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Getty (rama, parejas); Museo Peabody de Essex, vía Wikimedia; Dominio público, vía Wikimedia (grabado, billete, sello); Alan Richards; Shelby White and Leon Levy Archives Center, Instituto de Estudios Avanzados de Princeton (pizarra).

Tecnología y Sociedad

El viaje de China para convertirse en superpotencia científica y tecnológica

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Varias generaciones de intelectuales chinos impulsaron la ciencia y la tecnología occidentales para construir una patria fuerte. En una nueva era de rivalidad entre Estados Unidos y China, cada vez más tensa, cabe preguntarse si su sueño se ha hecho realidad

  • por Yangyang Cheng | traducido por Ana Milutinovic
  • 10 Septiembre, 2021

Un día a finales de marzo, People's Daily, el periódico oficial del Partido Comunista de China, compartió un par de fotos en las redes sociales chinas.

La primera, en blanco y negro, era de la firma del Protocolo Bóxer, el tratado de 1901 entre el imperio Qing, que gobernaba China en ese momento, y 11 naciones extranjeras. Las tropas de ocho de estos países, incluido Estados Unidos, habían ocupado Beijing (China) tras el asedio de sus embajadas por parte de la milicia campesina conocida como los Bóxers. Además de una serie de concesiones, el Gobierno de Qing acordó pagar a las ocho potencias una indemnización de 450 millones de taels de plata (alrededor de 8.500 millones de euros de hoy), casi el doble de su renta anual. El Protocolo Bóxer está grabado en la conciencia china como un doloroso recordatorio del país en su momento más débil.

La segunda imagen, en colores vivos, era del día anterior a la publicación, de la tensa cumbre celebrada en Alaska (EE. UU.) entre altos funcionarios chinos y estadounidenses. Fue la primera reunión de alto nivel entre los dos gobiernos durante la administración de Biden. Los funcionarios criticaron mutuamente al Gobierno de la otra parte por los abusos de derechos humanos y por la beligerancia en el escenario internacional. Al final del acto inaugural, el director de Relaciones Exteriores del Partido Comunista Chino, Yang Jiechi, reprendió a sus homólogos estadounidenses: "¿Acaso no hemos sufrido nosotros, el pueblo chino, lo suficiente de los abusones extranjeros? ¿No hemos sido suficientemente acorralados por las naciones extranjeras frenando nuestro progreso?"

La publicación del People's Daily citó a Yang diciendo: "Ustedes, Estados Unidos, no tienen la competencia para afirmar que hablan con China desde una posición de fuerza". Eso tocó la fibra sensible de la gente; la publicación tiene cerca de dos millones de me gustala cita de Yang ha aparecido en camisetas, pegatinas y fundas para teléfonos móviles a la venta en China. Para muchos chinos, esas duras palabras tienen el dulce sabor de la venganza. China es por fin suficientemente fuerte para enfrentarse a la nación más poderosa del mundo y exigir que la trate como a una igual.

Foto: 'People's Daily' publicó una fotografía de la firma del Protocolo Bóxer junto con una de la cumbre de Alaska. La publicación ha recibido unos dos millones de me gusta.

Desde el último imperio chino hasta la actual República Popular, varias generaciones de políticos e intelectuales han buscado distintas formas de construir una China fuerte. Algunos importaban herramientas e ideas de Occidente. Otros se iban de China en busca de una mejor educación, pero la patria los seguía atrayendo. Reflexionaban sobre las relaciones entre Oriente y Occidente, la tradición y la modernidad, la lealtad nacional y los ideales cosmopolitas. Sus logros y sus pesares han moldeado el camino del desarrollo de China y han trazado los contornos de la identidad china.

Yo soy producto de su complejo legado. Crecí en Hefei, una ciudad de tamaño mediano en el centro-este de China. En mi infancia era un lugar humilde, conocido por sus antiguos campos de batalla, palitos de sésamo y algunas buenas universidades. Pasé los primeros 19 años de mi vida allí y me fui en 2009 para realizar mi doctorado en física en Estados Unidos, donde vivo y trabajo actualmente. El ascenso de mi país de nacimiento evoca en mí sentimientos encontrados.

