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Computación

'Apps' para alterar el aura de las imágenes

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Los filtros permiten hacer que una imagen actual parezca antigua para alcanzar nuevas atmósferas que evoquen el sentido de conexión con el pasado en quienes las ven

  • por A. D. Coleman | traducido por Francisco Reyes
  • 23 Diciembre, 2014

En 1977, en el Centro Internacional de Fotografía de Nueva York (EEUU), el difunto fotógrafo estadounidense William DeLappa exhibió una serie de imágenes en blanco y negro titulada Los retratos de Violet y Al. La colección de varias docenas de fotografías, inspirada en los personajes del título, parecía estar hecha por distintas personas desde finales de la década de 1940 hasta principios de la de 1960. La mayoría eran instantáneas, aunque una de ellas se parecía a una imagen de identificación hecha para algún propósito oficial.

Las imágenes describían un periodo de tiempo considerable. Violet y Al se conocieron y se casaron durante el servicio militar de él después de la Segunda Guerra Mundial. La pareja hizo amigos, visitó a sus familiares, celebró la navidad, y envejeció sin tener hijos. Los peinados, las modas, los motivos de decoración de interiores, el diseño de automóviles y arquitectura cambiaban. La impresiones de gelatina de DeLappa parecían pertenecer a un típico, incluso arquetípico, álbum de familia blanca americana de clase media. Nadie hubiera pensado poner en duda la autenticidad de la fotos en función de su fidelidad, ya que estaban validadas por un conjunto de pistas fotográficas convencionales.

Sin embargo todas eran falsas, hechas en el transcurso de un año a principios de la década de 1970, en localizaciones interiores y exteriores seleccionadas por DeLappa, utilizando accesorios y disfraces y usando a sus amigos y familiares para interpretar varios papeles. Las imágenes fueron impresas y envejecidas artificialmente por el fotógrafo, que había trabajado durante varios años en el taller de un restaurador de fotos y había aprendido todos los trucos del sector. La serie fue un virtuoso despliegue de artesanía subversivamente oculta. La maestría de DeLappa con los materiales y procesos resultaba evidente en su capacidad para duplicar convincentemente una notable variedad de imágenes coloquiales.

En aquel momento la mayoría de la gente pensó que era algo meramente excéntrico. A parte de mí, pocos críticos hablaron de ello. Hoy parece algo inintencionadamente profético. Sin embargo, al mismo tiempo ha perdido toda su potencia como provocación, puesto que con las imágenes creadas y transmitidas de forma digital casi todo el mundo puede hacer fácilmente lo que DeLappa logró tan laboriosamente de forma analógica.

Imágenes desgastadas

Desde hace algunos años tenemos acceso a aplicaciones que pueden reparar escaneados digitales de imágenes analógicas antiguas con signos de daño, ya sea por suciedad, pliegues o desvanecimiento global. Con estas herramientas puedes hacer que tus fotos viejas parezcan nuevas.

Al mismo tiempo, si pasas tiempo mirando selfies o ves fotos de teléfonos móviles publicadas en sitios como Flickr, Tumblr, o Pinterest, o te suscribes a varios feeds de Twitter, o visitas blogs de fotógrafos profesionales y aficionados, habrás notado que un gran número de nuevas imágenes digitales parecen viejas.

Cuando tomas imágenes digitales tú mismo, con el teléfono móvil, tableta o cámara digital, cada vez hay más sitios web y aplicaciones descargables que te permiten envejecer artificialmente las fotos, "desgastándolas" a propósito, tal y como diría un comerciante de antigüedades. Estas herramientas representan un cambio notable en nuestra relación cultural con la credibilidad de las imágenes fotográficas.


Este retrato de Violet de "Los retratos de Violet y Al" es el primero de una serie de 28 fotos de William DeLappa.

