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Tecnología y Sociedad

Todo lo que debe saber sobre 'blockchain' y nunca se atrevió a preguntar

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Para entender la importancia de las cadenas de bloques hay que ver su potencial más allá de sus usos actuales. Se trata de una tecnología con poder para desbaratar muchas de las instituciones de control que dominan nuestra economía centralizada y promover un mundo más justo y honesto

  • por Michael J. Casey | traducido por Mariana Díaz
  • 20 Abril, 2018

En la década de 1990, la sociedad vivió un periodo que ha pasado a la historia por sus excesos desenfrenados que acabaron destruyendo cientos de miles de millones de euros de riqueza. Estamos hablando, por supuesto, de la burbuja de las puntocom. Se habla mucho de las enormes pérdidas económicas que produjo aquella burbuja. Lo que no suele mencionarse tan a menudo es cómo todo aquel capital barato que fluía sin cesar en los años de bonanza fue el que ayudó a financiar la infraestructura sobre la cual se construirían las innovaciones de internet más importantes tras el estallido de la burbuja. Este dinero permitió el despliegue de la fibra óptica, la I+D de las redes 3G y la construcción de torres de servidores gigantes. Todos estos avances son los que dieron lugar a las tecnologías que ahora se han convertido en la base de las compañías más poderosas del mundo: búsqueda algorítmica, redes sociales, informática móvil, servicios en la nube, análisis de macrodatos, inteligencia artificial (IA), y más.

Este mismo patrón podría estar dándose de nuevo en el salvajemente volátil y sobrevalorado mercado de las criptomonedas y el blockchain, o cadena de bloques. A medida que los precios de las criptomonedas se han desplomado desde sus vertiginosos máximos del año pasado, los escépticos de las cadenas de bloques han estado encantados de alzar la voz contra tanto bombo. Pero estos escépticos cometen el mismo error que los fanáticos de las criptomonedas a los que critican: confunden el precio de las monedas con su valor inherente. Todavía no podemos predecir qué industrias se asentarán y lograrán ingresos estables a partir de la tecnología blockchain, pero estamos seguros de que llegarán, porque la tecnología en sí misma se centra en crear un activo con un valor incalculable: la confianza.

Para entender bien todo esto tenemos que volver al siglo XIV.

Fue entonces cuando los comerciantes y banqueros italianos comenzaron a registrar la contabilidad mediante el sistema de partida doble. Este método fue posible gracias a la adopción de números arábigos. Gracias a él, los comerciantes adquirieron una herramienta segura para mantener sus registros y permitió a los banqueros asumir un nuevo y poderoso papel como intermediarios en el sistema de pagos internacionales. Sin embargo, no fue solo la herramienta lo que dio paso a las finanzas modernas, fue la forma en la que se insertó en la cultura de la época.

En 1494, el fraile y matemático franciscano Luca Pacioli, recopiló su forma de trabajar en un manual sobre matemáticas y contabilidad. En este manual presentaba la contabilidad de partida doble no solo como una forma de rastrear las cuentas sino como una obligación moral. Para Pacioli, dado que los banqueros y comerciantes obtenían beneficios, tenían la obligación de dar algo a cambio. Así surgió el uso de entradas compensatorias para registrar por separado el balance de valores: un débito se combina con un crédito, un activo con un pasivo.

La contabilidad moralmente correcta de Pacioli logró que estas profesiones que tenían a ser menospreciadas recibieran una especie de bendición religiosa. Durante los siguientes siglos, los libros de registro fidedignos y veraces llegaron a ser considerados como un símbolo de honestidad y piedad, lo que permitió que los banqueros se convirtieran en intermediarios de pago y aceleraran la circulación de dinero. Así fue como se financió el Renacimiento y se allanó el camino para la explosión del capitalismo que cambiaría el mundo.

Pero el sistema no era incorruptible. Los banqueros y otros actores financieros a menudo incumplían su obligación moral de mantener sus libros contables de forma honesta. De hecho, todavía lo hacen, solo tiene que preguntarle a los clientes de Bernie Madoff o a los accionistas de Enron. Además, incluso cuando son honestos, su honestidad tiene un precio. Hemos permitido que los administradores centralizados de confianza, como los bancos, las bolsas de valores y otros intermediarios financieros, se hayan vuelto indispensables. Han dejado de ser intermediarios para convertirse en guardianes; cobran tarifas y restringen el acceso, crean fricciones, reducen la innovación y fortalecen su dominio en el mercado.

