielbaum, que contaba con una ingeniería mecánica y un MBA, estaba tratándose un cáncer, pero la idea de crear una forma no invasiva de seguir los niveles de glucosa era tan atractiva, que se apuntó como cofundador.

El monitor de glucosa ideal evitaría tener que romper la piel, evitando el dolor y el riesgo de infecciones. También proporcionaría mediciones casi continuas y automáticas, para que el seguimiento de los niveles de azúcar en sangre fuera menos intrusivo y encajara mejor con las necesidades de los diabéticos insulinodependientes, que tienen que hacer un seguimiento muy controlado de su glucosa.

Las opciones existentes ahora mismo para comprobar estos niveles son poco prácticas e incómodas. La más habitual implica pincharse un dedo y colocar una pequeña gota de sangre a una tira de prueba, que lee un medidor de glucosa. Aunque son muy precisas, estas mediciones sólo hacen un retrato intermitente de los niveles de glucosa, niveles que varían constantemente a lo largo de día. Los pacientes también tienen la opción de llevar un monitor continuo de glucosa, que tiene un sensor en forma de aguja insertado bajo la piel y que suele ir enganchado aun dispositivo más grande pegado al cuerpo. Este tipo de monitores dan lecturas cada pocos minutos y ayudan a evitar los devastadores efectos de las subidas o bajadas repentinas del azúcar, pero son menos precisos que un análisis de sangre. En ambos sistemas son necesarias lecturas de gotas de sangre múltiples veces al día para calibrarlos.

El equipo de C8 pensó en usar una técnica de medida llamada espectroscopia Raman. Su dispositivo iría pegado al abdomen y lanzaría un haz de luz a la piel para medir los niveles de glucosa en el fluido que baña las células de la piel. Podría enviar las lecturas por vía inalámbrica a un smartphone para conseguir un registro prácticamente continuo de los cambios en los niveles de glucosa a lo largo del día.

El mercado potencial es enorme. En la actualidad, 382 millones de personas en todo el mundo sufren diabetes, según la Federación Internacional de la Diabetes. La empresa de investigación de mercados GlobalData calcula que el mercado mundial para el seguimiento de la glucosa era de 8.900 millones de dólares en 2010 (unos 6.500 millones de euros) y que podría llegar a los 12.200 millones de dólares (unos 8.900 millones de euros) en 2017.

Para poder competir en ese mercado primero C8 tenía que superar una serie de retos técnicos. "La glucosa es una molécula pequeña", explica el bioingeniero de la Universidad Johns Hopkins (EEUU) Ishan Barman, quien también está desarrollarando un monitor de glucosa no invasivo usando la espectroscopia Raman. "Hay muchos otros compuestos en el flujo sanguíneo que se encuentran en concentraciones mucho más altas", afirma. Y explica que dado que los sistemas no invasivos no prueban directamente la glucosa en la sangre, los cambios en sus lecturas pueden reducirse frente a las lecturas directas. Sin embargo, la medición no invasiva tiene ventajas. Como se puede tomar de forma casi continua, se puede usar para predecir si los niveles futuros de glucosa subirán o bajarán. La medición continua también proporciona un feedback inmediato respecto a la respuesta del cuerpo a los tratamientos.

Desarrollar el software para traducir la espectrografías en niveles de glucosa es complicado, explica Barman. Dado que la luz que usa la espectroscopia Raman no penetra a demasiada profundidad, el sistema calcula los niveles de glucosa en sangre basándose en los niveles de glucosa en la piel y ese cálculo puede variar de una persona a otra, afirma.

Esa variación entre usuarios, e incluso entre distintos puntos de la piel de cada usuario, resultó ser el mayor reto para C8. Algunos problemas derivaron de la variabilidad en la fabricación, explica Zygielbaum. Y cómo se colocaba el dispositivo en la piel también podía alterar las lecturas.

Añadidos a esos desafíos técnicos hubo toda una serie de desgracias personales increíbles. Uno de los fundadores, Jan Lipson, murió en un accidente de bicicleta en 2010, justo cuando un grupo de voluntarios estaba probando los primeros prototipos de la versión en miniatura definitiva. La progresión del cáncer de Zygielbaum se ralentizó pero después volvió a acelerarse, la causa probable de que desarrollara diabetes. Zygielbaum tuvo que estar de baja en medio de la última ronda de recaudación de fondos para conseguir los 15 millones de dólares, y su sustituto murió en un accidente de hockey apenas cinco semanas después.

"Eso desanimó a los inversores", afirma Zygielbaum.

Incluso en la mejor de las circunstancias, financiar el desarrollo de un nuevo dispositivo médico es difícil, explica el director financiero de C8 durante sus últimos dos años y medio, Fred Toney. "Uno de los motivos por los que la comunidad de inversores de capital riesgo se ha ido apartando cada vez más de la financiación de empresas privadas de dispositivos médicos es que son difíciles y exigen mucho capital", explica.

Cuando C8 cerró, la tecnología se vendió a un pequeño fondo de inversores privados que sigue desarrollándola, explica Toney. "Ya sea para medir la glucosa o para otras cosas, es una tecnología que llegará al mercado", afirma.

Hubo diabéticos que siguieron muy de cerca los progresos de C8. "Si hubiera sido los suficientemente preciso, creo que mucha gente se habría apuntado a comprar el producto de C8", sostiene el bloguero Mike Kendall, a quien se le diagnosticó diabetes tipo 1 en 1991 y que escribe un blog popular sobre cómo es su vida con la enfermedad. "Yo lo habría hecho seguro".

Otros continúan persiguiendo el sueño de un monitor de glucosa continuo sin agujas. Una empresa israelí llamada Integrity Applications tiene intención de empezar a vender este año en Europa su sistema GlucoTrack, que detecta la glucosa usando medidas ultrasónicas, electromagnéticas y termales a través de una pinza colocada en la oreja. El equipo de Barman también está empezando a probar su sistema. A pesar de la caída de C8, Barman cree que este campo ha hecho avances impresionantes. "Creo que hay muchas más esperanzas que hace diez años", afirma.

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