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Los manifestantes egipcios afirmaron que prevalecerían con la única condición de tener internet y un teléfono inteligente.

Cadenas de bloques y aplicaciones

De la Primavera Árabe a Donald Trump: las RRSS en una década

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Las redes sociales se convirtieron en Egipto en la herramienta inseparable de aquellos que iniciaron la Primavera Árabe desde la Plaza Tahrir para contar al mundo su revolución. Sin embargo, una década después, son un hervidero de polarización y noticias falsas. 

  • por Zeynep Tufekci | traducido por Ana Milutinovic
  • 11 Septiembre, 2018

1. La euforia del descubrimiento

Mientras la Primavera Árabe convulsionaba a Oriente Medio en 2011 y los líderes autoritarios se derrumbaban uno tras otro, viajé por esa región para tratar de comprender el papel de la tecnología. Conversé con los manifestantes en cafeterías cerca de la Plaza Tahrir en El Cairo (Egipto), y muchos afirmaron que prevalecerían allí con la única condición de tener internet y un teléfono inteligente. En Túnez, unos activistas envalentonados me mostraron cómo habían usado herramientas de código abierto para rastrear los viajes de compras a París que la esposa de su presidente autocrático había tomado utilizando aviones del Gobierno. Incluso los sirios que conocí en Beirut seguían siendo optimistas; su país aún no había descendido a una guerra infernal. Los jóvenes tenían energía, inteligencia, humor y teléfonos inteligentes, y esperábamos que el destino de la región se volviera a favor de sus demandas democráticas.

Al regresar a Estados Unidos, en una conferencia en 2012, utilicé una captura de pantalla de un vídeo viral grabado durante las protestas en las calles iraníes en 2009 para ilustrar cómo las nuevas tecnologías dificultaban la tarea de los guardianes tradicionales de la información, como son los gobiernos y los medios, para sofocar o controlar el discurso de los disidentes. Era una imagen difícil de ver: una mujer joven yacía en la acera desangrándose. Pero allí residía su poder. Solo una década antes, lo más probable es que nunca se hubiera grabado (¿quién llevaba cámaras de vídeo siempre consigo?), y mucho menos se hubiera hecho viral (¿cómo lo hubiera hecho, salvo por una cadena de televisión o un periódico?). Incluso si un fotógrafo de noticias hubiera estado allí, la mayoría de las agencias de noticias no habrían mostrado una imagen tan gráfica.

En esa conferencia, hablé sobre el papel de las redes sociales para romper lo que los expertos sociales llaman la "ignorancia pluralista": la creencia de que una persona considera que nadie comparte sus puntos de vista cuando en realidad todos han sido silenciados colectivamente. Esa, expliqué, fue la razón por la cual las redes sociales habían fomentado tanta rebelión: las personas que antes estaban aisladas en su disidencia se encontraron y sacaron fuerza los unos de los otros.

La conectividad digital proporcionó la chispa, pero la inflamación estaba en todas partes.

Foto: La conectividad digital proporcionó la chispa, pero la leña estaba en todas partes. Crédito: Peter Macdiardmid | Getty Images.

Twitter retuiteó mi charla en una convocatoria para que los candidatos a su puesto de trabajo se "unan al rebaño". El significado implícito era que Twitter representaba una fuerza del bien en el mundo, del lado de la gente y de sus revoluciones. A los nuevos guardianes de la información, que no se veían a sí mismos como tales, sino simplemente como "plataformas" neutrales, les gustaba el potencial de sus tecnologías.

Compartí el optimismo. Yo mismo vengo de Oriente Medio y he estado viendo a los disidentes usar herramientas digitales para desafiar un Gobierno tras otro.

Pero ya había un cambio en el aire.

Durante el levantamiento de Tahrir, el agotado autócrata de Egipto, Hosni Mubarak, cortó con torpeza el servicio de internet y de la telefonía móvil. Esa medida resultó contraproducente: restringió el flujo de la información desde la Plaza Tahrir pero provocó el aumento de la atención internacional en Egipto. Él no había entendido que en el siglo XXI lo que importaba era el flujo de la atención, no el de la información (que ya es demasiada). Además, los amigos de los valientes revolucionarios de El Cairo empezaron a sobrevolar rápidamente con los teléfonos satelitales, lo que les permitió seguir dando entrevistas y enviar imágenes a las agencias internacionales de noticias que mostraban aún más interés.