Así que la verdadera promesa de la tecnología blockchain no es que pueda convertirle en un multimillonario de la noche a la mañana o le ofrezca una forma de proteger sus actividades financieras de los gobiernos que siempre están vigilando. El verdadero potencial de la cadena de bloque está en su capacidad de reducir drásticamente el coste de la confianza mediante un enfoque contable radical y descentralizado. Esto, a su vez, crearía una nueva estructura para las organizaciones económicas.

Diseñar una nueva forma de contabilidad puede parecer un avance algo aburrido. Sin embargo, durante miles de años, desde la antigua Babilonia, los libros de contabilidad han sido la base de la civilización. Los intercambios de valores sobre los que se construye la sociedad requieren que confiemos en lo que los demás dicen que poseemos, lo que se nos debe y lo que debemos. Para lograr esa confianza, necesitamos un sistema común para hacer un seguimiento de nuestras transacciones, un sistema que define y ordena a la sociedad misma (ver La fe en Bitcoin y su capacidad de obrar 'milagros' para toda la sociedad). ¿De qué otra forma sabríamos que Jeff Bezos es el ser humano más rico del mundo, que el PIB de Argentina es de unos 500.000 millones de euros, que el 71 % de la población mundial vive con menos de ocho euros al día?

La necesidad de confianza e intermediarios es la que permite que gigantes como Google, Facebook y Amazon conviertan las economías de escala y los efectos de red en monopolios de facto.

Es muy habitual que el término blockchain se aplique de forma incorrecta a cosas que en realidad no son una cadena de bloques. Según la definición clásica, una blockchain es un libro de contabilidad electrónico: una lista de transacciones. Esas transacciones pueden, en principio, representar casi cualquier cosa. Podrían ser intercambios reales de dinero como los que permiten las cadenas de bloques asociadas a las criptomonedas como Bitcoin. Pero también pueden aplicarse al intercambio de otro tipo de activos, como los certificados digitales de acciones, y a las instrucciones para realizar pedidos de compraventa de acciones. También pueden aplicarse a los llamados contratos inteligentes, que son instrucciones computarizadas para hacer algo cuando se da una situación concreta, por ejemplo comprar una acción cuando su precio esté por debajo de los 10 euros.

Esto hace que una cadena de bloques sea un tipo especial de libro mayor de contabilidad. En lugar de ser administrado por una sola institución centralizada, como un banco o una agencia gubernamental, se almacena en múltiples copias en múltiples ordenadores independientes dentro de una red descentralizada. No hay una única entidad que lo controle. Cualquiera de los ordenadores en la red puede modificar la cadena, pero para ello debe seguir las reglas del "protocolo de consenso", un algoritmo matemático que requiere que la mayoría de los otros ordenadores en la red estén de acuerdo con el cambio.

Una vez que se ha logrado un consenso, todos los ordenadores en la red actualizan sus copias del libro de contabilidad simultáneamente. Si alguno de ellos intenta agregar una entrada al libro mayor sin este consenso o cambiar una entrada a posteriori, el resto de la red rechaza automáticamente la entrada como no válida.

Normalmente, las transacciones se agrupan en bloques de un cierto tamaño que están encadenados entre sí (de ahí que el nombre sea "cadena de bloques") mediante un tipo de llaves criptográficas, que a su vez requieren un consenso. Esto produce un registro compartido e inmutable de la "verdad", una verdad que, si todo se ha configurado correctamente, no se puede alterar.

Dentro de este marco general hay muchas variaciones. Existen diferentes tipos de protocolos de consenso, por ejemplo, y suelen surgir debates sobre cuál es el más seguro. Hay libros de contabilidad públicos basados en blockchain que no requieren permisos. Así que, en principio, cualquiera puede conectar su ordenador a la cadena para empezar a formar parte de la red. Así funcionan Bitcoin y la mayoría de las criptomonedas. También hay libros mayores privados, "bajo autorización" que no incorporan monedas digitales. Estos pueden ser utilizados por un grupo de organizaciones independientes y sin confianza mutua que necesitan un sistema común de mantenimiento de registros, como por ejemplo un fabricante y sus proveedores.

