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ARI LILOAN

Tecnología y Sociedad

Las redes sociales, arma de doble filo para los activistas LGTBI en Malasia

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Estar 'online' puede ayudar a las personas a conectarse y organizarse en este conservador país musulmán. También aumenta el riesgo de censura, vigilancia y ataques

  • por Megan Tatum | traducido por Ana Milutinovic
  • 01 Julio, 2022

Nur Sajat Kamaruzzaman ha sido una figura pública en Malasia durante más de una década. Con una belleza clásica, pelo largo y oscuro y un cuerpo al estilo de Marilyn Monroe, ha conseguido cientos de miles de seguidores en Instagram con sus imágenes impecables, campañas de publicidad y citas inspiradoras. Nacida en Selangor, un estado próspero en la costa oeste de Malasia, esta mujer de 37 años participó en concursos internacionales de belleza, tuvo pequeños papeles como actriz y lanzó su propia marca de productos de belleza.

Pero como mujer trans que vive en la conservadora Malasia islámica, su popularidad online, y las oportunidades que ésta le brindaba, crecieron en paralelo con los riesgos.

Al principio, hubo una cascada de horribles abusos online. Luego acusaciones ridículas: la culparon del brote de la COVID-19 en Malasia por realizar el umrah, la peregrinación que hacen los musulmanes a La Meca en Arabia Saudita. Los detalles de sus documentos personales, incluido su pasaporte, carné de conducir y certificado de nacimiento, circularon online. Recibió amenazas de muerte. Los ministros del Gobierno la instaron abiertamente a "volver al camino correcto".

Y luego, en enero de 2021, las cosas se pusieron aún peor. Antes de ser arrestada y acusada oficialmente de "insultar al Islam" por parte de los oficiales de JAIS, el Ministerio de Asuntos Religiosos de Selangor, la mujer afirma que al menos tres hombres la golpearon, empujaron y manosearon delante de sus preocupados padres. ¿Su crimen? Haberse puesto un traje tradicional femenino en una ceremonia religiosa privada, años atrás.

La mujer decidió que era hora de huir. En vez de asistir a una audiencia judicial el 23 de febrero, esta madre de dos hijos dejó a su familia y se subió a un avión destino Bangkok (Tailandia), donde se dirigió inmediatamente al personal de la Organización Internacional para las Migraciones de la ONU en busca de ayuda. Las autoridades de Malasia siguieron con su persecución y, según los informes, convencieron a las autoridades de inmigración tailandesas de que la detuvieran después de una redada en el piso donde se alojaba con unos amigos. Rápidamente fue puesta en libertad bajo fianza y se marchó de Tailandia al mes siguiente. Fue entonces cuando comenzó a sentirse segura: "En cuanto llegué a Australia sentí que pertenecía ahí, porque me aceptaron como ser humano, como mujer y como la persona que soy", afirma.

Aunque la historia de Nur Sajat es la más destacada, y con diferencia, es solo una de muchas que ilustran cómo las plataformas online se han convertido en un arma de doble filo para las comunidades LGBTQ de Malasia.

Por un lado, han creado valiosísimas oportunidades para que las personas LGBTQ se conecten, se comuniquen y defiendan sus derechos. Al mismo tiempo, su participación online las deja expuestas a la censura, a la vigilancia y a los ataques de quienes ven a estas florecientes comunidades como un intento de socavar los valores musulmanes conservadores y desviar a Malasia "del camino correcto".

La población de Malasia es bastante multicultural, con una mezcla de etnias malaya, china e india. Pero una corriente conservadora del Islam sigue siendo tanto la religión dominante como una importante fuerza cultural, que da forma a la política y las normas que dictan la vida de los ciudadanos LGBTQ del país. Las relaciones entre las personas del mismo sexo, por ejemplo, siguen siendo punibles con latigazos y hasta 20 años de prisión según una ley que se remonta al período en el que Malasia era una colonia británica y que sigue activa: se utilizó para procesar al líder de la oposición Anwar Ibrahim hace apenas seis años.

