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Tecnología y Sociedad

La guía inconformista para inversores

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El nuevo libro de Peter Thiel tiene consejos inspiradores pero no es realista cuando habla de la verdadera procedencia de la tecnología

  • por Jon Gertner | traducido por Francisco Reyes
  • 09 Octubre, 2014

¿El inversor de tecnología Peter Thiel es brillante, o simplemente extraño? Desde luego trabaja duro. Desde que cofundó PayPal en 1998, Thiel ha estado involucrado en algunas de las empresas de tecnología más importantes e inesperadas de nuestra era. Su éxito lo ha convertido en una presencia oracular en Silicon Valley (EEUU).

Es famoso por llevar la contraria, y parece deleitarse en decir o hacer lo inesperado, aun a riesgo de quedar en ridículo. Cada año su organización sin fines de lucro ofrece a varios estudiantes universitarios 100.000 dólares (79.000 euros) para que abandonen las clases e intenten montar una arriesgada start-up. Se ha autodeclarado no sólo contra los impuestos, sino contra "la ideología de la inevitabilidad de la muerte". Y cuando el Instituto Seasteading, un grupo utópico que intenta construir ciudades flotantes para poder escapar de las intrusiones del gobierno, buscaba financiación hace unos años Thiel les dio hasta medio millón de dólares (395.000 euros).

Si uno quisiera emular el éxito de Peter Thiel, ¿valdría con sólo llevarle la contraria a todo el mundo? Su nuevo libro, una versión pulida de algunas conferencias que dio en Stanford (EEUU) para aspirantes a emprendedor en 2012, sugiere que existe un credo conocido como Thielismo. Sus teorías sobre qué hace que una empresa de tecnología sea buena, o sobre cómo estas empresas pueden mejorar la sociedad, son al mismo tiempo descaradas, razonadas y precisas; el desafío consiste en separar la verdad de otro tipo de verdad más basada en el instinto. Thiel diagnostica con perspicacia los fallos de la tecnología actual (ver la entrevista), pero los remedios que sugiere son cuestionables.

Según Thiel, la mayoría de start-up financiadas por sus compañeros inversores de Silicon Valley no deberían existir. Todos los futuros emprendedores, sugiere, se deberían hacer una pregunta simple y fundamental: "¿Qué valiosa empresa no está creando nadie?" Si no tienen una respuesta, deberían dedicarse a otra cosa.

A Thiel no le interesa financiar emprendedores que intenten construir un negocio que vaya a vencer a la competencia; de hecho, él cree que es precisamente la competencia lo que toda empresa debe evitar. El verdadero objetivo de cada start-up es llegar a ser un monopolio, una empresa tan dominante en su ámbito tecnológico que pueda dar a los inversores enormes beneficios financieros y tener dinero de sobra para intensos procesos de I+D que puedan asegurar su viabilidad a largo plazo. Google, según Thiel, es un práctico ejemplo. Los beneficios de dominar el negocio de las búsquedas en internet desde la década de 2000 le han permitido diversificarse hacia la computación en la nube, los dispositivos móviles y la robótica. Según Thiel, este tipo de supremacía dentro del mercado ofrece beneficios no sólo a los inversores: las empresas que crean monopolios y utilizan las ganancias para innovar, como ha hecho Google, son verdaderamente valiosas para la sociedad. "Los monopolios conducen al progreso", escribe, llevando la contraria como de costumbre. "La promesa de años o incluso décadas de beneficios procedentes de un monopolio ofrece un potente incentivo para la innovación".

Lo que dice es interesante, al menos como fuente de debate. Tengamos en cuenta que la infraestructura de comunicaciones actual está construida mayormente en base a innovaciones (el transistor, UNIX, la transmisión de señales digitales) procedentes de AT&T, el monopolio telefónico de Estados Unidos durante la mayor parte del siglo XX. Para probar lo contrario podríamos fijarnos en Microsoft, ejemplo de compañía poderosa que ha usado la intimidación y la cuota de mercado para limitar las opciones de los consumidores sin crear innovaciones de magnitud comparable. En cualquier caso, a Thiel parece molestarle que muchos economistas se centren en los peligros de los monopolios sin tener en cuenta sus beneficios potenciales. En su cosmología, simplemente están equivocados. Su fe en las fuerzas paliativas del mercado le hace creer que incluso una empresa dominante (como Microsoft) con el tiempo se verá eclipsada por una empresa joven y más creativa (como Google). Nos promete que el capitalismo tiene la costumbre de corregir los errores tecnológicos con el tiempo.

Thiel no habla sobre la búsqueda de financiación para la ciencia básica o la ingeniería, a pesar de que son la base de todo Silicon Valley.

La idea de Thiel sobre los monopolios es una buena demostración de cómo toma las viejas historias de negocios que llevan circulando por Silicon Valley durante años, como la de que siempre hay que crear una tecnología que sea 10 veces mejor que una ya existente, o buscar "efectos de red" que aumenten el valor del producto a medida que más personas lo utilicen, y hace que parezcan historias nuevas. A veces dice cosas muy interesantes simplemente negando lo que se considera como sabiduría heredada. Por ejemplo aconseja a los emprendedores no buscar la "ventaja del primer movimiento" de la que tan a menudo se habla en los círculos de negocios de tecnología. "Es mucho mejor ser el último en moverse", asegura. "Haz el último gran desarrollo en un mercado específico y disfruta de años o incluso décadas de los beneficios del monopolio".

