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Tecnología y Sociedad

Business Impact: Singapur busca una innovación propia

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El país asiático se ha gastado miles de millones de dólares en I+D y ha atraído a las superestrellas de la tecnología. ¿Por qué no consigue innovar?

  • por Dawn Lim | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 18 Septiembre, 2012

El software que el emprendedor Terence Swee distribuye por todo el mundo se desarrolló en Singapur, pero es difícil que llegues a conocer este detalle.

Su empresa, Muvee Technologies, que crea software para montar vídeos automáticamente al ritmo de la música que escojas, es poco transparente respecto a la dirección exacta de su sede. En sus anuncios usa inglés norteamericano y empieza el periodo de rebajas después de Acción de Gracias en vez de en el Año Nuevo Chino. En su oficina hay un restaurante americano estilo años 50. “No decimos explícitamente que somos de Singapur”, explica. “El mundo se encuentra más cómodo comprando software de Estados Unidos”.

Según las estadísticas, Singapur es uno de los países del mundo más abiertos a la innovación. Pero debajo de este éxito acecha una crisis de identidad: Singapur no cuenta con ningún invento o tecnología de éxito mundial propios.

Es el único pero que se le puede poner al cuento de hadas en el que una pequeña isla –que ocupa menos de la mitad que la ciudad de Londres- ha pasado de ser el extrarradio colonial a una de las ciudades más ricas y conectadas del mundo. Y todo en una única generación. Este ascenso se debe tanto a la suerte como a una planificación inteligente por parte de un Gobierno que ha invertido miles de millones de dólares en infraestructura, subvenciones a la I+D y beneficios fiscales para atraer a las empresas multinacionales.

Sin embargo, las ideas propias de Singapur y las start-ups se esfuerzan por definirse a la sombra de grandes nombres que se han instalado en su territorio, como Google, Hewlett-Packard, y Procter & Gamble. No hay una empresa local que represente el éxito de Singapur, como por ejemplo sucede en Corea del Sur con Samsung o en Japón con Sony. A pesar de las grandes inversiones en investigación biomédica, el país tampoco cuenta con ningún premio Nobel aún. El emprendedor más famoso del país probablemente sea Eduardo Saverin, el cofundador de Facebook que renunció a su ciudadanía estadounidense y ha establecido su residencia en un lujoso ático de Singapur.

El hecho de que no exista una marca distintiva de la innovación de Singapur a algunos les parece la consecuencia imprevista de un exceso de estímulo gubernamental. Ahora los hombres de negocios se preguntan si el sistema de Singapur, que ha impuesto los estímulos de arriba hacia abajo, su obsesión con los tests estandarizados y sus estricta vigilancia de las leyes (esta prohibido vender chicle) han conducido a una sociedad incapaz de producir ideas auténticamente nuevas.

A pesar de todo, estos clichés culturales no tienen en cuenta la realidad económica más importante del país: su diminuto tamaño. Eso, según emprendedores y miembros del gobierno, significa que Singapur debe adaptarse a los estándares y mercados globales o condenar sus negocios a la irrelevancia. En otras palabras, el mismo pragmatismo que puso a Singapur en el mapa internacional quizá explique por qué no destaca.

“No tiene sentido intentar montar un Yelp o un GrubHub para Singapur, la escala es demasiado pequeña”, afirma Darius Cheung, de 31 años, que vendió una empresa de seguridad móvil, tenCube a McAfee en 2010. “Las start-ups están obligadas a escoger otro tipo de innovación capaz de lograr una escala mayor traspasando fronteras. Algo que sea auténticamente agnóstico en términos de cultura y localización”. El último emprendimiento de Cheung, una aplicación de teléfono en inglés llamada BillPin, permite a los amigos hacer un seguimiento de los gastos comunes, como por ejemplo las facturas de alquiler y la compra de entradas de cine. Es el tipo de proyecto que podría crecer, pero solo si es mejor que las aplicaciones parecidas que se crean en San Francisco, Nueva York o Londres.