Me alegro de que la mayoría de los chinos disfruten de un nivel de vida más alto. Pero también me preocupa el lado rígido del nuevo estatus de superpotencia de China. El crecimiento económico y los avances tecnológicos no han dado lugar a más libertades políticas ni a una sociedad más tolerante. El Gobierno chino se ha vuelto más autoritario y su gente más nacionalista. El mundo parece más fracturado en la actualidad.

El Gobierno chino se ha vuelto más autoritario y su gente más nacionalista. El mundo parece más fracturado en la actualidad.

Hefei es hoy en día una metrópolis incipiente con nuevos centros de investigación, plantas de fabricación y start-ups de tecnología. Para dos de los hijos más distinguidos de la ciudad, nacidos con un siglo de diferencia, la aspiración de su vida era una patria fuerte armada con ciencia y tecnología. Uno de estos hombres fue el difunto estadista más venerado del  Gobierno de Qing. El otro es uno de los dos primeros premios Nobel de China. El Protocolo de Bóxer marcó el final de una carrera y sentó las bases para la otra. Crecí con sus nombres y volvía a sus historias. Me enseñan sobre las fuerzas que impulsaron el ascenso de China, sobre cómo las presiones de la geopolítica pueden aplastar vidas, y los riesgos de usar la ciencia para el poder estatal.

Li Hongzhang nació en 1823, en una familia adinerada en Hefei, que en aquel entonces era una pequeña capital de provincia rodeada de tierras de cultivo. Al igual que su padre y su hermano mayor, Li sobresalió en los exámenes imperiales, el sistema centenario de China para elegir a los funcionarios. Con más de un metro ochenta de altura y una mirada penetrante, dominaba el espacio y llamaba la atención. Se distinguió por reprimir las rebeliones campesinas y ascendió rápidamente en la corte imperial para convertirse en el gobernador de más alto rango del imperio Qing, en el ministro de Comercio y de facto en el ministro de Relaciones Exteriores.

Después de la derrota de China ante las fuerzas británicas y francesas en las Guerras del Opio, Li y sus aliados lanzaron una amplia serie de reformas denominadas Movimiento de Asuntos Occidentales, también conocido como "autofortalecimiento". La estrategia fue mejor resumida por el profesor Wei Yuan en su libro de 1844, Tratado ilustrado sobre los reinos marítimos: "Aprenda las tecnologías avanzadas de los bárbaros para mantener a raya a los invasores bárbaros".

Para los intelectuales chinos, el mundo estaba dividido entre hua, la patria de la gloria civilizada, y yi, los lugares donde habitaban los bárbaros. Las embarcaciones cañoneras británicas en la costa sur habían sacudido, pero no destrozado, esta creencia centenaria. Los defensores del autofortalecimiento afirmaban que la tradición china era la base sobre la que se podía injertar la tecnología occidental para su uso práctico. Como ha argumentado el historiador Philip Kuhn, esa lógica también implicaba que la tecnología era culturalmente neutral y podía separarse de los sistemas políticos.

Como intelectual de formación clásica y general probado en batalla, Li defendía tanto las empresas civiles como las militares. Pidió al emperador que construyera el primer ferrocarril chino y fundó la primera compañía de barcos de vapor de propiedad privada del país. Asignó una generosa financiación gubernamental para la Flota de Beiyang, la primera armada moderna de China. En 1865, supervisó la construcción del Arsenal de Jiangnan, la fábrica de armas más grande del este de Asia en aquel entonces. Además de producir maquinaria avanzada para la guerra, también contaba con una escuela y una oficina de traducción, que traducía montones de libros occidentales sobre la ciencia, ingeniería y matemáticas, estableciendo el vocabulario en el que se debatirían estos temas en China.

Li y Lord Salisbury

Foto: Li (en el centro) fotografiado con Lord Salisbury (a la izquierda) y Lord Curzon (a la derecha) durante un viaje a Inglaterra en 1896. Créditos: W. & D. Downey, dominio público, vía Wikimedia

Li también supervisó el primer programa de educación en el extranjero de China, que envió a un grupo de niños chinos de entre 10 y 16 años a San Francisco (EE. UU.) en el verano de 1872. Después de un inicio prometedor, la misión se descarriló por el racismo antichino en EE. UU. y por la obstrucción conservadora en China. Algunos alumnos, al regresar a China, fueron detenidos e interrogados por las autoridades sobre su lealtad. Después de los nueve años agitados de duración, el programa se detuvo en 1881 en vísperas de la Ley de Exclusión China.

