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Cambio Climático

El lago que amenaza a Ruanda con un apocalipsis puede ser su salvación energética

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El país ha construido una explotación en el lago Kivu para extraer parte de sus 60 millones de metros cúbicos de metano y 300.000 millones de metros cúbicos de CO2

  • por Jonathan W. Rosen | traducido por Lía Moya
  • 20 Abril, 2015

Foto: Esta plataforma absorbe gas del lago y lo envía a una central eléctrica en la orilla. Es una versión piloto a pequeña escala de las instalaciones de extracción previstas.

Es un viernes por la tarde en la orilla ruandesa del lago Kivu y, en lo que antes era una tranquila ensenada empieza a tomar forma un osado proyecto.

Flotando junto a la orilla, como un cisne mecánico gigante, hay una plataforma de extracción de gas prácticamente terminada: 3.000 toneladas de hormigón y acero inoxidable que pronto empezarán a capturar un recurso que no se encuentra a esta escala en ningún otro lago del mundo. Disueltos dentro del lago Kivu, situado en la frontera entre Ruanda y la República Democrática del Congo, hay aproximadamente 60 millones de metros cúbicos de metano y 300.000 millones de metros cúbicos de dióxido de carbono. Los gases, que provienen de la actividad volcánica de los alrededores y de bacterias que descomponen la materia orgánica del lago suponen a la vez un peligro y un potencial económico.

Si se extrajera, el metano de Kivu se podría usar para conseguir hasta 960 megavatios de capacidad de generación eléctrica, multiplicando por seis la capacidad actual de Ruanda. Tanto para Ruanda como para la parte oriental de la República Democrática del Congo, que se enfrentan a una falta de electricidad y opciones limitadas para ampliar sus redes, la extracción de metano podría servir para transformar la economía, dando lugar a nuevas industrias y permitiendo aliviar la tremenda pobreza. Si la extracción se hace adecuadamente y los países son capaces de cooperar, podría servir incluso para mejorar sus conflictivas relaciones y lograr una mayor estabilidad en una región afectada durante años por turbulencias políticas.

También es fundamental retirar el metano del lago para prevenir una posible catástrofe. Las concentraciones de metano están creciendo y los científicos avisan de que Kivu acabará por sufrir un fenómeno letal conocido como lago explosivo. Este fenómeno, cuya denominación científica es erupción límnica, puede darse si la presión de los gases en un lago supera a la presión del agua en una profundidad determinada, produciendo una reacción en cadena que los libera con resultados violentos.

Sólo se conocen dos erupciones límnicas en la historia, ambas tuvieron lugar en pequeños lagos de Camerún en la década de 1980. En el más letal de los dos episodios, sucedido en el lago Nyos en 1986, una nube de dióxido de carbono que explotó desde dentro del lago junto con un surtidor de 100 metros de altura y se extendió hasta 25 kilómetros más allá de las orillas del lago asfixió a 1.700 personas. Kivu contiene mil veces más gas que Nyos. Aunque sólo una parte de ese gas escapara de esta manera, las más de dos millones de personas que viven cerca de sus orillas correrían peligro.

Foto: Un inspector de seguridad examina la nueva plataforma en la orilla en Kibuye, Ruanda

En el caso de Kivu, el metano tiene más probabilidades de provocar una erupción que el dióxido de carbono. Esto hace que controlar el potencial energético del mismo se convierta en algo urgente y es algo que tanto Ruanda como la República Democrática del Congo llevan mucho tiempo queriendo hacer. Tras décadas de progresos muy lentos o inexistentes, los proyectos de extracción de gas en ambos países por fin se han puesto en marcha. En mi visita al lago en febrero, más de 100 trabajadores enfundados en chalecos naranjas estaban dando los últimos toques a la primera fase de KivuWatt, un proyecto por valor de 200 millones de dólares (unos 186 millones de euros) propiedad de la empresa energética estadounidense Contour Global.

Es el primer proyecto de generación eléctrica mediante gas a escala industrial del lago y se espera que añada 25 megavatios de capacidad generadora de energía para mediados de este año y acabar alcanzando otros 100 megavatios. Otra empresa estadounidense, Symbion Power, está apunto de empezar la construcción de un proyecto con capacidad para generar 50 megavatios en el lado ruandés del lago para finales de año. En la lejana capital de la República Democrática del Congo, Kinshasa, el Ministerio de Hidrocarburos repasa las pujas por la primera concesión de gas del lago Kivu en el país.