Un muy citado estudio del Centro de Investigación Pew, realizado en 2013, estimaba que solo el 9% de los malasios creen que la sociedad deba aceptar la homosexualidad. Los activistas mantienen que esa actitud está cambiando, pero muchos malayos aún ocultan su sexualidad o identidad de género y viven con temor de a ser descubiertos.

En este contexto, los espacios online han brindado refugio. Una activista de Kuala Lumpur, también en Malasia, recuerda la creación de un sitio web de la comunidad queer a finales de los 90, como un punto de inflexión de la penetración de internet en el país. "En ese momento, internet era algo muy reciente, por lo que era realmente seguro tener un espacio comunitario online", recuerda la mujer.

El sitio actuó como un tablón de anuncios, publicitando eventos locales y grupos y permitiendo que las personas se conectaran. En los años siguientes surgieron otras plataformas, como Purple Lab, que proporcionó un foro para mujeres queer y personas no binarias, y el colorido Queer Lapis, un sitio web que combina artículos de opinión y noticias con recursos e incluso recetas. Aparecieron pequeños grupos comunitarios en Myspace y comenzaron los debates en Reddit y en los primeros sitios de citas online.

"Luego llegó Facebook", señala, con una sonrisa, Gavin Chow, cofundador y presidente de la organización LGBTQ People Like Us Hang Out (PLUHO). Al crecer en una familia china en Malasia, Chow recuerda que se sentía doblemente distanciado en el país en el que vivía. Además de ser gay, Chow recuerda un fuerte sentido de autocontención cultural entre los malasios chinos. De niño, no hablaba inglés ni malayo y seguía casi exclusivamente los medios de comunicación de Taiwán, Hong Kong y China.

En la escuela, recuerda acceder a recursos relacionados con LGBTQ solo mientras investigaba los materiales antes de un debate sobre si el matrimonio entre las personas del mismo sexo debería legalizarse. Pero con la llegada de Facebook, cuenta Chow, "comencé a poner 'me gusta' a las cosas, y el algoritmo me llevó a las personas que podría conocer, y me di cuenta de que podía conectarme, por ejemplo, con una persona gay en Taiwán. Así empecé a usar las redes sociales y los espacios online para explorar mi propia sexualidad". 

Después de pasar un año estudiando en Reino Unido, donde amplió esa exposición online usando las apps como Grindr, Chow regresó con mucha más energía para asumir un papel activo en el creciente movimiento LGBTQ en su país de origen. Chow y sus amigos fundaron PLUHO en 2016. Empezó como un colectivo social que organizaba eventos offline para transformarse rápidamente en una voz activa online para los derechos, recursos y servicios LGBTQ, mediante Facebook, Twitter, e Instagram.

A través de esta creciente presencia online, PLUHO y otras organizaciones compartían identificadores en las redes sociales, publicaban blogs y despertaban interés en los ataques continuos contra la comunidad LGBTQ, a menudo con gran éxito. Tras el arresto de 11 hombres en un evento privado en Selangor en 2018, ocho de los cuales fueron acusados posteriormente de tener relaciones sexuales "contra el orden de la naturaleza", varios grupos utilizaron sus plataformas online para recaudar 200.000 ringgit malasios (alrededor de 46.000 dólares o 43.530 euros) para dar asistencia legal de estos hombres. Además, buscaban voluntarios para ayudar a crear vídeos y artículos y publicarlos en las redes sociales, y reunían historias anónimas de los miembros de la comunidad LGBTQ. Cuando uno de los hombres presentó su caso más tarde ante el Tribunal Supremo del país, el cargo contra él fue considerado inconstitucional.

Estos espacios online han transformado el activismo LGBTQ en el país, según la responsable de programación para Malasia de la organización de derechos humanos Article 19, Nalini Elumalai. Hace quince años, el progreso era muy lento, limitado a distribuir folletos a mano y dar charlas a pequeños grupos. "Con las redes sociales solo tenemos que lanzar uno o dos e-banners o gráficos, y ya se puede empezar a educar a la gente. Como resultado, las comunidades LGBT ya ocupan su espacio para sí mismas. Hay muchas historias por ahí, y están surgiendo nuevas narrativas sobre los derechos LGBT", señala.