El despegue económico de Singapur empezó en la década de 1960, tras la independencia del país. Esta ciudad-estado, que ya resultaba atractiva por su decidido multiculturalismo y sus políticas económicas abiertas, añadió los incentivos estatales para empresas tecnológicas, incluyendo a empresas aeroespaciales e investigación biomédica. El gobierno ha presupuestado 12.900 millones de dólares (unos 9.800 millones de euros) para financiar la I+D de 2010 a 2015, unos 2.500 dólares (unos 1.900 euros) por cada uno de sus cinco millones de habitantes.

“Cuando alguna de las empresas a las que asesoro se plantea establecer un nuevo centro de investigación en Asia, Singapur siempre está en la lista de candidatos posibles”, afirma Andrew Taylor, director gerente del Boston Consulting Group. En un estudio de 2010 escrito entre otros por Taylor, Singapur se situó como el país más “abierto a la innovación” del mundo, por delante de Estados Unidos e Israel. Muchísimas empresas internacionales hacen I+D en Singapur en este momento. 

Pero en términos de innovación real –producción de ideas- el resultado es menos evidente. Si bien Singapur se ha convertido en un lugar influyente en algunos campos científicos y el número de patentes ha crecido mucho, gran parte de esa actividad no surge de empresas propias del país. Empresas extranjeras como Hewlett-Packard y Micron Technology son responsables de 15 de las 20 principales patentes de Singapur y de más de la mitad de todas las solicitudes de propiedad intelectual, según la Universidad Nacional de Singapur. Es una proporción mucho mayor que lo que se observa en Japón, Corea o Taiwán.

La presencia de multinacionales también ha funcionado como un desincentivo para los potenciales emprendedores, a los que les cuesta rechazar un trabajo de alto nivel con sueldo estadounidense. Swee, el emprendedor dedicado al montaje de vídeos, admite que la gente cree que es un poco raro por rechazar educadamente las propuestas de los cazatalentos. “Hay mucha gente que podría haber formado la próxima generación de innovadores tecnológicos pero ha decidido aceptar puestos de gestión en oficinas de ventas regionales de empresas multinacionales”, afirma.

Últimamente Singapur ha intentado animar más a su incipiente clase emprendedora. Como parte del plan para doblar el número de empresas locales con al menos 80 millones de dólares (unos 60 millones de euros) de facturación para 2020 -intentando llegar a un total de 1.000- el Gobierno ofrece una mezcla de financiación directa, subsidios y capital riesgo estatal. “Singapur es un país pequeño”, afirmó Teo Ser Luck, ministro de Comercio e Industria, en un discurso hecho el pasado mes de agosto en una moderna mezcla de mandarín e inglés. Cree que las empresas más pequeñas “deben pensar de manera global desde el principio si quieren crecer”. Así, la prioridad actual del Gobierno para las start-ups biomédicas es financiar aquellas que tienen “potencial de lograr una escala para el mercado global” según la página web de una agencia gubernamental.

Hay quien afirma que, al establecer objetivos globales, Singapur pierde la oportunidad de formular su propio tipo de innovación distintiva, una con unas miras más estrechas, quizá constreñidas a Asia. “La clave para desarrollar innovación está en engancharse al ecosistema y las redes que nos rodean, pero aún no hemos aprovechado plenamente nuestras conexiones naturales con el patio regional”, afirma Wong Poh Kam, director del Centro de Emprendimiento de la Universidad Nacional de Singapur.

Lo normal es que el Gobierno apueste por universidades estadounidenses de prestigio. El programa Singapore-Stanford Biodesign, por ejemplo, es una colaboración con la Universidad de Stanford que entrena a innovadores en tecnología médica. Pero Singapur no ha formado este tipo de asociaciones con Universitas Indonesia o la Universidad de Filipinas. Wong cree que esos mercados sin explorar y poco desarrollados podrían ser la oportunidad real para lograr tecnologías rompedoras. Culpa de esta omisión a “las actitudes culturales de los planificadores estratégicos”, quienes, según afirma, “están sesgados en función de dónde han recibido su educación, principalmente en sitios como Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Estados Unidos”.

Para los emprendedores tecnológicos de Singapur, por lo menos, la falta de un invento o producto local de éxito no es una razón para dejar de pensar globalmente. Justo al contrario, sostiene Swee, cuya empresa cuenta ahora con 60 empleados. “Si no eres capaz de competir con los mejores del mundo no deberías existir”, concluye.

Tecnología y Sociedad

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