En su ensayo de 1936 La obra de arte en la época de la reproductibilidad mecánica, Walter Benjamin es recordado por proponer que "lo que se marchita en la era de la reproducción mecánica es el aura de la obra de arte". Para Benjamin, ese "aura" combina todos los aspectos de la presencia física de una obra de arte, que van desde las características singulares e irreproducibles de su elaboración original hasta los cortes y pátinas que evidencian su paso por el tiempo y su vida en el mundo material. La producción de copias hechas a máquina, de obras de arte, el tema principal de Benjamin, pero implícitamente de todo lo demás, desde muebles hasta utensilios de cocina, elimina la singularidad artesanal de los artefactos artesanales, argumentaba Benjamin. Por otro lado, la intercambiabilidad de todas las instancias de las copias hechas a máquina drenaba la posibilidad de resonancia de cualquiera de ellas.

Si Benjamin tuviera razón, entonces tu tienda de antigüedades local no te cobraría cientos de euros por una versión utilizable, aunque lejos de estar en perfecto estado, de una mesa de cocina de formica y sillas naugahyde de después de la Segunda Guerra Mundial. Una fiambrera en perfectas condiciones de Mickey Mouse de 1954 no valdría nada en eBay. Y, abriendo el álbum familiar cuando la visitas, tu madre no sacaría cuidadosamente el recorte de periódico amarillento que habla de tu victoria en el concurso de ortografía, ni pasaría los dedos con cariño sobre la foto descolorida del perro que tenías cuando eras pequeño.

Walter Benjamin estaba equivocado. El aura no se adhiere a determinados tipos de objetos creados de manera específica. En su lugar, los humanos atribuyen el aura a cualquier cosa que tenga resonancia emocional: sin duda a un retablo medieval tallado a mano con paciencia, pero también al wantán desecado que vi una vez en el Smithsonian en una exposición de descubrimientos arqueológicos en la China continental, un envejecido cenicero de cobre de la exposición mundial de 1933 de Chicago (EEUU), o una pelota de béisbol de la Serie Mundial atrapada en la tribuna del Estadio Kauffman de Kansas City (EEUU) el otoño pasado.

En la era electrónica, la época dorada de la radio, cine y televisión del siglo XX, nos llegaron pruebas convincentes de que el aura sintética sería suficiente para evocar el sentido de conexión con el pasado de un público. Si le damos un tono sepia a una escena contemporánea, el espectador salta en el tiempo hasta las décadas inmediatamente de antes o después de finales del siglo XIX. Si añadimos un poco de estática artificial y la aspereza de un megáfono a una voz en off grabada, pasamos a escuchar una retransmisión de noticias del periodo de la Depresión. Si le incorporamos el parpadeo, movimiento y distorsión de un viejo Motorola en blanco y negro, conseguimos un programa de televisión que podría haberse emitido después de una teleserie de 1950.

Resulta que copiar el aura puede funcionar como un potenciador del sabor. Puesto que cada vez contamos con más herramientas sofisticadas de simulación, hoy día es necesaria la experiencia de un experto para notar la diferencia entre aura auténtica y artificial.

A medida que las tecnologías de comunicación se vuelven obsoletas pasan a ser provocadoras de aura, capaces de desencadenar nuestro sentido del paso del tiempo tal y como lo representan esas herramientas ahora anticuadas. Más importante aún, transmiten el aspecto relicario de los medios de codificación que nos hacen llegar el contenido de aquellas épocas. Puede que te encuentres los dispositivos reales desplegados como decoración en restaurantes temáticos de época, pero pocas personas (aparte de los coleccionistas) sienten nostálgica por los proyectores de películas y diapositivas del siglo pasado, las cámaras fijas, las radios, los televisores y los equipos hi-fi, en comparación con las multitudes que recuerdan con cariño la experiencia de sentarse en la típica sala de cine, o en sus salones, dormitorios o salas de estar, viendo o escuchando cualquier contenido de su gusto a través de esos sistemas.

De forma casi inmediata, Hollywood (y Madison Avenue) aprendieron a replicar esos efectos de forma convincente, dándonos una chispa de aura, por así decirlo, mientras prescindían totalmente de la autenticidad. Resulta que copiar el aura puede funcionar como un potenciador del sabor. Puesto que cada vez contamos con más herramientas sofisticadas de simulación, hoy día es necesaria la experiencia de un experto para notar la diferencia entre aura auténtica y artificial.