En pocas semanas, Mubarak fue expulsado del poder. Una junta militar lo reemplazó. Lo que ocurrió entonces pronosticó la gran parte de lo que estaba por venir. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas de Egipto abrió rápidamente una página de Facebook y la convirtió en el punto exclusivo para sus comunicados. Habían aprendido de los errores de Mubarak; jugarían en el terreno de los disidentes.

Los generales en Egipto aprendieron de los errores de Hosni Mubarak.

Foto: Los generales en Egipto aprendieron de los errores de Hosni Mubarak. Crédito: Peter Macdiarmid | Getty Images.

Después de unos años, el espacio online de Egipto cambió drásticamente. "Ejercíamos más influencia cuando estábamos solo nosotros en Twitter", me comentó un activista destacado en las redes sociales. "Ahora está lleno de discusiones entre disidentes hostigados por los partidarios del Gobierno". En 2013, tras las protestas contra un Gobierno civil incipiente pero divisivo, los militares tomaron el control.

El poder siempre aprende y las herramientas poderosas siempre caen en sus manos. Es una lección de historia difícil pero sólida. Es la clave para comprender cómo, en siete años, las tecnologías digitales pasaron de ser aclamadas como herramientas de la libertad y cambio a ser acusadas de agitación en las democracias occidentales, por facilitar una mayor polarización, el aumento del autoritarismo y la interferencia en las elecciones nacionales por parte de Rusia y otros.

Pero para comprender completamente lo que sucedió, también debemos analizar cómo se combinan la dinámica social humana, la conectividad digital ubicua y los modelos de negocio de los gigantes tecnológicos para crear un entorno donde prospera la desinformación y donde incluso las noticias verdaderas pueden confundir y paralizar en lugar de informar y aclarar.

2. La audacia de la esperanza

La elección de Barack Obama en 2008 como el primer presidente afroamericano de Estados Unidos adelantaba la narrativa de la tecnología de la Primavera Árabe para empoderar a los desamparados. Como  candidato con pocas probabilidades de triunfar, superó primero a Hillary Clinton en las primarias demócratas y luego a su oponente republicano en las elecciones generales. Tanto su victoria de 2008 como la de 2012 provocaron una avalancha de artículos elogiosos sobre el gran uso de los datos de las redes sociales en su campaña, mediante los expertos en tecnología sobre los perfiles de los votantes y microtargeting. Después de su segunda victoria, MIT Technology Review presentó a Bono en su portada, con el titular "El Big Data salvará a la política" y una cita: "El teléfono móvil, internet y la difusión de la información: una combinación mortal para los dictadores".

No obstante, ya estábamos preocupados muchos otros y yo que habíamos conocido regímenes autoritarios. Un problema clave para mí era que el microtargeting, especialmente en Facebook, podría usarse para causar estragos en la esfera pública. Era cierto que las redes sociales les permitían a los disidentes saber que no estaban solos, pero el microtargeting online también podía crear un mundo en el que no sabríamos qué mensajes reciben nuestros vecinos o cómo los adaptan a nuestros deseos y vulnerabilidades.

Las plataformas digitales facilitaron a las comunidades reunirse y formarse de modos distintos, pero también dispersaron a las comunidades existentes, las que habían visto las mismas noticias en la televisión y habían leído los mismos periódicos. Incluso vivir en la misma calle significaba menos cuando la información se diseminaba a través de algoritmos diseñados para maximizar los ingresos manteniendo a la gente pegada a las pantallas. Fue un cambio de una política pública y colectiva a una más privada, dispersa, con actores políticos recolectando cada vez más datos personales para descubrir cómo presionar los botones correctos para cada persona y sin que nadie los vea.

Me temía que todo esto podría ser una receta para la desinformación y la polarización.

Poco después de las elecciones de 2012, escribí un artículo de opinión para The New York Times expresando estas preocupaciones. No quise sonar como un cascarrabias y moderé mis miedos. Me limité a abogar por la transparencia y la rendición de cuentas para los anuncios y el contenido político en las redes sociales, de forma similar como los sistemas implementados para los medios regulados como la televisión y la radio.

La reacción fue rápida. El director de datos de la campaña de Obama en 2012, Ethan Roeder, escribió un artículo titulado "No soy un gran hermano", denominando a esas preocupaciones como "disparates". Casi todos los expertos en datos y demócratas con los que hablé estaban terriblemente irritados por mi idea de que la tecnología podría no ser algo  siempre positivo. Los lectores que comentaron mi artículo de opinión pensaron que yo solo era un aguafiestas. La tecnología permitió a los demócratas ganar las elecciones. ¿Cómo podría convertirse esto en un problema?