Sin embargo, extraer el gas correctamente será complicado. Aunque el Gobierno de Ruanda lleva gestionando una central eléctrica piloto de gas en el lago desde 2008, el proceso de extracción es novedoso y sólo se ha hecho a muy pequeña escala. Mientras que la mayoría de los expertos están de acuerdo en que se debe impedir que el metano del lago se siga acumulando para prevenir un desastre a finales de este siglo, algunos avisan de que determinados procesos de extracción podrían perturbar la estratificación natural que mantiene la mayoría de los gases atrapados en aguas profundas. Llevar a cabo estos procesos podría aumentar en vez de mitigar los riesgos de que se produzca una erupción. Hasta que no haya comenzado una operación de extracción a gran escala, tampoco se sabe muy bien cómo de eficientemente funcionará la tecnología y cuánta electricidad producirá Kivu en última instancia.

"Tenemos mucha curiosidad por ver cómo funciona nuestro proceso", afirma el ingeniero finlandés que gestiona KivuWatt en Ruanda, Jarmo Gummerus. "Muy pronto tendremos una idea mucho más clara del potencial de este lago".

Potenciando la red

Situada a tres horas en coche por sinuosas carreteras desde KivuWatt, la capital de Ruanda, Kigali, no parece una ciudad sumida en medio de una crisis energética. En los 21 años desde el genocidio ruandés, en el que se calcula que murieron 800.000 personas, la ciudad de un millón de habitantes se ha transformado pasando de ser un pozo lleno de cadáveres a una ordenada metrópolis moderna. Hoy, Kigali es una ciudad en la que abundan las calles flanqueadas por árboles y surgen torres de oficinas y planificación urbana al estilo de Estados Unidos que llega hasta las colinas circundantes. También es el motor de una economía ruandesa que ha crecido a una media de un 8% anual a lo largo de la última década, uno de los índices de crecimiento más altos del mundo.

Pero, debido al desarrollo de Ruanda y su capital, la red eléctrica del país ha tenido dificultades para mantener el ritmo. Aunque la capacidad instalada se ha duplicado en los últimos cinco años, sigue siendo de unos escasos 156 megavatios. Hoy, casi el 80% de los 12 millones de habitantes de Ruanda, entre ellos la gran mayoría de los habitantes de zonas rurales, siguen sin tener una conexión a la red. Las familias y empresas que sí cuentan con electricidad se enfrentan a los precios de electricidad más caros de la región, en parte porque casi un tercio de la energía del país se genera usando diésel importado y aceites combustibles que llegan en camión desde Kenia y Tanzania. Según el Banco Mundial, las empresas ruandesas pagan una media de 24 centavos de dólar (unos 22 céntimos de euro), comparados con los 15 centavos de Kenia y 17 de Uganda (unos 14 y 16 céntimos de euro respectivamente). El usuario industrial medio de Estados Unidos paga menos de siete centavos (unos 6,5 céntimos de euro).

Foto: Kivu, a 1.460 metros sobre el nivel del mar, forma parte de un sistema de lagos a lo largo del gran valle del Rift.

Con la esperanza de reducir la pobreza generalizada y potenciar su modesta base industrial, Ruanda se ha fijado ambiciosos objetivos de electrificación. La segunda Estrategia de Desarrollo Económico y Reducción de la Pobreza del país, lanzada en 2013, proponía una expansión de la red eléctrica hasta multiplicarla por cuatro, hasta los 563 megavatios, para finales de 2017. Pero dadas las limitaciones financieras y las escasas fuentes de energía domésticas, costará lograrlo. Aparte de KivuWatt, el único proyecto de energía eléctrica que está cerca de terminarse es una planta de 15 megavatios que quemará turba. Aunque se han empezado las obras para construir otras instalaciones de turba de 80 megavatios y se está reuniendo la financiación para dos proyectos hidroeléctricos regionales a gran escala, no queda claro si alguna de estas fuentes estará enganchada a la red para lograr el objetivo impuesto para 2017.

Es posible que Ruanda cuente además con recursos geotérmicos, si las primeras prospecciones no se equivocan, pero dos pozos exploratorios perforados en 2013 no dieron lugar a nada. Y aunque hace poco que Ruanda inauguró la primera central solar a escala comercial de África oriental, y las autoridades están trabajando con el objetivo de proporcionar instalaciones solares no conectadas a la red a hogares, escuelas y hospitales rurales, es poco probable que la energía solar sea capaz de cumplir con una parte importante de las exigencias de energía de la industria. Ruanda podría convertirse en un importante importador de electricidad muy pronto por pura desesperación. Según el Ministerio de Infraestructuras, ya se están creando acuerdos para comprar 30 megavatios a Kenia este año y, con el tiempo hasta 400 megavatios a Etiopía.