Pero las consecuencias de esa visibilidad no han sido del todo positivas. "El Gobierno se siente amenazado por eso", asegura Elumalai. "Les preocupa que este tipo de debate y esta conciencia les causen problemas para mantener sus propias narrativas".

Este doble papel de los espacios online para las comunidades LGBTQ, como una bendición y una maldición a la vez, no es exclusivo de Malasia. En la cercana Indonesia, los organismos de control de los derechos humanos también han informado un aumento notable en los ataques contra LGBTQ desde 2016, poco después de que el país experimentara una subida en la propiedad de teléfonos inteligentes y el uso de internet. Su ministro de defensa llegó a etiquetar el activismo LGBTQ como una guerra de poder más amenazante que una bomba nuclear. En Tailandia, Corea del Sur y China ha surgido una dinámica similar. Pero se ha amplificado en Malasia, que se convirtió en uno de los adoptadores de redes sociales más activos del mundo justo cuando se había afianzado una corriente más conservadora del Islam.

Un estudio de Pelangi Campaign, el grupo local de defensa de la comunidad LGBTQ, encontró que el 47 % de las personas que se identifican como LGBTQ en Malasia han sufrido acoso online, con chantaje, acecho y amenazas. Las mujeres trans se quejan de que sus fotos, detalles y documentos personales circulan online de manera rutinaria (algo conocido como "doxxing") junto con amenazas, burlas transfóbicas durante los directos y mensajes directos instándolas a morir.

Muchos ataques online contra los malasios LGBTQ comienzan con otros usuarios de las redes sociales (aunque algunos sospechan que los grupos políticos o religiosos pueden estar ayudando a coordinarlos Las amenazas individuales pueden escalar. Cuando una publicación o cuenta en las redes sociales se considera "insultante para el islam" y se informa a la policía, por ejemplo, la persona que la ha publicado puede ser objeto de vigilancia estatal, arresto y enjuiciamiento. Muchas de estas reacciones se llevan a cabo bajo los auspicios de la controvertida Ley de Multimedia y Comunicación, aprobada en 1998 que otorga a las autoridades amplios poderes para regular los medios y las comunicaciones en el país.

Uno de los activistas más destacados de Malasia, Numan Afifi, hizo su maleta, dejó su trabajo y huyó del país en julio de 2017, después de que el Gobierno amenazara con enjuiciarlo por organizar un evento LGBTQ. Pasó seis meses moviéndose entre seis países diferentes, a menudo durmiendo en sofás, sin ingresos y sin saber si iba a regresar. Recuerda que algunos bufetes de abogados le ofrecieron apoyo gratuito para solicitar asilo.

Pero antes de las elecciones de 2018, que muchos esperaban que fuera el inicio de un gobierno más progresista, Afifi volvió a casa. "Decidí volver con la fe en mi sueño de Malasia", tuiteó sobre ese período en 2019. "Todavía creo en ese sueño, para mí y para miles de niños homosexuales que luchan en nuestras escuelas y que eran como yo". ¿No se siente en peligro? "Sí, todo el tiempo", responde. "Pero hay que hacerlo porque la gente necesita nuestro servicio. Tengo que hacerlo".

Pakatan Harapan, la coalición que se creía que estaba en el extremo más progresista del espectro político, ganó las elecciones de mayo de 2018 en Malasia. Y al principio, dio señales de querer cumplir su promesa de priorizar las mejoras en derechos humanos, incluidos los derechos LGBTQ. Una semana después de la constitución del Gobierno, el propio Afifi fue designado como responsable de prensa por el ministro de Juventud y Deportes. En julio, el recién nombrado ministro de Asuntos Religiosos pidió acabar con la discriminación contra las personas LGBTQ en el trabajo, lo que se consideró una ruptura significativa con el statu quo. Pero en cuestión de meses hubo una serie de importantes retrocesos. Afifi dejó su puesto cuando creció la fuerte reacción pública negativa por el nombramiento de un activista LGBTQ. La policía allanó un club nocturno de Kuala Lumpur popular entre los hombres homosexuales. Dos mujeres fueron arrestadas y azotadas por "intentar tener sexo lésbico" en un coche.