Hubo artículos laudatorios sobre el uso de Barack Obama de perfiles de votantes y microtargeting.

Foto: Hubo artículos que alababan el uso de Barack Obama de perfiles de votantes y microtargeting. Crédito: Alex Wong | Getty Imágenes

3. El espejismo de la inmunidad

Los revolucionarios de Tahrir y los simpatizantes del Partido Demócrata de Estados Unidos no eran los únicos que pensaban que siempre tendrían la ventaja.

La Agencia de Seguridad Nacional de EE. UU. (NSA por sus siglas en inglés) contaba con un arsenal de herramientas de hackers basadas en vulnerabilidades en las tecnologías digitales: errores, puertas traseras secretas, exploits, atajos en las matemáticas (muy avanzadas) y el poder de la computación masiva. Fueron denominadas "nadie más que nosotros" (o NOBUS por sus siglas en inglés, en la comunidad de la inteligencia), lo que significa que nadie más podía explotarlas, por lo que no era necesario reparar las vulnerabilidades o fortalecer la seguridad informática en general. Parece que la NSA creía que la debilidad de la seguridad online perjudicaba a sus adversarios mucho más que a ella misma.

Esa confianza parecía justificada para muchos. Al fin y al cabo, internet es una creación estadounidense principalmente; sus compañías más grandes fueron fundadas en Estados Unidos. Los expertos informáticos de todo el mundo todavía acuden en masa al país, con la esperanza de trabajar para Silicon Valley. La NSA tiene un presupuesto enorme y, según los informes, cuenta con miles de los mejores hackers y matemáticos del mundo.

No podemos saber la historia completa, ya que todo es secreto, pero entre 2012 y 2016 no hubo ningún esfuerzo, por lo menos no visible, para "perjudicar" significativamente la infraestructura digital de EE. UU. Tampoco se levantaron grandes alarmas sobre lo que podría significar una tecnología que cruzó las fronteras. La circulación de la información por el mundo gracias a las plataformas globales significaba que alguien podía estar sentado en una oficina en Macedonia o en los suburbios de Moscú o San Petersburgo (Rusia) y, por ejemplo, construir lo que parecía un medio de comunicación local en Detroit o Pittsburgh (EE. UU.).

Daba la impresión de que dentro de las instituciones de Estados Unidos (sus agencias de inteligencia, su burocracia, su maquinaria electoral) no existía una gran comprensión de que la verdadera seguridad digital requería tanto una mejor infraestructura técnica como una mayor conciencia pública sobre los riesgos por parte de los hackers, de la intromisión, desinformación, y lo demás. El dominio corporativo de EE. UU. y su magia técnica en algunas áreas parecían haber cegado al país para las debilidades en otras, más relevantes.

4. El poder de las plataformas

Al parecer, en ese contexto, las pocas plataformas gigantes de las redes sociales de EE. UU. han tenido que resolver solas los problemas que pudieran surgir de la manera en que mejor les convenía. Como era de esperar, priorizaron los precios de sus acciones y su rentabilidad. Durante los años de la administración de Obama, estas plataformas crecieron bulliciosamente y no estaban reguladas esencialmente. Dedicaron su tiempo a solidificar sus habilidades técnicas para vigilar en profundidad a sus usuarios, para que la publicidad en las plataformas sea cada vez más eficaz. En menos de una década, Google y Facebook se convirtieron en un duopolio virtual en el mercado publicitario digital.

Facebook también devoró a sus potenciales competidores como WhatsApp e Instagram sin encender las alarmas antimonopolio. Todo esto le dio más datos y le ayudó a mejorar sus algoritmos para mantener a los usuarios en la plataforma y orientarlos con anuncios. Si subimos una lista de objetivos ya identificados, el motor de la inteligencia artificial de Facebook encontrará amablemente un público parecido y mucho más grande que podría ser receptivo a ese mensaje dado. Después de 2016, ya era obvio el grave daño que esta herramienta podía crear.

