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Peter Crowther

Tecnología y Sociedad

El peligro de que el pasado digital de los jóvenes les persiga para siempre

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La adolescencia era una época en la uno se podía equivocar y los errores acababan en el olvido. Ahora, la vida de los adolescentes está expuesta al público continuamente, lo que crea una generación poco arriesgada que debe dar una imagen pública perfecta para evitar futuros problemas

  • por Kate Eichhorn | traducido por Ana Milutinovic
  • 24 Enero, 2020

Hasta finales del siglo XX, la mayoría de los jóvenes podían dar algo por sentado: cualquier cosa vergonzosa que hicieran se olvidaría con el tiempo. En la era analógica, incluso aunque se tomara una foto de un mal corte de pelo, o de alguien que se emborracha y vomita en una fiesta, la probabilidad de que la imagen se reprodujera y que circulara durante años era mínima. Lo mismo pasaba con los comentarios estúpidos u ofensivos. Al llegar a la universidad nadie creía que sus momentos embarazosos del instituto le seguirían persiguiendo.

Pero eso ha cambiado. Hoy en día, las personas entran en la edad adulta con gran parte de su infancia y adolescencia bajo la lupa. Pero a medida que las identidades y los errores del pasado se vuelven más complicados, dejan de afectar en exclusiva a sus protagonistas. Ahora hay algo mucho más importante que también podría estar en riesgo: la capacidad de cambio y la transformación social.

Esconderse es imposible

En 2015, The New York Times informó de que, la sociedad en su conjunto tomaba un billón de fotografías cada año. En proporción, esta cifra se concentra en los más jóvenes. Algunos de los adolescentes y preadolescentes con los que hablé para mi investigación afirman que hacen más de 300 fotos al día, entre selfis, fotos de amigos cuidadosamente preparadas y capturas de pantalla de las llamadas por FaceTime. Cerca de 1.000 millones de fotografías se suben diariamente solo en Facebook.

Esta incesante actividad fotográfica no empezó con los nativos digitales. Sus padres y abuelos, los primeros usuarios de servicios para compartir fotos como Flickr, ya publicaban en internet los primeros momentos de sus hijos y nietos. Sin permiso ni conocimiento de los usuarios de Flickr, cientos de miles de imágenes subidas a esta página web al final fueron absorbidas por otras bases de datos, incluida MegaFace, un masivo conjunto de datos que se utiliza para entrenar sistemas de reconocimiento facial. ¿El resultado? Muchas de estas fotografías ahora están disponibles para un público para el que nunca estuvieron dirigidas.

Además, los nativos digitales también son la generación más controlada en la escuela. En la actualidad, millones de jóvenes asisten a clases donde las herramientas de aprendizaje online monitorizan su progreso en matemáticas y en sus habilidades de lectura, además de sus interacciones sociales diarias. Esas herramientas capturan algunos momentos que antes eran efímeros en el aprendizaje y en el desarrollo social de los alumnos.

Otros sistemas, como Bark y Gaggle, lo monitorizan todo por cuestiones de seguridad, desde los mensajes de texto, correos electrónicos y publicaciones en redes sociales de los alumnos hasta sus preferencias en YouTube. Y generan alertas cuando registran términos de búsqueda como "suicidarse" y "disparar". Si alguien envía un mensaje a un amigo diciéndole: "Casi me muero de risa hoy en clase", podría acabar interrogado por sus pensamientos suicidas.

Las compañías de seguridad digital escolar suelen eliminar los datos de los alumnos después de 30 días, pero las escuelas y los distritos escolares tienen libertad para conservarlos durante mucho más tiempo. A menudo, estos datos también se comparten con las fuerzas del orden público cuando se identifican algunas posibles amenazas. No está claro qué datos se recopilan ni cuánto tiempo se conservan. Tres senadores estadounidenses escribieron recientemente una carta a más de 50 compañías de tecnología educativa y corredores de datos: "Los alumnos tienen poco control sobre cómo se usan sus datos... [Ellos] a menudo desconocen la cantidad y el tipo de datos que se recopilan sobre ellos y quién puede acceder a ellos". Al fin y al cabo, si no existe ningún tipo de control ni contrapeso, las malas notas o algún mensaje poco adecuado del instituto podrían venderse años después a una agencia de selección de personal.