El hilo común entre todos ellos es que las reglas matemáticas y la criptografía inquebrantable que garantizan la incorruptibilidad del libro mayor ofrecen una confianza mucho mayor que la que podemos depositar en otras personas o instituciones corruptas. Una cadena de bloques es una versión de lo que el criptógrafo Ian Grigg describió como "contabilidad de partida triple". Esta estrategia tiene una entrada en el lado del débito, otra para el crédito y una tercera en un libro de contabilidad compartido, indiscutible e inmutable.

Los beneficios de este modelo descentralizado surgen cuando se compara con el coste de confianza del sistema económico actual. Considere esto: en 2007, Lehman Brothers registró ganancias récord e ingresos, todos respaldados por su auditor, Ernst & Young. Nueve meses después, el desplome de esos mismos activos llevó a la quiebra a negocios de 158 años de antigüedad y desencadenó la mayor crisis financiera en 80 años. Quedó claro que las valoraciones citadas en los libros contables de los años anteriores eran incorrectas. Y más tarde nos enteramos de que el libro mayor de Lehman no era el único con datos de dudosa fiabilidad. Los bancos de Estados Unidos y Europa pagaron cientos de miles de millones de euros en multas y acuerdos para cubrir las pérdidas causadas por los balances inflados. Fue un poderoso recordatorio del alto precio que a menudo pagamos por confiar en los números creados internamente en las entidades centralizadas.

La crisis económica fue un ejemplo extremo del coste de la confianza, pero este coste también está arraigado en la mayoría del resto de áreas económicas. Piense en todos los contables del mundo recluidos en cubículos en los rascacielos del mundo. Sus trabajos, que consisten en cuadrar los libros de contabilidad de sus empresas con los de sus contrapartes de negocios, existen porque ninguna de las partes confía en el registro del otro. Es un proceso lento y costoso, pero necesario.

Otras manifestaciones del coste de la confianza no se notan en lo que hacemos, sino en lo que no podemos hacer. Unas 2.000 millones de personas en el mundo no puede acceder a una cuenta bancaria, y no disponer de ella les deja fuera de la economía mundial porque los bancos no confían en los registros de sus activos ni en sus identidades (ver El día que 'blockchain' devolvió la identidad y la economía a los refugiados). Mientras tanto, la promesa de que internet de las cosas podría conectar miles de millones de dispositivos autónomos interactivos para generar nuevas eficiencias podría no cumplirse si las microtransacciones entre dispositivos requieren la intermediación prohibitivamente costosa de los libros mayores centralizados. Hay muchos más ejemplos de cómo este problema limita la innovación.

Los economistas no suelen reconocer ni analizar estos costes, tal vez porque se supone que las prácticas como la reconciliación de cuentas son una característica integral e inevitable del negocio (al igual que las empresas anteriores a la era de internet asumieron que no tenían más opción que pagar grandes gastos postales por enviar por correo facturas mensuales). ¿Podría este punto ciego explicar por qué algunos destacados economistas se han lanzado a rechazar la tecnología blockchain? Muchos dicen que no ven la justificación de sus costes. Sin embargo, sus análisis generalmente no comparan estos gastos con el coste social de confianza de gran alcance que los nuevos modelos podrían superar.

No obstante, cada vez hay más personas que lo entienden. Desde el tímido lanzamiento de Bitcoin en enero de 2009, sus defensores se han expandido desde los liberales radicales hasta extrabajadores de Wall Street, expertos tecnológicos de Silicon Valley (EE. UU.) y expertos en desarrollo y cooperación de organismos como el Banco Mundial. Muchos ven la tecnología como una nueva fase vital en la economía de internet que podría resultar incluso más transformadora que la primera. Mientras que la primera ola de alteración online vio como las empresas sólidas eran desplazadas por intermediarios digitales más frágiles, este movimiento desafía por completo la idea de los intermediarios con fines de lucro.

La necesidad de confianza, su coste y la dependencia de los intermediarios que la ofrecen es una de las razones por las que gigantes como Google, Facebook y Amazon convierten las economías de escala y las ventajas de los efectos de red en monopolios de facto. Estos gigantes se han convertido en guardianes de contabilidad centralizados que están construyendo grandes registros de "transacciones" de lo que, posiblemente, es la "moneda" más importante del mundo: nuestros datos digitales. Al controlar esos registros, ellos nos controlan.

