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Mucho antes de Internet, el discurso de odio floreció en cámaras de resonancia de otro tipo.

Tecnología y Sociedad

La tecnología en Kenia: un arma de doble filo entre odio y digitalización

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La Comisión de Revisión Independiente consideró en 2008 que la tecnología sería una herramienta para que Kenia cerrase la brecha entre la clase política y el resto de la sociedad. Sin embargo, diez años después, la realidad es que la digitalización del país ha fomentado los discursos del odio a través de, entre otros, las redes sociales

  • por Nanjala Nyabola | traducido por Ana Milutinovic
  • 28 Agosto, 2018

En 2007, el actual presidente Mwai Kibaki ganó las elecciones presidenciales en Kenia que causaron división entre la sociedad. Las protestas en las calles se intensificaron hasta llegar a la violencia étnica en algunas partes del país, y hasta abril de 2008 más de 1.500 personas fueron asesinadas. Una década más tarde, otras elecciones también causaron denuncias generalizadas por fraude y más violencia. Las víctimas mortales no fueron tantas en esta ocasión, poco más de 100 asesinados, casi todos por la policía en los bastiones de la oposición.

La tecnología y la política están estrechamente unidas en Kenia, en parte porque la tecnología fue propuesta como la solución a los problemas estructurales que desembocaron en violencia después de las elecciones de 2007. La Comisión de Revisión Independiente establecida en 2008 argumentó que la tecnología ayudaría a cerrar la brecha de confianza entre los actores políticos principales y protegería la autonomía de la burocracia en torno a las elecciones. En línea con las recomendaciones de la Comisión, se han informatizado el registro de los votantes, la identificación y el escrutinio de los votos. Estos esfuerzos culminaron en las elecciones de 2017, que se suponía que iban a ser las primeras elecciones totalmente digitales de África.

El hecho de que no funcionaran presenta una lección de lo que la tecnología puede y no puede arreglar en la política. Tal vez la lección principal es que cuando las plataformas de comunicación atienden a audiencias específicas mientras excluyen a los demás, en medio de las divisiones sociales existentes, el discurso de odio prospera. Y esto era tan cierto con la tecnología antes de Internet como lo es ahora.

Hace veinticinco años, Kenia tenía una emisora ​​de radio y televisión de propiedad estatal, pero hasta el año 2017 había más de 60 cadenas de televisión con licencia y 178 de radio. Kenia tiene dos idiomas oficiales, inglés y kiswahili, y al menos 44 grupos étnicos, de los cuales la mayoría habla una tercera lengua que a menudo es incomprensible para los demás grupos. Como parte del proceso de la democratización en la década de 1990, las emisoras de radio de lenguas locales se fomentaron para atraer a más personas a la conversación nacional y preservar las culturas regionales.

Resultado inesperado

Pero resulta que las emisoras de radio de idiomas locales son particularmente vulnerables a convertirse en canales de incitación al odio. Funcionan como sistemas cerrados protegidos del escrutinio por parte de las instituciones que no disponen de la capacidad de gestionarlos, o que no tienen interés en hacerlo. Cuando se identificó en estas cadenas la amenaza inherente, ya se había materializado y los reguladores todavía están poniéndose al día. Kenia cuenta con leyes que prohíben el discurso de odio en los medios y con numerosos órganos que aparentemente trabajan en contra del mismo, pero en julio de 2017, la Comisión Nacional de Integración y Cohesión advirtió que Kameme FM, una emisora de radio en el idioma kikuyu, propiedad del presidente keniano Uhuru Kenyatta, era responsable de la mayoría de las incidencias del discurso de odio relacionadas con las elecciones. A pesar de este hallazgo, la emisora no recibió censura pública.