Imperdonable

En un mundo así, los preadolescentes y adolescentes que cometan un error tienen mucho que perder. Por ejemplo, la joven conocida en Twitter como @NaomiH. En agosto de 2018, ilusionada por la noticia de que había obtenido una deseada beca en la NASA, Naomi se conectó a internet y tuiteó: "TODOS CERRAD LA BOCA. ME HAN ACEPTADO PARA LAS PRÁCTICAS EN LA NASA". Cuando un amigo retuiteó la publicación usando el hashtag de la NASA, un antiguo ingeniero de la NASA la vio y criticó el lenguaje vulgar de Naomi. La NASA finalmente canceló su beca.

Algo similar le pasó @Cellla, quien en 2015 iba a empezar un trabajo mucho menos glamoroso en una pizzería. El usuario tuiteó: "Empiezo con este [insultante] trabajo mañana". Cuando el dueño del restaurante vio el tuit, respondió: "¡No, no empiezas ese trabajo hoy! ¡Acabo de despedirte! ¡Buena suerte con tu vida sin dinero y sin trabajo!". Su implicación fue clara: con un solo tuit, Cellla no solo perdió ese trabajo sino probablemente otros futuros.

En un mundo donde el pasado persigue al presente, los jóvenes pueden calcificar sus identidades, perspectivas y posiciones políticas a una edad cada vez más temprana.

Otros adolescentes han pagado un precio alto por faltas menos obvias. En 2016, el director de la Escuela Secundaria Cañon City de Colorado (EE. UU.) sancionó a un alumno por tuitear: "Los miembros del coro de los conciertos con todo su maquillaje son los únicos payasos que tenemos por aquí". También sancionó a 12 compañeros de clase simplemente porque les gustara el tuit. En 2018, una alumna del último curso del instituto en Sierra High en California (EE. UU.), compartió una publicación en la que aparecía el rapero Snoop Dogg sosteniendo lo que parecía ser un porro de marihuana. Fue suspendida por "participar en propaganda inapropiada sexual y de drogas".

Puede que todas esas publicaciones no sean demasiado educadas. Pero, ¿acaso no es este precisamente el tipo de comportamiento estúpido que se espera de los adolescentes? Y si los adolescentes no pueden ser un poco descarados y cometer errores tontos, ¿qué es lo que se plantea? ¿Estamos perdiendo ese período inaprensible entre la infancia y la edad adulta, un tiempo que, al menos durante el siglo pasado, se reservaba para que las personas exploraran, asumieran riesgos e incluso fracasaran sin grandes consecuencias?

El psicoanalista del siglo XX conocido por su teoría sobre el desarrollo de la identidad, Erik Erikson, en su libro de 1950 Childhood and Society ("Infancia y sociedad") sugirió que la mente adolescente se encuentra en "una etapa psicosocial entre la infancia y la edad adulta, y entre la moralidad aprendida de niño, y la ética que debe desarrollar como adulto". Durante este período, el adolescente puede disfrutar de una "moratoria psicosocial", no por la experiencia, sino por las consecuencias de sus decisiones.

No todos los jóvenes han recibido esta moratoria sobre las consecuencias de forma consistente. De hecho, las tasas de encarcelamiento de jóvenes en Estados Unidos sugieren que para algunos es todo lo contrario, especialmente para los jóvenes de origen latino y afroamericano. Aún así, en la mayoría de comunidades, casi todos están de acuerdo en que los niños y adolescentes deberían poder cometer errores de vez en cuando y que esos errores deberían acabar olvidados y perdonados. Esta es precisamente la razón por la cual la mayoría de las jurisdicciones tratan a los delincuentes juveniles de manera diferente a los adultos.

Pero para los nativos digitales, el registro constante de sus equivocaciones y vergüenzas, incluso de las más pequeñas, significa que este histórico acuerdo parece estar amenazado. Y eso no es una mala noticia solo para ellos, sino para la sociedad en general.

Esclavos de la perfección

Mi investigación sobre las prácticas juveniles y mediáticas indica que a medida que los jóvenes pierden su capacidad de explorar nuevas ideas e identidades y de equivocarse sin consecuencias, se crean dos peligros críticos.

Primero, algunos ya se están volviendo tan reacios al riesgo que podrían perder, como mínimo, una parte de la experimentación define la adolescencia. Mientras las personas como NaomiH y Cellla destacan por su indiscreción, lo que es menos visible es lo cuidadosamente que muchos nativos digitales de ahora preparan sus identidades online, tomando más como ejemplo a algunos CEO que sus atrevidos compañeros.