Mientras tanto, el vecino Japón había adoptado no solo la tecnología de Occidente sino también sus métodos de gobierno, transformando su sociedad feudal en un estado industrial moderno con un ejército formidable. Durante siglos, la élite china había despreciado a Japón, descartándolo como pequeño e inferior. Cuando los dos países entraron en guerra en 1894, aparentemente por el estatus de Corea, el premio real fue el estatus de potencia asiática preeminente. Japón ganó de manera tajante. Seis años después de esta devastadora derrota, Li firmó el Protocolo Bóxer en nombre del Gobierno de Qing. Murió dos meses después.

Li Hongzhang no podría haber imaginado que, después de su muerte, por los caprichos de la geopolítica el capítulo más vergonzoso de su carrera contribuiría a su histórico sueño de llevar la ciencia y la educación occidentales a China.

A principios del siglo XX, el último imperio chino había perdido su legitimidad. Estallaron rebeliones armadas en todo el país. El régimen de Qing fue derrocado en 1911 y nació la República de China. Los intelectuales progresistas consideraban la tradición china como "podrida y decadente", como un albatros cultural que frenaba a su país. Creían que la salvación nacional exigía adoptar las ideas occidentales. Las pocas voces disidentes fueron suprimidas.

El camino de China hacia la occidentalización recibió al principio algo de ayuda de Estados Unidos. Con la esperanza de mejorar las relaciones entre los dos países, el Gobierno de Estados Unidos decidió devolver casi la mitad de la parte estadounidense de la indemnización que China había acordado pagar por el Protocolo Bóxer. Con la parte estadounidense dictando los términos, una porción de ese dinero se destinó al programa conocido como Becas de Indemnización Bóxer, que ofrecía una de las pocas vías para que los estudiantes chinos estudiaran en EE. UU.

La mayor parte del dinero devuelto se utilizó para establecer una escuela preparatoria de estilo occidental, que se convirtió en la Universidad de Tsinghua, la principal institución tecnológica de China. Li no podría haber imaginado que, después de su muerte, por los caprichos de la geopolítica el capítulo más vergonzoso de su carrera contribuiría a su histórico sueño de llevar la ciencia y la educación occidentales a China. La Universidad de Tsinghua eligió su lema del antiguo texto del I Ching, el Libro de los Cambios: "El trabajo de autofortalecimiento es incesante. Los virtuosos tratan el mundo con generosidad".

En 1945, el joven Chen Ning Yang se graduó de la Universidad de Tsinghua y llegó a la Universidad de Chicago (EE. UU.) para hacer su doctorado con una beca de la indemnización Bóxer. Inspirado por la autobiografía de Benjamin Franklin, que había leído de niño, el aspirante a físico de Hefei se dio a sí mismo el nombre inglés Frank.

Después de la Segunda Guerra Mundial, nacionalistas y comunistas continuaron luchando en China. Yang y su pequeño grupo de estudiantes chinos en el extranjero se enfrentaron a un dilema apremiante: ¿debían permanecer en Occidente, a pesar de su racismo y paranoia anticomunista, y disfrutar de la estabilidad social, comodidad material y oportunidades profesionales? ¿O deberían regresar después de graduarse a su empobrecida patria y ayudar a reconstruirla?

En una larga carta a Yang en 1947, su compañero de clase de la universidad, Huang Kun, escribió: "Es difícil imaginar cómo los intelectuales como nosotros pueden afectar el destino de una nación. En cuanto regresemos, las mentes independientes como las nuestras serán aplastadas sin duda como granos en un molino... pero todavía creo sinceramente que se marcará una diferencia si China nos tiene ahí".

Huang estudiaba en la Universidad de Bristol (Reino Unido). Regresó a China en 1951, dos años después de la victoria comunista, y fue pionero en el campo de la física de semiconductores en el país. El mejor amigo de Yang desde la adolescencia, Deng Jiaxian, subió a un barco de vuelta nueve días después de recibir su doctorado de la Universidad de Purdue (EE. UU.). Se convirtió en líder del incipiente programa de armas nucleares de China. Algunos científicos chinos en el extranjero, entre ellos el antiguo mentor de Yang, Wu Ta-You, siguieron al Gobierno nacionalista a Taiwán, temiendo el Gobierno comunista. Pero Yang decidió quedarse en Estados Unidos después de su doctorado, y en 1949 se incorporó al Instituto de Estudios Avanzados en Princeton en Nueva Jersey (EE. UU.). Allí pasó la mayor parte de las siguientes dos décadas. No vio a ninguno de sus viejos amigos durante muchos años.