Cualquier aspirante a fundador de Silicon Valley debería considerar el consejo de Thiel. Conoce bien la cultura de las start-up de California y tiene una mente interesante. Tampoco hay que olvidar que ha ganado más de mil millones de dólares jugando a este juego.

Lo que está menos claro es si sus ideas tienen demasiado que ofrecernos al resto de nosotros. Thiel lleva planteando una pregunta enorme desde hace unos cuantos años: ¿Cómo podemos evitar un futuro sombrío con recursos agotados, degradación ambiental, desempleo masivo y estancamiento tecnológico? Él cree que la respuesta es una nueva ola de start-up que alcancen el tamaño de Microsoft, Google y Amazon, pero que asuman problemas más grandes, como curar el cáncer o proporcionar energía limpia y barata. Afirma que actualmente no estamos haciendo progresos en estos aspectos porque como sociedad somos menos ambiciosos.

Pero, de hecho, estamos progresando en cuanto a los problemas de la civilización. El constante poder del incrementalismo es despreciado por los capitalistas de riesgo, que saben que nunca les dará grandes recompensas. Pero nos da una trayectoria hacia la energía solar barata y muchas otras tecnologías que según Thiel, y con mucha razón, necesitamos. Una gran cantidad de avances en la agricultura han logrado incrementar dramáticamente los rendimientos de los cultivos en todo el mundo. En el horizonte tenemos terapias contra el cáncer altamente dirigidas. Un estudio del microbioma abre una nueva frontera para la medicina personalizada. Además, la neurociencia nos está desvelando una visión fascinante del diseño de software y chips de ordenador. Quizás resulte decepcionante que aún no hayamos llegado a Marte, pero el amigo de Thiel, Elon Musk, está trabajando en ello.

Es una forma de ver las cosas ciertamente optimista. Y tal vez, durante nuestros momentos más oscuros, cuando un ser querido está enfermo y fuera del alcance de los tratamientos actuales, cuando reflexionamos sobre las capas de hielo derretidas o nuestra propia mortalidad (Thiel tiene 46 años), cuando nos preguntamos por qué todo el mundo en Silicon Valley quiere crear el próximo Uber cuando ya tenemos Uber, deberíamos dar a Thiel el reconocimiento que merece por animar a los tecnólogos a esforzarse más. Si hubiera más gurús como él podríamos reducir el número de emprendedores interesados en copiar otras aplicaciones en Silicon Valley, y atraer a nuevas legiones de gente con conocimientos en biotecnología y tecnología limpia.

Pero Thiel no resulta convincente al explicar cómo podríamos crear el tipo de avances que busca, tan grandes como una máquina de vapor. Parte del problema es que no tiene nada que decir sobre la búsqueda de financiación para la ciencia básica y la ingeniería, a pesar de que son la base de todas las empresas de tecnología de Silicon Valley y de la enorme fortuna de Thiel. Y hay otra cosa que tampoco funciona. La inversión en tecnología, incluso como parte de una visión filosófica más grande, no es lo mismo que planificar el futuro de una sociedad. Se trata de dar asesoramiento y financiación a los jóvenes, que tienden a ser brillantes, inmaduros y están hambrientos de dinero. Se trata de hacer apuestas inteligentes y calculadas que te hagan ganar un gran retorno financiero.

Thiel nunca te lo diría, pero invertir se trata sobre todo de proporcionar la materia prima con la que algunas de las empresas más grandes, sin mencionar a universidades y agencias gubernamentales como la NASA o la DARPA, trabajan para resolver problemas difíciles. Está claro que nuestro ecosistema de innovación no es perfecto, pero tiene una lógica establecida y una tasa de éxito probado. A veces una buena idea se siembra a través de fondos del gobierno: una subvención de la Fundación Nacional de la Ciencia de EEUU en 1994 llevó a los estudiantes de posgrado de Stanford, Larry Page y Sergey Brin a fundar Google. En otros casos, las ideas de una start-up sólo empiezan realmente a extenderse después de que la compañía sea adquirida por otra más grande. Buenos ejemplos de todo esto son las empresas de biotecnología que han sido compradas por gigantes farmacéuticos como Pfizer y Novartis. Las start-up que sabiamente se resisten a ser compradas, como Facebook o Google, por lo general no tienen mucho impacto hasta que se hacen mucho más grandes (tal y como Thiel reconoce en sus argumentos a favor de los monopolios). Tesla, que recibió un préstamo del gobierno de 465 millones de dólares (370 millones de euros) en sus comienzos, fabrica 35.000 coches eléctricos al año, lo que la hace interesante y exitosa. Tesla espera producir 100.000 vehículos eléctricos al año en 2016, lo que haría que la empresa fuera importante y transformadora.

Aunque el manifiesto de Thiel no contempla esta posibilidad, es discutible que grandes y lentas empresas burocráticas como IBM, GE, Intel, Boeing y Toyota hayan cambiado el mundo más que los advenedizos monopolios que defiende. Para ser justos con Thiel, podríamos reconocer que hubo un tiempo en que estas canosas empresas también eran start-up. Pero por difícil que sea de creer, la historia nos señala que el futuro a menudo comienza lejos, muy lejos de los bulliciosos garajes de Silicon Valley.

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