Al principio, había que tener mínimo 18 años para poder acceder a LinkedIn. Pero en 2013, la red social profesional redujo su edad mínima a 13 años en algunas regiones y a 14 en Estados Unidos, antes de sistematizarlo a los 16 años en 2018. La compañía no quiso decir cuántos alumnos de secundaria usan su plataforma. Pero no son difíciles de encontrar.

Una usuaria de LinkedIn de 15 años (que pidió permanecer en el anonimato por miedo a perder su cuenta) me explicó: "Hice mi primera página de LinkedIn a los 13 años. Fue fácil, solo mentí. Sabía que necesitaba LinkedIn porque era destacado en Google. De esta manera, la gente ve mi lado profesional primero". Cuando le pregunté por qué necesitaba mostrar su "lado profesional" a los 13 años, me explicó que hay mucha competencia para ingresar a las escuelas secundarias de su región. Desde que creó su perfil de LinkedIn en octavo grado, ha añadido nuevos puestos y logros, por ejemplo, presidenta del sindicato de alumnos y directora de operaciones de una organización sin ánimo de lucro que fundó con un compañero de 16 años (quien, como era de esperar, también está en LinkedIn).

Mi investigación sugiere que estos usuarios no son la excepción, sino parte de una creciente demografía de preadolescentes y adolescentes que están preparan activamente sus identidades profesionales. Pero, ¿deberían los niños de 13 o 15 años sentirse obligados a enumerar sus actividades extracurriculares, logros académicos y notas en estas redes profesionales, con fotos en las que aparecen vestidos como empresarios? ¿Y los responsables de admisiones en la universidad y los reclutadores de empleo empezarán a profundizar aún más cuando evalúen a los solicitantes, tal vez buscándolos ya en el instituto? El peligro es que esto puede dar lugar a generaciones de individuos cada vez más cautelosos, personas demasiado preocupadas por lo que otros puedan encontrar o pensar sobre ellos como para tomar riesgos productivos o tener pensamientos innovadores.

El segundo posible peligro resulta aún más preocupante: en un mundo donde el pasado persigue al presente, los jóvenes se arriesgan a calcificar sus identidades, perspectivas y posiciones políticas a una edad cada vez más temprana.

En 2017, la Universidad de Harvard (EE. UU.) revocó la admisión a 10 estudiantes al descubrir que habían compartido memes ofensivos en un chat privado en Facebook. En 2019, la universidad rechazó otra admisión: se trataba del abiertamente conservador superviviente del tiroteo de la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland (EE. UU.) Kyle Kashuv. En el caso de Kashuv, no fue una publicación en las redes sociales lo que causó el problema, y no tenía que ver con su edad adulta. En décimo grado, Kashuv usó repetidamente una palabra inapropiada en un documento compartido en Google creado para un trabajo escolar. Cuando Harvard admitió a Kashuv, sus compañeros recuperaron el documento y lo compartieron con los medios.

Hay razones para aplaudir a Harvard por negarse a admitir a estos estudiantes. Dichas decisiones ofrecen la esperanza de que las futuras generaciones serán responsables por su comportamiento racista, sexista y homofóbico. Este es un paso en una dirección correcta. Pero también tiene un lado negativo.

Cuando Kashuv descubrió que había perdido su plaza en Harvard, hizo lo que cualquier nativo digital haría: compartió su reacción online. En Twitter, escribió: "A lo largo de su historia, la facultad de Harvard ha admitido a propietarios de esclavos, segregacionistas, fanáticos y antisemitas. Si Harvard sugiere que el crecimiento no es posible y que nuestro pasado define nuestro futuro, entonces Harvard resulta una institución inherentemente racista".

Su argumento puede ser una mala excusa para sus acciones, pero plantea una pregunta inevitable: ¿debería el pasado de alguien definir su futuro para siempre? El riesgo consiste en que los jóvenes con puntos de vista extremos en su adolescencia piensen que no tiene sentido cambiar de opinión si se mantiene una percepción negativa de ellos. En pocas palabras, en el futuro, los niños geek seguirán siendo geek, los deportistas tontos seguirán siéndolo y los fanáticos tampoco cambiarán. Las identidades y las perspectivas políticas se endurecerán, no porque las personas se resistan al cambio sino porque no se les permitirá deshacerse de su pasado. En un mundo donde la política partidista y los extremismos siguen ganando terreno, esta puede ser la consecuencia más peligrosa de la madurez en una era en la que ya no se puede ocultar nada.

*El libro más reciente de Kate Eichhorn es 'The End of Forgetting' (El fin del olvido) .

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