En 1957, Yang y su compañero chino graduado de la Universidad de Chicago Tsung-Dao Lee ganaron el Premio Nobel por proponer que cuando algunas partículas elementales se desintegran, lo hacen de una manera que distingue a la izquierda de la derecha. Fueron los primeros chinos en recibir este premio. En su discurso en la ceremonia de la entrega del Nobel, Yang señaló que el premio se había otorgado por primera vez en 1901, el mismo año que tuvo lugar la firma del Protocolo Bóxer. Y añadió: "Estando aquí hoy hablando de esto, soy muy consciente del hecho de que soy, en más de un sentido, el producto de ambas culturas, la china y la occidental, de armonía y de conflicto".

Yang se convirtió en ciudadano estadounidense en 1964 y se trasladó a la Universidad Stony Brook en Long Island (EE. UU.) en 1966 como director fundador de su Instituto de Física Teórica, que más tarde recibió su nombre. Cuando la relación entre Estados Unidos y China empezó a relajarse, Yang visitó su tierra natal en 1971, su primer viaje a China en un cuarto de siglo. Mucho había cambiado. La salud de su padre había empeorado. La Revolución Cultural estaba en pleno apogeo y tanto la ciencia occidental como la tradición china se consideraban herejías. Muchos de los antiguos colegas de Yang, incluidos Huang y Deng, fueron perseguidos y obligados a realizar trabajos forzados. El premio Nobel, en cambio, fue recibido como un dignatario extranjero. Se reunió con los funcionarios de más alto nivel del Gobierno chino y abogó por la importancia de la investigación básica.

En los años siguientes, Yang viajó a China con regularidad. Al principio, sus viajes llamaron la atención del FBI, que consideraba sospechosos los intercambios con los científicos chinos. Pero a finales de la década de 1970, las hostilidades disminuyeron. Mao Zedong había muerto. La Revolución Cultural había terminado. Beijing adoptó las reformas y las políticas de apertura. Los estudiantes chinos podían ir al extranjero a estudiar. Yang ayudó a recaudar fondos para que los investigadores chinos fueran a EE. UU. y para que expertos internacionales viajaran a conferencias en China, donde también ayudó a crear nuevos centros de investigación. Cuando Deng Jiaxian murió en 1986, Yang escribió un emotivo elogio para su amigo, que había dedicado su vida a la defensa nuclear de China. Terminaba con una canción de 1906, una de las favoritas de su padre: "Los hijos de China, sostienen el cielo en alto con una sola mano… El color rojo carmesí nunca desaparece de su sangre derramada en la arena".

Ganadores del premio nobel

Foto: Yang (sentado, a la izquierda) con otros ganadores del Premio Nobel (en el sentido de las agujas del reloj desde la izquierda) Val Fitch, James Cronin, Samuel C. C. Ting e Isidor Isaac Rabi. Créditos: energy.gov, dominio público, vía Wikimedia

Yang se retiró de la Universidad de Stony Brook en 1999 y regresó a China unos años más tarde para enseñar física a los estudiantes de primer año de la Universidad de Tsinghua. En 2015, renunció a su ciudadanía estadounidense y se convirtió en ciudadano de la República Popular China. En un ensayo en el que recuerda a su padre, Yang relató su anterior decisión de emigrar. Escribió: "Sé que, hasta sus últimos días, en un rincón de su corazón, mi padre nunca me perdonó por abandonar mi tierra natal".

En 2007, cuando tenía 85 años, Yang pasó por mi ciudad un día de otoño y dio una charla en mi universidad. Mis compañeros de cuarto y yo esperábamos afuera varias horas antes de empezar la charla, para conseguir preciosos asientos en ese auditorio abarrotado. Yang subió al escenario entre aplausos atronadores y realizó una presentación en inglés sobre su trabajo ganador del Nobel. Me desconcertó un poco su elección de idioma. Uno de mis compañeros de cuarto murmuró, preguntándose si Yang se creía demasiado bueno para hablar en su lengua materna. A pesar de eso, escuchábamos atentamente, agradecidos de estar en la misma sala que el gran científico.

