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Biotecnología

Un implante cerebral que reduce los ataques

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Los pacientes de epilepsia que no responden a los fármacos podrían tener a su disposición una nueva opción.

  • por Emily Singer | traducido por Francisco Reyes (Opinno)
  • 09 Diciembre, 2009

Un implante cerebral diseñado para detectar y bloquear la aparición de ataques es capaz de reducir significativamente su frecuencia en aquellas personas con epilepsias de difícil tratamiento, según unos resultados revelados el pasado lunes. Neuropace, una startup de Mountain View, California, responsable del desarrollo del dispositivo, tiene planes para conseguir su aprobación legal el año próximo.

“Suena muy prometedor,” afirma Jaimie Henderson, neurocirujano en la Universidad de Stanford y que no está involucrado con Neuropace o las pruebas clínicas “La demostración de que un sistema como este puede ser efectivo es un gran paso adelante.”

Entre un 30 y un 50 por ciento de los pacientes de epilepsia no pueden controlar de forma adecuada sus ataques con el uso de medicación, una cifra que supone cientos de miles de pacientes en los Estados Unidos. Algunos de ellos recurren a la cirugía, mediante la que la parte del cerebro responsable de los ataques es extirpada. Sin embargo no todo el mundo tiene esta opción—la actividad anormal puede que empiece en áreas del cerebro responsables del lenguaje y, por tanto, no se pueden destruir quirúrgicamente sin sufrir graves consecuencias.

El sistema de Neuropace, llamado Responsive Neurostimulator, es uno entre una serie de dispositivos de estimulación eléctrica ya disponibles o en fase de desarrollo para su uso con pacientes de epilepsia. Estos dispositivos están diseñados para atacar la tormenta eléctrica incontrolada producida durante los ataques mediante una corriente distribuida de forma externa.

Mientras que otros dispositivos estimulan el sistema nervioso de forma continuada o siguiendo un patrón predeterminado, el implante de Neuropace es único puesto que analiza el cerebro, liberando cargas eléctricas sólo cuando detecta el tipo de actividad eléctrica anormal que señala la aparición de un ataque. “Es como sofocar una chispa antes de que se convierta en una llama,” afirmó Martha Morrell, directora médica de Neuropace, durante una conferencia de prensa en la reunión anual de la Sociedad Americana de Epilepsia en Boston el pasado lunes.

El dispositivo consiste en un neuroestimulador de tamaño menor a una baraja de cartas. Está implantado quirúrgicamente en una parte hueca del cráneo, junto a una serie de contactos eléctricos capaces tanto de registrar la actividad eléctrica como de dispensar descargas de electricidad. Los contactos se colocan o bien sobre la superficie del cerebro o a un nivel más profundo dentro del tejido cerebral, dependiendo del lugar de comienzo de los ataques del paciente. Los cirujanos localizan este punto, conocido como “foco del ataque,” antes de proceder con la cirugía mediante el uso de una combinación de imágenes cerebrales y registros procedentes de encefalogramas (EEG), que miden la actividad cerebral a través de unos electrodos de superficie en el cráneo, o mediante una electrocorticografía (ECoG), en la que la actividad se registra directamente a partir de la superficie del cerebro.

El dispositivo, que contiene una batería y un pequeño ordenador, vigila la actividad eléctrica de forma constante. “Cuando la actividad eléctrica se vuelve más alta en amplitud, el dispositivo está programado para identificar ese hecho como un evento significativo y liberar un estímulo,” afirmó Morrell durante la conferencia. “Después el sistema reevalúa el EEG y determina si es necesario seguir con los estímulos.”

Según los resultados de unas pruebas clínicas entre casi 200 pacientes de epilepsia que no habían respondido al menos ante dos medicamentos, el dispositivo redujo la frecuencia de los ataques en un 29 por ciento, en comparación con el 14 por ciento en aquellos sometidos a un tratamiento con placebo (se les implantó el dispositivo pero no se encendió). Casi la mitad de los pacientes a los que se les dio el tratamiento vieron un 50 por ciento o más de reducción en la frecuencia de los ataques.