A la mayoría de la gente no le importa. La revolución digital ha hecho que añadir aura sintética sea tan sencillo como seleccionar una opción en un menú, como el "efecto Ken Burns" en iMovie. Tomemos, por ejemplo, el ruido de superficie de una grabación analógica de goma laca o vinilo. Ya no uso los discos de 45s, 78s y 33rpm que tengo, sino los archivos digitales importados en iTunes (preferiblemente sin pérdidas de datos). Pero recuerdo, no sin cierto cariño, la experiencia auditiva de los saltos o chirridos ocasionales en los discos de mi colección. Escucho con frecuencia una lista de reproducción digital que me he descargado de oscuros discos de jazz de los años 1930 y 40, pirateados por algún devoto de los 78s sin poner mucha atención a la limpieza. Parte del ambiente, y del placer sensorial, viene de esos chasquidos y crepitaciones superfluos y ciertamente no intencionados.

A veces también escucho la canción de Crash Test Dummies God Shuffled His Feet, una grabación completamente digital que incluye el ruido de superficie de un disco analógico como uno de sus elementos sonoros. Tienen matices distintos, pero desencadenan la misma memoria física de escuchar sonido grabado a través del principio de mis 50 años, y si aíslas los ruidos de superficie no podrías diferenciar una experiencia auditiva de la otra. (También hay aplicaciones para esto, como Vinyl, Real Record Player y VinylLove).

Durante algún tiempo seguirá habiendo coleccionistas de discos en goma laca y vinilo, y los audiófilos que sucumban a la tentación de estos formatos seguirán subsidiando la producción de nuevas grabaciones de edición limitada en vinilo, incluso si el mismo contenido se distribuye digitalmente. Algunos músicos todavía prefieren grabar en equipos analógicos. Del mismo modo, existe un mercado saludable para las impresiones fotográficas realizadas con gelatina de plata estándar y métodos de color "húmedos" o "químicos", e incluso un renacimiento pujante de los procesos alternativos anteriores: platino, cianotipo, ferrotipo, ambrotipo o daguerrotipo, cada uno con su propia apariencia distinta. Tampoco nos olvidemos de la lomografía, en la que sus devotos hacen negativos con variantes de una pequeña y barata cámara rusa de 35 milímetros. La fotografía, creada por una sencilla máquina y (al menos nominalmente) infinitamente reproducible, ejemplificaba para Benjamin "la decadencia contemporánea del aura".

El mercado en auge de "la fotografía vernácula", que ha hecho que colecciones de instantáneas entren en los museos para su exhibición y conservación, sin duda contradice esta tesis. Lo mismo ocurre con la avalancha de aplicaciones para añadir aura a imágenes digitales. Puedes hacer que tu selfie parezca una impresión de Polaroid SX-70, una Kodachrome saturada y brillante de la década de 1950, un retrato de fotomatón de la década de 1940, o una instantánea desgastada que alguien haya llevado en la cartera durante años. De hecho, puedes capturar el aspecto de cualquiera de las docenas o cientos de formas que las fotografías analógicas, especialmente las realizadas por aficionados, solían tener en sus mejores tiempos.

 

El uso de aplicaciones para modificar imágenes digitales representa un anhelo por conseguir el aspecto visual de formas de fotografía analógica anteriores.

Puede que en esto encontremos la tendencia hacia lo que Marshall McLuhan llamó nuestra relación de espejo retrovisor con los nuevos medios: lo primero que solemos hacer es imitar lo que reemplazan. Entonces, resulta lógico que cuando pasan al campo de la imagen digital, los usemos para reproducir el aspecto de fotos analógicas.