Mientras tanto, Google (cuyos rankings de búsqueda pueden hacer o deshacer una empresa, un servicio o un político, y cuyo servicio de correo electrónico tenía mil millones de usuarios hasta 2016) también operaba la plataforma de vídeos YouTube, que es además un canal de información y propaganda en todo el mundo. Un estudio de The Wall Street Journal a principios de este año descubrió que el algoritmo de recomendación de YouTube solía llevar a los espectadores hacia el contenido extremista al sugerir versiones más provocativas de lo que estaban viendo, una buena forma de mantener su atención.

Era lucrativo para YouTube, pero también una gran ventaja para las teorías de la conspiración, ya que las personas se sienten atraídas por los postulados novedosos e impactantes. "Tres títulos de Alex Jones" se convirtió en una broma: no importaba qué veíamos en YouTube, se decía, siempre estaríamos a tres recomendaciones de un vídeo del conspirador de derechas que popularizó la idea de que nunca había sucedido el tiroteo en la escuela Sandy Hook (EE.UU.) en 2012 y que los desconsolados padres eran meros actores que formaban parte de una tenebrosa conspiración contra los propietarios de armas.

Twitter, aunque siendo más pequeño que Facebook y Google, jugó un papel descomunal gracias a su popularidad entre los periodistas y las personas comprometidas políticamente. Su filosofía abierta y el fácil planteamiento de los seudónimos les conviene a los rebeldes de todo el mundo, pero también atrae a los troles anónimos que atacan a las mujeres, disidentes y minorías. A principios de este año se reprimió el uso de cuentas de robots que los troles utilizaban para automatizar y amplificar los tuits abusivos.

El formato conciso y rápido de Twitter también beneficia a cualquier persona con una relación profesional o instintiva con la atención, que es el recurso básico de la economía digital.

Por ejemplo, alguien como una estrella de televisión. Alguien con una extraña habilidad para idear menosprecios, apodos virales para sus oponentes, y para hacer promesas jactanciosas que resonó con un reajuste en la política estadounidense, un reajuste que no apreciaban ni los agentes del poder republicanos ni los demócratas.

La campaña de Donald Trump se destacó en el uso de Facebook, ya que fue diseñado para ser utilizado por los anunciantes.

Foto: La campaña de Donald Trump sobresalió en el uso de Facebook, ya que fue diseñado para ser utilizado por los anunciantes. Crédito: Brett Carlsen | Stringer | Getty Images.

Donald Trump, como es ampliamente reconocido, sobresale en el uso de Twitter para captar la atención. Pero su campaña también se distingue por su uso de Facebook, ya que fue diseñada para ser utilizada por los anunciantes, probando mensajes en cientos de miles de personas y realizando microtargeting con los que mejor funcionaron. Facebook había involucrado a sus propios empleados dentro de la campaña de Trump para ayudarle a usar la plataforma de manera efectiva (por lo tanto, gastar mucho dinero en ella), pero también les impresionó lo bien que se desempeñó el propio Trump. En notas internas posteriores, según se informa, Facebook denominaría la campaña de Trump como "innovadora" de la que se podría aprender. Facebook también ofreció sus servicios a la campaña de Hillary Clinton, pero ella optó por usarlos mucho menos que Trump.

En los últimos años las herramientas digitales han aparecido significativamente en los sobresaltos políticos de todo el mundo, incluidos los que dejaron atónitas a las élites: el voto de Gran Bretaña para abandonar la Unión Europea y los éxitos de la extrema derecha en Alemania, Hungría, Suecia, Polonia, Francia y otros lugares. Facebook ayudó al caudillo filipino Rodrigo Duterte con su estrategia electoral e incluso fue citado en un informe de la ONU por haber contribuido a la campaña de limpieza étnica en contra de la minoría rohingya en Myanmar.

No obstante, las redes sociales no son la única tecnología aparentemente democratizadora que los extremistas y los autoritarios han captado. Los operadores rusos que querían hackear las comunicaciones de los funcionarios del Partido Demócrata usaron Bitcoin (una criptomoneda creada para brindar el anonimato y la libertad de no depender de las instituciones financieras) para comprar herramientas como redes privadas virtuales, que pueden ayudar a cubrir las huellas online. Luego utilizaron estas herramientas para crear organizaciones de noticias locales falsas en las redes sociales de EE. UU.

