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Cambio Climático

“El modelo de energía casi gratuita y siempre disponible ya no es válido”

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Malcolm McCulloch, líder del grupo de Energía y Potencia de la Universidad de Oxford, considera que debemos desarrollar tecnologías adaptadas a un contexto global donde se tenga en cuenta el coste ambiental de la energía.

  • por Elena Zafra | traducido por
  • 03 Diciembre, 2012

Malcolm McCulloch asegura que prefiere pagar un par de dólares más a la hora por la energía que consume antes que resignarse a que sus nietos no tengan un planeta en el que vivir. Parece una obviedad, pero según este ingeniero eléctrico, líder del grupo de Energía y Potencia de la Universidad de Oxford y miembro de la Escuela Martin, llevamos décadas viviendo en la comodidad de un sistema “creado sobre la base de energía barata y siempre disponible” pero gravemente desajustado. “Lo que no estábamos incluyendo era el coste del daño al mundo”, lamenta.

El problema es que esta factura, invisible mientras vivíamos en la ilusión de la abundancia, ha terminado colocándonos en el disparadero. “Estamos a cinco años del punto de no retorno”, advierte McCulloch refiriéndose a las consecuencia que acarrearía no introducir, antes de 2017, cambios drásticos en nuestro sistema energético y, concretamente, en nuestra generación de emisiones de carbono.

Ante este oscuro panorama, la ausencia de reacción en el plano político internacional hace que muchos fíen su esperanza en el desarrollo de tecnologías que ayuden a la sostenibilidad y en iniciativas locales de autogestión energética que empiezan poco a poco a despegar. A lo largo de sus casi veinte años en Oxford, a donde llegó procedente de su Sudáfrica natal, McCulloch ha trabajado en el desarrollo y comercialización de algunas de estas tecnologías, especialmente en el sector del trasporte, la generación eléctrica y el consumo doméstico. También pertenece al grupo WOCoRe (West Oxford Community Renewables), una comunidad que promueve la adopción de sistemas de energías renovables en los hogares de sus miembros y cuyos beneficios económicos se destinan a financiar nuevas instalaciones que reduzcan aún más la huella de ecológica de su ‘nodo’.

Durante la conferencia Emtech Spain, McCulloch conversó con MIT Technology Review en español sobre los desafíos energéticos globales y sobre cómo puede ayudarnos la tecnología a “sobrevivir como civilización” en un escenario donde estaremos obligados a hacer un uso mucho más eficiente de los recursos.

TR.es: Ha fundado una empresa que fabrica contadores eléctricos inteligentes, ¿qué aporta esta tecnología?

Malcolm McCulloch: Son contadores que hacen ‘desagregación de la carga’, es decir, que desde un punto de medida permiten saber al usuario qué aparatos están encendidos y apagados y cuánta energía está usando cada uno de ellos en la casa. Esto significa que, como consumidor, puede saber de dónde vienen los costes energéticos más grandes, y si quiere hacer una mejora, sabe dónde es más fácil cambiar.

El grupo WOCoRe en el que está implicado promueve el uso doméstico de energías renovables, ¿en qué consiste este modelo?

Lo interesante de él es que como comunidad adoptamos sistemas de energías renovables y el dinero que sacamos de esto se usa para ‘decarbonizar’ las casas de otras personas. La energía extra se utiliza, por ejemplo, para invertir en mejorar el aislamiento de las casas o cambiar los sistemas para calentar agua. Esto significa que conseguimos una doble ganancia en lo que se refiere al carbono. No solo lo reduces porque usas energías renovables sino que usas el dinero obtenido de ahí para seguir reduciendo el consumo energético.

¿Estamos hablando de comunidades locales que trabajan aisladas?

Sí, pero por ejemplo, Barbara Hammond, la directora ejecutiva de WOCoRe, ha creado una organización para empezar a unir a todas las comunidades. Van a compartir información, buenas prácticas y recursos. Estamos intentando crear una comunidad de comunidades. Nosotros estamos involucrados en la parte del proceso que consiste en capacitar a la gente: hacemos una ‘auditoría’ del carbono con ellos, les animamos a que se comprometan a realizar acciones decididas, les apoyamos financieramente, y compartimos información sobre con quiénes pueden ponerse en contacto para facilitarles, por ejemplo, un aislamiento que funcione bien. Es un proceso de compartir información y motivación.

¿Cree que estas redes comunitarias son el futuro o hace falta un giro energético a nivel global?

Puedo ver un escenario plausible en el que habrá mucha más democratización del suministro de energía, en el que muchos individuos y comunidades serán mucho más activos. La ventaja de este tipo de organizaciones es que no están ralentizadas por inversiones de capital, sino que pueden ser mucho más ágiles, y que saben cuál es la demanda de energía de su propio nodo y la utilizan toda, así que pueden hacer encajar lo que quieren y lo que necesitan y pueden apoyarse entre ellos, dentro de la comunidad. Hay muchos factores que indican que es algo que puede despegar, y es realista imaginar que en 20 años, al menos un tercio de nuestra energía vendrá de esa ruta.