Desde las elecciones de 2018, los activistas de derechos humanos han advertido sobre una preocupante erosión de los derechos humanos en el país, que se extiende más allá de las comunidades LGBTQ al trato de los migrantes y cuestiones más amplias de censura y libertad de expresión. En junio de 2021, durante el Mes del Orgullo, un grupo de trabajo del Gobierno incluso llegó a proponer ampliar la existente ley Sharia que ya permite tomar medidas contra quienes insultan al Islam, para apuntar específicamente a las personas que "promueven estilos de vida LGBT" online. "Las cosas simplemente han empeorado y mucho", confiesa un activista, que pidió permanecer en el anonimato por razones de seguridad. "No sé qué va a pasar".

A pesar de los riesgos, muchos activistas siguen firmes: si las plataformas online son el último campo de batalla por los derechos LGBTQ, ahí es exactamente donde se posicionarán.

En las organizaciones como la Fundación SEED dirigida por las personas trans en Kuala Lumpur, por ejemplo, se han contratado expertos para formar a los miembros sobre las complejidades de la ciberseguridad, enseñándoles cómo evitar que los dispositivos acaben rastreados, proteger las cuentas de las redes sociales para que no sean pirateadas y evitar que se rastreen los correos electrónicos.

Las autoridades de Malasia citan habitualmente sus poderes en virtud de la Sección 233 de la Ley de Multimedia y Comunicación para bloquear el acceso a sitios web, blogs privados y artículos de noticias. La ley permite que se elimine cualquier contenido que se considere "obsceno, indecente, falso, amenazante u ofensivo", una definición que se ha utilizado para censurar algunos sitios web LGBTQ internacionales, como Planet Romeo y Gay Star News. Aunque igualmente vulnerables, los sitios domésticos más pequeños hasta ahora han evitado este destino. Pero muchos siguen atentos a la seguridad digital. Una activista indica que el sitio en el que está involucrada sufre ataques cada seis meses. "Tenemos que pensar en la seguridad de back-end todo el tiempo, con evaluaciones de riesgo para todo lo que hacemos", agrega.

Eso incluye alojar los sitios en servidores extranjeros para escapar de la censura de las autoridades y crear otros sitios espejo en caso de un desmantelamiento. Los organizadores piensan cuidadosamente sobre lo que se dice y cómo se identifica a las personas: "Si publicamos un artículo online con la firma de alguien, tendremos un abogado disponible para ellos", explica la activista. Pero estos esfuerzos no siempre son suficientes: "Siento que los espacios online son cada vez más pequeños para la comunidad, y es cada vez más inseguro".

Los aliados LGBTQ también están en el punto de mira, según Elumalai: "Eso ha sido así durante algún tiempo, [pero] en los últimos cinco o 10 años se ha vuelto más intenso". Las reuniones online sobre los derechos LGBTQ se deben planificar cuidadosamente, explica la mujer, con decisiones sobre qué plataforma usar y quién puede asistir de manera segura. "A veces, la discusión sobre la seguridad puede ser más larga que la propia charla sobre la estrategia de una protesta", indica.

El clima político y cultural ha tenido un fuerte efecto en algunos grupos. La página de Facebook de PLUHO, donde unos 2.000 miembros antes compartían recursos y mantenían debates profundos, actualmente permanece prácticamente inactiva, según Chow. Eso se debe en parte a que ha perdido relevancia con un público más joven, resalta. Pero también se debe a que Facebook "no permite mucho anonimato, por lo que parece que cada vez que publicamos algo, muchas personas pueden acceder a ver quiénes somos, el rostro, nuestros contactos o dónde hemoss publicado antes".