Los expertos afirman que la respuesta es similar a la de otros dos dispositivos implantados: el estimulador del nervio vago, un dispositivo aprobado por la FDA que estimula indirectamente el cerebro mediante la distribución de descargas eléctricas en una parte del sistema nervioso periférico conocida como nervio vago; y un dispositivo experimental de estimulación profunda cerebral de Medtronic, capaz de funcionar dentro de una parte del cerebro altamente conectada llamada tálamo anterior. La estimulación cerebral profunda está aprobada en la actualidad para su uso contra el Parkinson.

Aunque los resultados del estudio pudiesen parecer modestos, los neurocirujanos que dirigieron los estudios clínicos enfatizan que los pacientes de las pruebas sufrían epilepsia grave. “Estos pacientes tendían a sufrir ataques frecuentes, al menos tres durante cada periodo de 28 días, y muchos sufrían hasta tres veces más,” afirma Gregory Bergey, neurólogo y director del Centro de Epilepsia Johns Hopkins de la Universidad John Hopkins en Baltimore, que dirigió una parte de las pruebas llevadas a cabo por Neuropace. La mayoría de los pacientes habían sufrido epilepsia durante 20 años o más y estaban tomando una media de tres fármacos para controlar sus ataques. Un tercio ya había probado la estimulación del nervio vago, y un tercio ya había sido sometido a cirugía.

“Suena como algo increíblemente invasivo, pero estos pacientes sufren un tipo de enfermedad tan terrible que están dispuestos a probar casi todo si así logran detener los ataques,” afirma Kenneth Vives, neurocirujano en Yale y que también dirigió parte de las pruebas clínicas. “Nos hubiese gustado ver un efecto mayor, pero la realidad es que estos pacientes lo han probado todo. Así que estas ganancias son significativas.”

Según el estudio, tanto el procedimiento como el aparato parecen bastante seguros. Unos cuantos pacientes sufrieron infecciones o derrames, pero en cuotas menores si se comparan con otros procedimientos. Y las personas tratadas con el aparato no mostraron ninguna diferencia en cuanto a los signos de depresión o dificultades de memoria en comparación con las personas a quienes se les proporcionó el tratamiento con placebo. Aunque resulta invasivo, una de las ventajas de este dispositivo es que no conlleva los mismos efectos secundarios que muchas medicaciones contra la epilepsia, tales como la somnolencia o la visión doble, afirma Bergey.

Uno de los problemas es que el dispositivo es bastante complejo de utilizar. Después de la cirugía, los pacientes tienen que pasar por un periodo de optimización, durante el cual los doctores lo programan para que reconozca los patrones típicos que preceden al ataque y así puedan liberar un patrón particular de actividad eléctrica. Los pacientes pasan un lector sobre el dispositivo para descargar los datos registrados antes y después de la estimulación, lo que los médicos utilizan para evaluar el funcionamiento y ajustarlo en consecuencia. “La curva de aprendizaje es muy elevada,” afirma Vives. “Pero a medida que fuimos ganando experiencia, empezó a ser más sencillo.”

Dado que el dispositivo es tan novedoso, los investigadores creen que su efectividad mejorará a medida que sepan más acerca de lo que funciona con los pacientes a nivel individual. Por ejemplo, y desde que empezaron las pruebas, los investigadores han descubierto que el patrón de estimulación más efectivo se predice en parte por el punto en el cerebro donde se origina el ataque. La mayoría de los pacientes del estudio sufren sus ataques en el hipocampo, aunque algunos mostraron actividad anormal originada en partes del córtex, o en ambas áreas. “Hemos descubierto que las personas en las que se origina en el hipocampo responden mejor ante estímulos de alta frecuencia,” afirmó Morrell, mientras que aquellas con ataques originados en el neocortex responden mejor a frecuencias de tipo más bajo.

Los neurocirujanos también están muy interesados por el potencial del dispositivo para ayudarles a entender mejor la epilepsia. “En algunos casos, tenemos de cuatro a cinco años de actividad continuada,” afirma Bergey, registrada a medida que los pacientes siguen con sus vidas diarias.

“Hay todo tipo de fenómenos interesantes que podemos empezar a observar y entender,” añade Vives. Por ejemplo, los investigadores pueden determinar si los patrones que indican la aparición de un ataque cambian a lo largo del tiempo, o si hay ciertos factores que predicen el resultado de un ataque. “Estas son preguntas que hasta ahora no habíamos podido contestar,” afirma Vives.

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