¿Y los otros dos tercios?

El del futuro energético no es un problema tecnológico, sino político. Si la política no funciona, seguiremos viendo cómo se consumen grandes cantidades de combustibles fósiles y cómo el carbón vuelve a ser la fuente de suministro dominante en los próximos 20 años. No obstante, hay sitios donde las renovables están creciendo rápido, como en China, donde hay un mercado masivo de renovables, o en Estados Unidos, donde ha habido un fuerte crecimiento de energía eólica. Hay un impulso fuerte en esta área, pero pese a eso, seguiremos retrocediendo al carbón, quizá no en la forma de las décadas pasadas, sino convertido mediante gasificación o en combustible líquido.

¿La nuclear es una buena opción de futuro?

La cantidad de recursos disponibles de uranio 235 no duraría más de 40 años. Y si además esta vía creciera rápido en países como China, se consumiría más rápido y esos 40 años podrían convertirse en 20. Una opción son los reactores reproductores rápidos que pueden usar uranio 238, pero generan plutonio, lo que representa un gran riesgo de seguridad. Una alternativa sería utilizar torio, que no puede convertirse en un arma nuclear, y puedes construir una planta de forma más segura y barata que con el uranio 235. Si esta tecnología despega, puede cambiar las reglas del juego.

A nivel global, ¿hay alguna otra iniciativa que pueda ser útil?

Hay un espacio muy interesante en la parte de gestión de la demanda. Si las renovables avanzan, uno de los problemas son sus fluctuaciones. Hay que ver cómo responden rápidamente nuestros sistemas a ellas. Estamos investigando si podríamos usar las cargas para regular el sistema. Cargas que son capaces de almacenar energía, como neveras, tanques de agua caliente, la carga de un vehículo eléctrico… grandes ‘usuarios’ de energía que podríamos utilizar para ayudar a equilibrar la red.

¿Podríamos generalizar las renovables si, a través de mejoras tecnológicas, fueran la opción más barata?

En realidad, el factor económico ya está alcanzado. La energía solar ya es más barata que el gas, el carbón o que cualquier otra cosa.

¿Y si resolviéramos también el reto tecnológico del almacenamiento y las fluctuaciones?

La cuestión es que todo nuestro sistema energético, de un tamaño de unos 100 billones de dólares (76 billones de euros), ha sido optimizado entorno a los principios de energía muy barata disponible a todas horas. Si en lugar de eso empezáramos a decir que la energía es relativamente barata a determinadas horas y a otras se vuelve más cara por el almacenamiento, se desarrollarían nuevas tecnologías y oportunidades con las que podríamos satisfacer la demanda sin tener que depender de soluciones de almacenamiento caras. No creo que el almacenamiento sea un gran problema en lo que se refiere al coste. Lo que hay que hacer es conseguir que la gente reconozca que hay un cambio en camino y cómo reinventar algunos de los aparatos energéticos para que sepan cuándo deben tomar energía y almacenarla y cuando usarla.

¿Cómo puede gestionarse el rechazo de algunos usuarios a instalar contadores inteligentes?

En mi opinión, la gente está contenta de compartir información con las empresas siempre que perciba que obtiene algún valor por ello. Facebook obtiene mucha más información de la gente de la que jamás obtendrá un contador inteligente. Las personas están preparadas para compartir su privacidad pero esperan un servicio a cambio. Y las compañías energéticas tienen que hacer explícito el beneficio que obtienen sus clientes. La única pequeña dificultad quizá sería que en una casa pueden vivir varias personas y puede que los beneficios sean solo para algunas de ellas.

¿Puede la tecnología ayudarnos a que la transición a un nuevo escenario sea menos violenta?

El escenario óptimo sería que empecemos hacer cambios tecnológicos significativos que nos permitan mantener razonablemente nuestra calidad de vida y hacerlo con una huella ecológica mucho más pequeña. Hay dos alternativas: reducir nuestra calidad de vida o seguir como hasta ahora y sufrir una crisis en 30 o 40 años. Yo intento encontrar una vía intermedia. Tenemos que entender qué sistemas en concreto nos aportan calidad de vida y descartar los mecanismos que hemos usado hasta ahora para conseguirla, porque estaban diseñados en un contexto de energía prácticamente gratuita que ya no es válido. Tenemos que plantearnos un escenario con restricciones, y ahí es donde entra la tecnología, por ejemplo, para ver cómo usar una nevera asociada a una fuente de energía renovable, o cómo conducir  un coche sin desperdiciar el 90 por ciento de la energía del depósito. En este caso la pregunta es si podemos hacerlo de una forma más inteligente, pero también si necesitamos realmente hacer el viaje, y si lo necesitamos, cuál es el mejor modo. Es un reto tanto educativo como de nuevos tipos y formas de transporte. 

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