Los actuales grupos de Facebook casi siempre tienen dos capas: una que está abierta a todos, con información y recursos básicos, y otra a la que solo se puede acceder después de un proceso de verificación exhaustivo, donde las conversaciones abiertas pueden tener lugar de manera segura. Pero PLUHO y otros grupos han trasladado en gran medida su contenido a Twitter, Instagram y Telegram. Los chats con temas sensibles tienden a tener lugar a través de las plataformas de mensajería más seguras, como Signal o Discord.

Mientras tanto, muchos jóvenes malayos de la comunidad LGBTQ evitan por completo exponerse en las plataformas de las redes sociales establecidas y, en su lugar, se dirigen a los foros de realidad virtual para poder conectarse con otras personas, según Chow. Gather, la plataforma de chat de vídeo interactiva creada en 2020, es un ejemplo. El sitio permite a los usuarios crear espacios virtuales personalizables, como una acogedora oficina de planta abierta o un calabozo oscuro, donde pueden chatear en privado y (si lo desean) de forma anónima.

Chow considera que eso no es una solución ideal. "Hay un poco de división técnica", señala. Los miembros más jóvenes o más expertos en tecnología de la comunidad queer se pueden adaptar fácilmente a las nuevas plataformas. Otros prefieren usar WhatsApp o enviar notas de voz. Estas "pueden no ser las prácticas digitales más seguras, pero es muy difícil cambiar aquello con lo que están familiarizados y cómodos", explica Chow.

Se trata de un constante trabajo de equilibrio entre la seguridad y la accesibilidad. Entre el riesgo y la recompensa. Chow navega regularmente para encontrar ese equilibrio con otros activistas. "Si no hiciéramos nada, entonces no seríamos atacados en absoluto, pero ¿podemos permitirnos eso?" se pregunta. "La actitud más segura es no hacer nada en absoluto. Pero, ¿acaso es eso lo que queremos?

Ha pasado más de un año desde que Nur Sajat Kamaruzzaman huyó de Malasia. La mujer afirma que su familia se enfrenta ahora con menos control de los medios y menos comentarios negativos online. Pero no sabe cuándo podrá volver a casa a verlos ni si podrá hacerlo alguna vez. "Están felices por mí porque pude reiniciar mi vida", señala vía Zoom desde su apartamento en Sídney (Australia). "Pero la verdad es que los echo de menos. Mucha gente me pregunta si me siento sola y, por supuesto, que sí. Pero creo que todo ocurre por una razón". En este caso, cree que esa razón es seguir con elevando su perfil, tanto online como offline.

Desde que llegó a Australia, registró formalmente su negocio de productos cosméticos y continúa aumentando su presencia en las redes sociales (sus historias de Instagram atraen hasta 16 millones de impresiones, afirma). También habla mucho más abiertamente sobre los derechos LGBTQ en su plataforma, y compartió encantada en febrero a través de Instagram Live que había cambiado legalmente su género a mujer.

Lo que le sucedió a esta mujer en Malasia todavía proyecta una larga sombra. "Soy muy cautelosa con mi seguridad y mi paradero", confiesa. Eso incluye mantenerse en estrecha comunicación con un asistente social que le proporcionó el Gobierno australiano a través de su programa de refugiados. "Siempre hablo con mi asistente social sobre mi seguridad y cualquier riesgo. Me garantizan que estoy en un ambiente seguro y han puesto medidas de protección para que si tengo algún tipo de situación de emergencia tenga la asistencia necesaria".

Sin embargo, Nur Sajat Kamaruzzaman no tiene miedo de Instagram. "Mi papel es apoyar y compartir información para cambiar las percepciones", señala. "Soy consciente de que voy a sufrir acoso, pero eso es de esperar. El hecho de que estoy desencadenando esa reacción muestra que el trabajo que hago crea impacto".

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