Como estudiante de tercer año de universidad especializándome en física, me estaba preparando para postularme a una escuela de posgrado en Estados Unidos. Me criaron con la idea de que lo mejor de China se iría de China. Dos años después de escuchar a Yang en persona, yo también me matriculé en la Universidad de Chicago. Me doctoré en 2015 y me quedé en EE. UU. para una investigación postdoctoral.

Unos meses antes de despedirme de mi tierra natal, el Gobierno central lanzó su emblemático programa de reclutamiento en el extranjero, el Plan de los Mil Talentos, animando a los científicos y empresarios tecnológicos a mudarse a China con la promesa de una generosa compensación personal y una sólida financiación para investigación. En la década posterior, han surgido decenas de programas similares. Algunos, como el Plan de los Mil Talentos, cuentan con el apoyo del Gobierno central. Otros son financiados por municipios locales.

La agresiva búsqueda de Beijing de talentos formados en el extranjero es un indicador de la nueva riqueza y ambición tecnológica del país. Aunque la mayoría de estos programas no son exclusivos de las personas de origen chino, los materiales promocionales apelan de forma rutinaria a los sentimientos de pertenencia nacional, haciendo un llamamiento a la diáspora china para que regrese a casa. Los caracteres chinos rojos en negrita encabezaban la página web del Plan de los Mil Talentos: "La patria te necesita. La patria te da la bienvenida. La patria pone sus esperanzas en ti".

Sin embargo, en estos días, el sitio web no es accesible. Desde 2020, las menciones del Plan de los Mil Talentos han desaparecido en gran medida de internet en China. Aunque el programa continúa, su nombre está censurado en los motores de búsqueda y prohibido en los documentos oficiales en China. Desde los últimos años de la administración de Obama, el reclutamiento en el extranjero del Gobierno chino ha sido objeto de un control cada vez mayor por parte de las fuerzas del orden de Estados Unidos. En 2018, el Departamento de Justicia estadounidense inició la Iniciativa China destinada a combatir el espionaje económico, con un enfoque en el intercambio académico entre los dos países. El Gobierno de EE. UU. también ha impuesto varias restricciones a los estudiantes chinos, acortando sus visados y negando el acceso a instalaciones de disciplinas consideradas "sensibles".

Mi madre teme que las fronteras entre Estados Unidos y China vuelvan a cerrarse como durante la pandemia, por fuerzas tan invisibles como un virus e incluso más mortales.

Hay problemas reales de conducta ilícita en los programas de talentos chinos. A principios de este año, un químico asociado con el Plan de los Mil Talentos fue condenado en Tennessee (EE. UU.) por robar secretos comerciales para revestimientos de latas de bebidas sin BPA. Un investigador de un hospital de Ohio (EE. UU.) se declaró culpable de robar diseños para el aislamiento de exosomas utilizado en los diagnósticos médicos. Algunos científicos de EE. UU. no revelaron sus ingresos adicionales desde China en las propuestas de subvenciones federales o en las declaraciones de impuestos. Todos son casos de codicia o negligencia individual. Sin embargo, el FBI los considera parte de una "amenaza de China" que exige una respuesta de "toda la sociedad".

Según los informes, la administración de Biden está considerando cambios en la Iniciativa China, que muchas asociaciones científicas y grupos de derechos civiles han criticado como "discriminación racial". Pero no se han hecho anuncios oficiales. Bajo el Gobierno de Biden se han abierto nuevos expedientes y  las restricciones a los estudiantes chinos siguen vigentes.

Desde China, las sanciones, los enjuiciamientos y los controles de exportación impuestos por Estados Unidos parecen una continuación del "acoso" extranjero. Lo que ha cambiado en los últimos 120 años es el estatus de China. En la actualidad no se trata de un imperio que se desmorona, sino de una superpotencia en ascenso. Los formuladores de políticas de ambos países utilizan un lenguaje tecnonacionalista similar para describir la ciencia como una herramienta de grandeza nacional y a los científicos como si fueran activos estratégicos en la geopolítica. Ambos gobiernos trabajan en el uso militar de las tecnologías como la computación cuántica y la inteligencia artificial.