Allí comenzaron a publicar materiales con el fin de fomentar la polarización. Los troles rusos se hicieron pasar por musulmanes estadounidenses con afinidades terroristas y como supremacistas blancos en contra de la inmigración. Se hicieron pasar por activistas de Black Lives Matter exponiendo la brutalidad policial y como personas que querían adquirir armas de fuego para disparar a los agentes de policía. Al hacerlo, no solo avivaron las llamas de la división, sino que proporcionaron pruebas a los integrantes de cada grupo de que sus oponentes imaginarios eran de hecho tan horribles como habían sospechado. Estos troles también acosaban incesantemente online a los periodistas y simpatizantes de Clinton, que acabó en una avalancha de noticias sobre la polarización entre los demócratas.

5. Las lecciones de la época

¿Cómo sucedió todo esto? ¿Cómo las tecnologías digitales pasaron de empoderar a los ciudadanos y derrocar a los dictadores a ser utilizadas como herramientas de opresión y discordia? Existen varias lecciones fundamentales.

En primer lugar, tuvo lugar un deterioro de los guardianes de la información al estilo antiguo (como los medios, las ONG y las instituciones gubernamentales y académicas), al mismo tiempo que el empoderamiento de los desamparados, que también de alguna manera ha debilitado profundamente a los segundos. Los disidentes pueden evitar la censura más fácilmente, pero la esfera pública a la que ahora pueden llegar es a menudo demasiado ruidosa y confusa para crear un gran impacto. Aquellos que desean llevar a cabo un cambio social positivo tienen que convencer a las personas de que el mundo necesita ese cambio y que existe una forma constructiva y razonable de realizarlo. Los autoritarios y los extremistas, por otro lado, a menudo solo tienen que enturbiar las aguas y debilitar la confianza en general para que todos estén demasiado fracturados y paralizados para actuar. Los viejos guardianes bloqueaban algo de verdad y de discrepancias, pero también muchas formas de desinformación.

Los antiguos guardianes de la información bloquearon algo de verdad y disentimiento, pero también muchas formas de desinformación.

Foto: Los antiguos guardianes de la información bloqueaban algo de verdad y de discrepancias, pero también muchas formas de desinformación. Crédito: Chip Somodevilla | Getty Images.

En segundo lugar, los nuevos guardianes algorítmicos no son meramente vías neutrales para la verdad y la falsedad (como les gusta creer). Ganan su dinero manteniendo a las personas en sus páginas web y aplicaciones; algo que alinea sus incentivos estrechamente con aquellos que avivan la atrocidad, difunden la desinformación y apelan a los prejuicios y preferencias ya existentes de la gente. Los viejos guardianes fracasaron de muchas maneras, y seguramente su fracaso ayudó a alimentar la desconfianza y la duda, pero los nuevos guardianes triunfaron alimentando la desconfianza y la duda, con la única condición de seguir obteniendo más clics.

En tercer lugar, la derrota de los guardianes ha sido especialmente grave en el periodismo local. Mientras que algunos grandes medios de comunicación de Estados Unidos han logrado (hasta ahora) sobrevivir a la agitación causada por internet, este desplome ha destruido casi por completo a los periódicos locales, y ha perjudicado a la industria en muchos otros países. Eso ha creado un terreno fértil para la desinformación. También ha significado menos investigación y responsabilidad de aquellos que ejercen el poder, especialmente a nivel local. Los operarios rusos que crearon marcas falsas de medios locales en EE. UU. o entendieron el hambre por las noticias locales o simplemente tuvieron suerte con esta estrategia. Sin controles locales , la corrupción  crece y se cuela hasta alimentar una ola de corrupción global que juega un papel importante en muchas de las crisis políticas actuales.

La cuarta lección tiene que ver con el tan publicitado tema de las burbujas de filtros o las cámaras de eco: la afirmación de que en internet solo encontramos puntos de vista similares a los nuestros. Esto no es completamente cierto. Si bien los algoritmos a menudo ofrecerán a las personas algo que ya querían oír, los estudios muestran que probablemente encontraremos una variedad más amplia de opiniones online que offline, o que antes de la llegada de las herramientas digitales.

Más bien, el problema aparece cuando encontramos puntos de vista opuestos en el contexto de las redes sociales, porque no es como leerlas en un periódico mientras estamos sentados solos. Es como escucharlos del equipo contrario mientras estamos sentados con nuestros amigos en un estadio de fútbol. Online implica que estamos conectados con nuestras comunidades y buscamos la aprobación de nuestros compañeros de ideas afines. Nos vinculamos con nuestro equipo gritando a los simpatizantes del otro. En términos sociológicos, fortalecemos nuestro sentimiento de pertenencia "dentro del grupo" aumentando nuestra distancia y la tensión con el "grupo externo" –nosotros contra ellos. Nuestro universo cognitivo no es una cámara de eco, pero sí que lo es nuestro universo social. Por ese motivo diversos proyectos de verificación de hechos en las noticias, aunque son valiosos, no convencen a la gente. El sentido de pertenencia es más fuerte que los hechos.