La tecnología ha cambiado radicalmente en Kenia durante la última década, como lo ha hecho en todas partes. Casi nueve de cada 10 personas tienen un teléfono móvil, y una cuarta parte de las casas tiene conexión a Internet, una de las tasas más altas de los países en vías de desarrollo. En una población de aproximadamente 48 millones, en Kenia existen al menos siete millones de cuentas de Facebook y otros 10 millones en WhatsApp. Twitter va por detrás con solo un millón de cuentas, pero sustituye a la televisión y a la prensa como el principal espacio para la crítica política. La plataforma de transferencia de dinero a través de un teléfono móvil, mPesa, llevaba menos de seis meses existiendo en el momento de las elecciones de 2007. Hoy en día, las transacciones en mPesa equivalen a casi un tercio del PIB del país, y Kenia tiene el mayor número de transacciones de dinero a través del móvil en el mundo.

Una mejor forma de manipular

Estas tecnologías han transformado la manera en la que los kenianos producen y consumen la información política y, por ende, la forma en la que interactúan entre sí. Sin embargo, las causas del discurso de odio en las emisoras de radio de lenguas locales no han desaparecido. Muchas de las prácticas que horrorizan a los analistas en Occidente -la explotación de la política de identidad para ganar las elecciones, o la influencia del dinero en la toma de decisiones en la política electoral, por ejemplo- resultan familiares para los keniatas. La empresa Cambridge Analytica, acusada por utilizar datos de Facebook para manipular votantes en los Estados Unidos y el Reino Unido, ha estado presente y activa en Kenia desde al menos 2012 (ver Los efectos del escándalo de Facebook para el futuro de la democracia).

La tecnología ha ofrecido a la gente poderosa una forma más efectiva de influir en el electorado usando un lenguaje que deshumaniza al "otro", particularmente sobre la base del origen étnico, y luego pagando a las personas para promover la violencia que provoca represalias. Con Internet, la información viaja más rápido, sin la edición o verificación de un editor. La misma velocidad que hace que las redes sociales sean la vía preferida para alertar al público sobre emergencias, también se convierte en especialmente eficaz para diseminar opiniones llenas de odio. Además, la información en las redes sociales viaja de forma más o menos insular, y eso crea menos probabilidades de encontrar opiniones contrarias o desafiantes.

División por diseño

Según expertos como Zeynep Tufecki, algunas de las características que fomentan el discurso de odio están integradas en la lógica de estas plataformas, y de hecho representan el atractivo para los anunciantes. Se trata de lo que hace posible la micro-publicidad y, por lo tanto, crea la rentabilidad. De nuevo, esto no ha empezado con Internet; el mercado de la radio en Kenia, de manera similar, se estratificó para vender publicidad.

Las audiencias estratificadas pueden ser buenas para los anunciantes, pero debilitan el papel de los medios porque el discurso público entre los diferentes grupos ya no comienza desde el mismo punto. La estratificación también influye en que estos espacios sean más difíciles de supervisar por parte de los reguladores. En 2007, los kenianos se amotinaron en respuesta a acusaciones de violencia, transmitidas en las radios de lenguas locales, que resultaron infundadas. En 2017, los memes con cargos étnicos alegaron que ocurriría un genocidio en Kenia si prevalecían ciertos candidatos. La ausencia de la comprobación de datos, verificación y supervisión en estas plataformas, junto con la velocidad de transmisión, permite que se propague este tipo de rumores incendiarios.

Kenia nos recuerda que con cada evolución de la tecnología surgen nuevas preocupaciones sobre su papel en la política. La tecnología refleja los valores de las sociedades en las que se implementa y no puede solucionar problemas que una comunidad no está dispuesta a arreglar. Internet ha acelerado el discurso político y lo ha aislado aún más del análisis, imitando y amplificando la experiencia de los kenianos con las emisoras de radio en lenguas locales, y recordándonos que algunos problemas resultan más grandes que el medio.

Nanjala Nyabola es autora de Democracia Digital, Políticas Análogas: cómo la era de Internet transforma a Kenia.

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