La promesa de revertir este sistema centralizado y monopolizado es una de las claves de esta nueva fiebre del oro de las criptomonedas. Sin duda, muchos (quizás la mayoría) inversores esperan hacerse ricos rápidamente sin tener que pensar en la importancia de la tecnología. Pero estos puntos de vista tan irracionales no surgen de la nada. Al igual que con la llegada de otras innovaciones tecnológicas transformadoras (como los ferrocarriles y la electricidad), la especulación desenfrenada es casi inevitable. Esto se debe a que cuando surge una gran idea, los inversores no tienen un marco para estimar cuánto valor creará o destruirá, o ni precedir qué empresas saldrán ganando y perdiendo.

Todavía quedan obstáculos para que blockchain cumpla su a promesa de crear un sistema más sólido para registrar y almacenar la verdad objetiva. Pero la sociedad ya ha empezado a hacer pruebas.

La fuente de código abierto, a la que se puede acceder libremente, es la base sobre la cual se construirá la economía descentralizada del futuro.

Empresas como IBM y Foxconn están explotando la idea de la incorruptibilidad en proyectos que intentan desbloquear la financiación del comercio y hacer que las cadenas de suministro sean más transparentes. Tal transparencia también podría proporcionar a los consumidores una mejor información sobre el origen de lo que compran, como por ejemplo una camiseta fabricada con mano de obra explotada (ver Rastrear pavos con 'blockchain' en Acción de Gracias, el inicio de una revolución)

Otra nueva posibiliad es la de crear un activo digital. Antes de Bitcoin, nadie podía poseer un activo en el ámbito digital. Como copiar contenido digital es fácil de hacer y difícil de detener, los proveedores de productos digitales como archivos de audio MP3 o libros electrónicos nunca dan a los clientes la propiedad total del contenido. En lugar de eso, lo alquilan y definen lo que los usuarios pueden hacer con su  licencia. Y se aplican fuertes sanciones legales si la licencia se rompe. Es por eso que usted puede hacer prestar un libro electrónico para Kindle de Amazon a un amigo durante 14 días, pero no puede venderlo o regalarlo, como podría hacer con un libro en papel.

Bitcoin demostró que podría crear un elemento de valor digital que fuera verificablemente único. Como nadie puede alterar el libro mayor, un valor no se puede "gastar dos veces", un bitcoin se puede concebir como una "cosa" o activo único. Eso significa que ahora podemos representar cualquier forma de valor, un título de propiedad o una canción como una entrada en una transacción de blockchain. Y al digitalizar diferentes formas de valor de esta manera, podemos introducir software para administrar la economía que opera a su alrededor.

Como elementos basados ​​en software, estos nuevos activos digitales adquieren algunas propiedades nuevas del tipo "si X, entonces Y". En otras palabras, el dinero se puede programar. Por ejemplo, puede pagar el alquiler de un vehículo eléctrico con divisas digitales que también sirven para activar o desactivar el motor, cumpliendo así los términos codificados de un contrato inteligente. Es bastante diferente de las divisas analógicas, como los billetes y las monedas, que son independientes del fin para el que se utilizan.

Lo que hace que estos contratos programables de dinero sean "inteligentes" no es que estén automatizados; ya lo tenemos cuando nuestro banco sigue nuestras instrucciones programadas para autopagar la factura de nuestra tarjeta de crédito todos los meses. La parte inteligente está en que los ordenadores que ejecutan el contrato son monitorizados por una red de cadena de bloques descentralizada. Eso asegura a todas las partes que firman el contrato inteligente que la transacción se llevará a cabo de manera justa.

Con esta tecnología, los ordenadores de un transportista y un exportador, por ejemplo, podrían automatizar una transferencia de propiedad de los bienes una vez que el software descentralizado que ambos usan envía una señal de que un pago en moneda digital, o un compromiso criptográfico irrompible para pagar, se ha realizado. Ninguna de las partes confía necesariamente en la otra, pero pueden llevar a cabo esa transferencia automática sin depender de un tercero. De esta forma, los contratos inteligentes llevan la automatización a un nuevo nivel, permitiendo un conjunto de relaciones mucho más abierto y global.

El dinero programable y los contratos inteligentes constituyen una forma poderosa para que las comunidades dirijan su propia búsqueda de objetivos comunes. Incluso ofrecen un avance potencial en la "tragedia de los [bienes] comunes", un concepto teórico muy famoso que se refiere a la incapacidad de las personas para servir a su propio interés y al bien común de manera simultánea. Eso fue evidente en muchas de las propuestas de blockchain de los 100 ingenieros de software que participaron en el Hack4Climate en la conferencia de la ONU sobre el cambio climático celebrada el año pasado en Bonn (Alemania). El equipo ganador, con un proyecto llamado GainForest, ahora está desarrollando un sistema basado en cadenas de bloques mediante el cual los donantes pueden recompensar a los habitantes de las selvas vulnerables si demuestran que están llevando a cabo acciones para restaurar el medioambiente.