Una dinámica similar tuvo su papel en las secuelas de la Primavera Árabe. Los revolucionarios acabaron atrapados en las luchas internas en las redes sociales y se dividían en grupos cada vez más pequeños, mientras que al mismo tiempo los autoritarios movilizaban a sus partidarios para atacar a los disidentes y los definían como traidores o extranjeros. Ese tipo de acoso y cacería "patriótica" es probablemente una mayor amenaza para los disidentes que los ataques orquestados por los gobiernos.

También de esta forma los operativos rusos alimentaron la polarización en Estados Unidos, pasándose simultáneamente como inmigrantes y supremacistas blancos, entusiastas partidarios de Trump y "Bernie Bros". El contenido del argumento no importaba; buscaban paralizar y polarizar más que convencer. Sin los guardianes antiguos en el camino, sus mensajes podían alcanzar a cualquiera, y con el análisis digital a su alcance, podían perfeccionarlos al igual que cualquier anunciante o campaña política.

En quinto lugar, como final, Rusia explotó la débil seguridad digital de Estados Unidos, su mentalidad de "nadie más que nosotros", para subvertir el debate público en torno a las elecciones estadounidenses de 2016. Los hackers y la publicación de correos electrónicos del Comité Nacional Demócrata y la cuenta del director de la campaña de Clinton, John Podesta, se convirtieron en una campaña de censura que inundó los canales de medios convencionales con contenido casi irrelevante. Como el escándalo del correo electrónico de Clinton dominó el ciclo de las noticias, ni la campaña de Trump ni la de Clinton obtuvieron el análisis mediático que se merecían.

No existen las respuestas fáciles ni las respuestas puramente digitales.

Esto demuestra, en última instancia, que "nadie más que nosotros" dependía de una interpretación errónea de lo que significa la seguridad digital. Es posible que Estados Unidos aún tenga las capacidades ofensivas más profundas en ciberseguridad. Pero Podesta cayó por un correo electrónico de suplantación de identidad (phishing), la forma más simple de hacking, y los medios estadounidenses cayeron en la trampa de la atención. Por su hambre de clics y chats, y por su incapacidad de entender cómo opera la nueva esfera digital, se desviaron de su trabajo principal a un pantano confuso. La seguridad no se refiere solo a quién tiene más superordenadores Cray y expertos en criptografía, sino a comprender cómo funciona la atención, la sobrecarga de información y las relaciones sociales en la era digital.

Esta potente combinación explica por qué, desde la Primavera Árabe, el autoritarismo y la desinformación han prosperado, y una competencia fluida y abierta de ideas no lo ha hecho. Quizás la expresión más simple del problema se resume en la original declaración de objetivos de Facebook (que la red social cambió en 2017, después de una reacción violenta contra su papel en la difusión de información errónea). Era “para hacer que el mundo sea más abierto y conectado". Resulta que esto no es necesariamente un bien genuino. Abierto a qué, y conectado ¿cómo? La necesidad de hacer esas preguntas es a lo mejor la lección más importante de todas.

6. El camino a seguir

¿Qué hacer? No hay soluciones fáciles. Más importante aún, no hay soluciones puramente digitales.

Sin duda habrá que hacer algo en el ámbito digital. Se debería corregir el débil marco antimonopolio que permitió a unos pocos gigantes empresariales convertirse en casi monopolios. No obstante, si se dividen simplemente estos gigantes sin cambiar las reglas del juego online eso podría generar muchas compañías más pequeñas usando las mismas técnicas depredadoras de vigilancia de datos, microtargeting y "empujones" (nudging en inglés).

La vigilancia digital ubicua en su forma actual debería sencillamente desaparecer. No existe ninguna razón justificable para permitir que tantas empresas acumulen tantos datos de tantas personas. Invitar a los usuarios a "hacer un clic aquí para aceptar" los términos de uso imprecisos y difíciles de definir no produce un "consentimiento informado". Si hace dos o tres décadas, antes de que entráramos como sonámbulos en este mundo, una corporación llegara a sugerir tanta recolección imprudente de datos como un modelo de negocio, nos hubiéramos horrorizado.