"No queremos conflictos, pero apreciamos una dura competencia", afirmó el asesor de seguridad nacional Jake Sullivan en la cumbre de Alaska. Yang Jiechi respondió argumentando que las confrontaciones pasadas entre los dos países solo habían perjudicado a Estados Unidos, mientras que China se recuperaba.

Gran parte de la sociedad china disfruta con la perspectiva de competir contra Estados Unidos. Una frase popular de Mao es: "¡Los que se retrasen serán golpeados!" La expresión se originó en un discurso de Iósif Stalin, destacando la importancia de la industrialización para la Unión Soviética. Para los chinos, que en gran medida desconocen sus orígenes, evoca el pasado reciente, cuando una China débil fue saqueada por los extranjeros. Cuando yo era pequeña, mi madre solía repetir esa frase en casa, sintetizando un siglo de humillación nacional en una motivación personal por la excelencia. Más tarde, en la edad adulta, empecé a cuestionar la lógica subyacente: ¿Tiene sentido una rivalidad entre naciones? ¿Con qué métrica y con qué fin?

Después de 11 años de diseñar detectores de partículas y buscar materia oscura, dejé la física a finales de 2020 para un puesto en la política científica y ética. Fue una decisión muy difícil y todavía tengo la sensación de pérdida asociada con el cambio. Pero cada día que pasa, las noticias de mi país de nacimiento y de mi hogar adoptivo me recuerdan por qué tomé esa decisión. Los avances en ciencia y tecnología han creado una riqueza sin precedentes, pero también desigualdad y capacidad para causar daño. En la febril carrera por el poder y la supremacía, las preocupaciones sobre la ética y la sostenibilidad se ven ahogadas por los vítores chovinistas.

Mi madre ha estado intentando persuadirme para que regrese a China. Me cuenta cómo Hefei se ha despojado de su imagen oxidada y obrera para convertirse en una ciudad moderna. "¡Tiene un nuevo sistema de metro! ¿Sabes lo rápido que es?" pregunta por teléfono. La sinceridad de su voz me rompía el corazón.

Quiero decir que no me importan los trenes rápidos ni los edificios nuevos, de verdad que no, pero también sé que a mi madre tampoco le importan. Su orgullo por el desarrollo de su país es genuino. Sin embargo, si hay algo que ama más que su tierra natal, es su hija. Mi madre quiere que regrese no por unos elevados ideales de patriotismo, aunque cree en ellos; ni por el avance de mi carrera, aunque el Gobierno chino ha estado invirtiendo fuertemente en las ciencias fundamentales. Mi madre quiere que vuelva porque tiene miedo.

Teme que las fronteras entre Estados Unidos y China vuelvan a cerrarse como durante la pandemia, por fuerzas tan invisibles como un virus e incluso más mortales. Teme por mi seguridad en un país extranjero que, en muchos sentidos, es cada vez más hostil hacia mi raza y mi nacionalidad. Lo que mi madre no sabe, o no quiere aceptar, es que mi patria tampoco es segura para mí. El estado puede controlar la segunda economía más grande del mundo y un ejército fuerte, pero aún sigue demasiado frágil para permitir la disidencia. A veces, la vida de un ciudadano chino significa seguir la propia conciencia sin refugio a la vista.

En el templo familiar de Li Hongzhang, en las afueras de Hefei, hay un viejo árbol de magnolia yulan. Alta y fragante, la magnolia yulan era uno de los árboles favoritos de la realeza. Cuenta la leyenda que este árbol fue un regalo del primer ministro japonés en el 70 cumpleaños de Li. Li lo plantó él mismo. En menos de un año, los dos países entraron en guerra. El árbol ha sobrevivido tanto a los dos hombres como a los imperios a los que servían. Florece todos los años y a veces da frutos. Es testigo y también maestro. Un día, cuando pueda regresar a China y a Hefei, espero visitar la antigua residencia de Li.

Espero estar allí en primavera, cuando la magnolia yulan florezca. Sus flores serán del blanco más puro. Sus pétalos serán gruesos y lisos. Sus ramas se elevarán hacia el cielo. Cuando el Sol ilumine el lugar adecuado, su sombra tendrá la forma del hogar.

Yangyang Cheng es física de partículas y becaria postdoctoral en la Facultad de Derecho de Yale (EE. UU.).

Tecnología y Sociedad

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