De todas formas, esta "economía simbólica" utópica y sin fricciones está lejos de la realidad. Los reguladores de China, Corea del Sur y EE. UU. tomaron medidas enérgicas contra los emisores y los comerciantes de tokens, o fichas (ver Las casas de cambio se cargan la seguridad de las criptomonedas). En su opinión, dichas divisas representan un esquema especulativo para hacerse rico rápidamente al evitar las leyes de valores, que como nuevos modelos económicos que cambian el mundo. No están del todo equivocados: algunos desarrolladores tienen divisas prevendidas mediante ofertas iniciales de monedas, o ICO, pero no han usado el dinero para construir y comercializar productos (ver Las ofertas iniciales de moneda, bajo el ojo del huracán en 2018). Las cadenas de bloques públicas que no requieren permiso para acceder, como Bitcoin y Ethereum, ofrecen la mejor promesa de franqueza absoluta e inmutabilidad, pero su crecimiento está siendo un calvario. Bitcoin aún no puede procesar más de siete transacciones por segundo y las tarifas por transacción a veces pueden aumentar, haciendo que su uso sea costoso (ver Bitcoin sigue buscando un milagro tecnológico para crecer sin perder su espíritu).

Mientras tanto, las instituciones centralizadas que deberían ser vulnerables a las alteraciones, como los bancos, siguen igual. Estas entidades siguen protegidas por las regulaciones existentes, que aunque se fijaron para asegurar su honestidad, en realidad constituyen un coste de cumplimiento para las nuevas empresas. Esas normativas, como la carga de informes y los requisitos de capital que el "BitLicense" del Departamento de Servicios Financieros del Estado de Nueva York (EE. UU.) impuso a las start-ups de criptomonedas, se convierten en barreras de entrada para proteger a los beneficiarios.

Pero la cuestión es esta: la naturaleza del código abierto de la tecnología blockchain, la emoción que ha generado y el creciente valor de las divisas asociadas han inspirado a una comunidad global de informáticos inteligentes, apasionados y con motivación financiera para trabajar en la superación de estas limitaciones. Es razonable suponer que conseguirán que la tecnología mejore de forma constante. Igual que ha pasado con el software de internet, los protocolos abiertos y extensibles pueden convertirse en plataformas poderosas para la innovación. La tecnología blockchain avanza demasiado rápido como para que sepamos qué versiones futuras mejorarán nuestro presente, ya sea a través del protocolo basado en criptomonedas de Bitcoin, en la cadena de bloques centrada en contratos inteligentes de Ethereum o en alguna plataforma que aún no hemos descubierto.

Al igual que la burbuja de las puntocom, la criptoburbuja está creando la infraestructura que permitirá construir las tecnologías del futuro. Pero hay una diferencia clave. Esta vez, el dinero recaudado no está asegurando una infraestructura física, sino una infraestructura social. Está creando incentivos para formar redes globales de desarrolladores colaboradores, una inteligencia conjunta cuyo suministro de ideas interactivas e iterativas se está codificado en líneas de software de código abierto. Ese código de acceso libre permitirá probar innumerables ideas que hasta ahora resultaban inimaginables. Es la base sobre la que se construirá la economía descentralizada del futuro.

Muy pocas personas habrían sido capaces de predecir el nacimiento de empresas como Google, Facebook y Uber a mediados de la década de 1990. Hoy en día, somos incapaces de adivinar qué aplicaciones basadas en las cadenas de bloques surgirán de los restos de esta burbuja para dominar el futuro descentralizado. Esto es lo que pasa con las plataformas extensibles. Ya se trate de los protocolos abiertos de internet o de los componentes centrales del algoritmo de blockchain y el mantenimiento de registros distribuidos, su poder radica en proporcionar un marco conceptual completamente nuevo para los innovadores que están listos para soñar y desplegar aplicaciones que cambian el mundo. En este caso, esas aplicaciones, cualquiera que sea su forma, estarán dirigidas a desbaratar muchas de las instituciones de control que actualmente dominan nuestra economía centralizada.

Tecnología y Sociedad

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