Sin embargo, la gran mayoría de gente que genera imágenes digitales de forma constante, que las alteraran de diversas formas, las publican en línea y las comparten con otras personas a través de las redes sociales, no me parecen tan sumidas en el pasado o que necesiten la reafirmación de ningún vínculo esqueumórfico con sus raíces analógicas para poder sentirse a gusto con el presente digital. La mayoría de ellos, en el mejor de los casos, tienen tenues raíces analógicas. Provienen de un sector demográfico abrumadoramente más joven, del cual el retrohipster y sus cohortes retrofuturistas constituyen sólo subsecciones. Un número cada vez mayor han crecido con la imagen digital como forma primaria de toma de decisiones de imagen en sus vidas. Muchos nunca han sostenido una cámara de cine o han expuesto un negativo, ni mucho menos han revelado un negativo o hecho copias. No le dan a sus imágenes digitales un estilo SX-70 porque les recuerde a las SX-70 que ellos o incluso sus padres hayan utilizado. Lo hacen porque le da a la imagen una cierta atmósfera. Y la siguiente la harán como un vídeo, y la convertirán en un gif animado, una forma puramente digital.

Era sintética

Este uso de aplicaciones para modificar imágenes digitales no representa una nostalgia háptica por el encuentro táctil con la fotografía como objeto. De ser así, el Impossible Project, que fabrica el equivalente actual a varias películas Polaroid, incluyendo los paquetes de película para cámaras SX-70, sería más popular. En su lugar, representa un anhelo por el aspecto visual de las formas analógicas anteriores, que se ha convertido en algo con significado en sí mismo.

En efecto, estas aplicaciones y sitios mejoran las imágenes digitales con una versión sucedánea del aura de Benjamin, para que cualquiera pueda superponer en cualquier imagen la simulación digital de su paso por el tiempo. Por lo tanto, el aura se convierte en un aditivo sintético. Aplicaciones gratuitas o de bajo coste como Instagram, Hipstamatic, Vintage Scene, Retro Camera Plus, Reflex, Pic Grunger, ShakeItPhoto y Pinhole HD (por no hablar de opciones comparables en aplicaciones de alta gama más sofisticadas para la gestión de imágenes como Photoshop) permiten que disfrutes de tus impulsos anacrónicos más salvajes.

De hecho, mediante el uso de cualquiera de ellas junto a la aplicación AgingBooth, puedes generar imágenes que van tanto hacia atrás como hacia adelante en el tiempo. AgingBooth es algo así como el quiosco ideado por la fotógrafa Nancy Burson, que a partir de 1976, en colaboración con varios programadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (EEUU), desarrolló los primeros algoritmos de software que permitían una aproximación del aspecto de los individuos a medida que envejecían.

La fotografía analógica tal y como la conocemos permitía a los profesionales capacitados mezclar realidad y ficción. La imagen digital da esas mismas facultades al fotógrafo aficionado.

En 1990, Burson y su equipo exhibieron una versión interactiva de la Máquina de la Edad que habían estado desarrollando a lo largo de la década de 1980. Te sentabas en un quiosco frente a un monitor monocromo, pulsabas un botón y ¡voilá!, el programa añadía 25 años a tu aspecto actual, creando lo que Burson denominaba como "predicción". No podías guardar el archivo, o enviarlo a ninguna parte, ni incluso imprimirlo. Pero tuve la oportunidad de probarlo en el Festival de Fotografía de Arles en el año 2000 (por aquel entonces la máquina se había convertido en un objeto vintage en sí misma), y la experiencia, aunque momentánea, fue bastante potente.

AgingBooth te permite crear este tipo de imágenes en cualquier incremento que selecciones, no sólo de 25 años. Puedes guardar los archivos y luego hacer lo que quieras con ellos. Esto significa que puedes hacerte un retrato de tu evolución en 2050 y luego, usando la aplicación Vintage Scene antes mencionada (que puede hacer que tus fotos parezcan como si fueron tomadas en distintas épocas, hasta llegar al nacimiento de la fotografía), puedes ver tu aspecto como octogenario en 1850. La fotografía analógica tal y como la hemos conocido en sus primeros 150 años permitía a los profesionales capacitados mezclar realidad y ficción. La imagen digital da esas mismas facultades al fotógrafo aficionado. Como resultado, el servicio de la fotografía como vehículo para la fantasía hoy día está al mismo nivel que su función como sistema de grabación, y puede que lo sustituya. No hemos hecho nada más que empezar a ajustar nuestras suposiciones culturales sobre la fotografía para poder mantener el ritmo.

A.D. Coleman es un conocido crítico internacional de fotografía y arte basado en la fotografía.

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