Existen muchas maneras de operar con los servicios digitales sin extraer tantos datos personales. Los anunciantes han vivido antes sin eso, pueden hacerlo de nuevo, y probablemente sea mejor si los políticos no tengan la posibilidad de hacerlo tan fácilmente. Los anuncios se pueden adjuntar al contenido, en lugar de ser dirigidos a las personas: está bien publicitar un equipo de buceo si estoy en un foro de debate de buceadores, por ejemplo, en vez de usar mi comportamiento en otras páginas web para descubrir que soy buzo y luego seguirme a todas partes, ya sea online u offline.

Pero no hemos llegado aquí donde estamos simplemente debido a las tecnologías digitales. El Gobierno ruso podía haber usado plataformas online para remotamente entrometerse en las elecciones estadounidenses, pero Rusia no creó las condiciones de la desconfianza social, las instituciones débiles y las élites indiferentes que hicieron que Estados Unidos fuera vulnerable a ese tipo de intromisión.

Rusia se metió en la política de los Estados Unidos, pero no creó las condiciones que hicieron a los Estados Unidos vulnerables a esa intromisión.

Foto: Rusia se entrometió en la política de Estados Unidos, pero no creó las condiciones que hicieron a Estados Unidos vulnerable a esa intromisión. Crédito: Chris McGrath | Getty Images.

Rusia no hizo que EE. UU. (y sus aliados) iniciaran y luego manejaran tan terriblemente una gran guerra en el Oriente Medio, cuyas secuelas (incluida la actual crisis de los refugiados) siguen causando estragos, y para las cuales prácticamente nadie ha sido considerado responsable. Rusia no creó el colapso financiero de 2008: eso sucedió a través de las prácticas corruptas que enriquecieron enormemente a las instituciones financieras, después de lo cual todas las partes culpables se marcharon indemnes, algunas incluso más ricas, mientras que millones de personas perdieron sus empleos y no pudieron reemplazarlos con otros parecidos.

Rusia no alentó las gestiones que han reducido la confianza de los estadounidenses en las autoridades sanitarias, en las agencias ambientales y en otros reguladores. Rusia no creó la puerta giratoria entre el Congreso y las empresas de presión política que contratan a los ex políticos ofreciéndoles generosos salarios. Rusia no ha rescindido el financiamiento de la educación superior en Estados Unidos. Rusia no ha creado la red global de paraísos fiscales en la cual las grandes corporaciones y los ricos pueden acumular enormes riquezas, mientras se recortan los servicios básicos del Gobierno.

Estas son las grietas sobre las que algunos memes pueden jugar un papel descomunal. Y no solo los memes rusos: sea lo que sea lo que Rusia haya hecho, los actores domésticos en Estados Unidos y en Europa Occidental han sido participantes ansiosos y mucho mayores en el uso de las plataformas digitales para difundir la desinformación viral.

Incluso el entorno libre para todos en el que estas plataformas digitales han operado durante tanto tiempo se podría considerar como un síntoma del problema más amplio, un mundo en el que los poderosos tienen pocas restricciones sobre sus acciones mientras que todos los demás acaban exprimidos. Los salarios reales en Estados Unidos y Europa están bloqueados y lo han sido durante décadas, mientras que las ganancias corporativas se han mantenido altas y han bajado los impuestos sobre los ricos. Los jóvenes hacen malabarismos con múltiples trabajos, a menudo mediocres, pero les resulta cada vez más difícil tomar el paso tradicional de la construcción de riqueza comprándose su propia casa, a menos si ya provienen de privilegios y grandes herencias.

Si la conectividad digital proporcionó la chispa, el incendio ocurrió porque las llamas ya estaban en todas partes. El camino a seguir no es cultivando la nostalgia por los guardianes de la información del viejo mundo o por el idealismo de la Primavera Árabe. Tenemos que descubrir cómo en el siglo XXI deberían funcionar nuestras instituciones, nuestros mecanismos de control y equilibrios, y nuestras garantías sociales, no solo para las tecnologías digitales sino también para la política y la economía en general. Esta responsabilidad no depende de Rusia, o únicamente de Facebook o Google o Twitter. Depende de nosotros.

Zeynep Tufekci es profesora asociada en la Universidad de Carolina del Norte y colaboradora de opinión en The New York Times.

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