Cruzando la frontera, en el Este de la República Democrática del Congo (anteriormente conocida como Zaire), la crisis energética es aún más grave. La República Democrática del Congo, un país de 77 millones de habitantes en un territorio que tiene el tamaño aproximado de toda Europa occidental, contiene numerosísimos recursos hidroeléctricos. Si se aprovecharan plenamente, se calcula que las cataratas del río Inga en Congo podrían producir unos 40.000 megavatios, casi el doble de capacidad que la mayor central eléctrica del mundo, la Presa de las Tres Gargantas en China. Sin embargo, ahora mismo la anticuada red de República Democrática del Congo tiene una capacidad instalada de apenas 2.400 megavatios, de los cuales aproximadamente la mitad no están disponibles habitualmente porque la infraestructura de transmisión está en un estado lamentable. Además, en el Este del país, asolado por la guerra, la disponibilidad de energía es especialmente limitada. Goma, la mayor ciudad que hay a orillas del lago Kivu, tienen una capacidad disponible de menos de cinco megavatios, una cantidad muy pequeña para una ciudad de un millón de habitantes y una situación que, según algunas personas, promueve el conflicto. Si potenciar la red de Congo del este sirve para desarrollar la industria, explica el activista medioambiental basado en Goma, Bantu Lukambo, reduciría el atractivo de las decenas de  grupos armados de la región, que se convierten en imanes para la juventud de la zona, que no tiene ninguna perspectiva de empleo. Explica además que un mayor desarrollo debilitaría el mercado para el carbón ilegal, un comercio que genera millones de dólares anuales a las milicias locales y que produce una deforestación extensiva.

Foto: Los gases del lago entrarán en el tubo gris de acero inoxidable para separarlos.

Los volcanes responsables de gran parte del gas de Kivu se yerguen amenazantes sobre Goma y sus alrededores. En el año 2002 una erupción del volcán Nyiragongo, situado 20 kilómetros al norte de la ciudad, destruyó una quinta parte de esta dejando a decenas de miles de personas sin hogar y depositando lava que se sigue usando como material de construcción. Saliendo en coche por el Oeste de la ciudad, el geoquímico principal del Observatorio de Volcanes de Goma, una institución estatal, Mathieu Yalire, me muestra varias depresiones de las que se sabe que contienen filtraciones letales de dióxido de carbono concentradas cerca del suelo en los bordes de ríos de lava pasados y que a veces asfixian a niños. En el colegio de primaria Kasinga en la ciudad de Sake, 25 kilómetros al oeste de Goma, el director Batchoka Lubungo nos muestra la foto colgada en su despacho de una joven víctima.

"Una mañana encontramos al niño muerto allí", explica, señalando a una zona peligrosa conocida justo fuera de su ventana. "Tenemos esta foto aquí como aviso para los alumnos".

La presencia de mazuku -el fenómeno en cuestión- es un recordatorio del potencial del lago Kivu para sembrar el desastre. Pero el dióxido de carbono no es el único peligro. La geoquímica del lago es poco habitual, en gran medida como consecuencia de fuentes subacuáticas locales que absorben dióxido de carbono de la tierra volcánica de la región y alimentan con este gas las aguas más profundas de Kivu. Gran parte del metano proviene de materia orgánica en descomposición. El resto procede bien de la tierra volcánica, o de bacterias que convierten el dióxido de carbono en metano.

Un punto importante a tener en cuenta es que estas fuentes son salinas, mientras que las fuentes de agua que rellenan las capas superiores del lago son de agua dulce. Dado que el agua salada es mucho más densa que la dulce, se crean capas de distintas densidades que impiden que los gases se difundan hacia arriba y a la atmósfera. Aunque esta estratificación se mantiene estable por el momento, la acumulación de gases que permite parece haber dado lugar a erupciones límnicas en el pasado lejano. Si no se hace nada, es probable que dé lugar a otras en el futuro.

Aún así, mucha parte de este riesgo es desconocido. Los análisis del historial de sedimentación de Kivu sugieren que el lago ha sufrido al menos cinco erupciones en los últimos 6.000 años. Lo que no queda claro es si estos eventos se producían en todas las capas de agua del lago, liberando por tanto todo su gas, o sólo en porciones de sus capas superiores. Además, aunque mediciones recientes han hallado que la concentración de metano aumenta a un ritmo que podría llevar el gas al punto de saturación para finales del siglo, aún no se sabe por qué pasa esto o si seguirá pasando. Para complicar las cosas, el lago Kivu consiste en cinco cuencas de distintas profundidades, cada una de ellas con propiedades fisicoquímicas específicas.

Lo que sí está claro es que una erupción en la cuenca principal del Kivu podría producir un desastre de proporciones apocalípticas. Si todo el metano y el dióxido de carbono que hay disuelto en Kivu se liberara a la atmósfera, cubriría todo el lago en una nube de más de 100 metros de espesor. Incluso si una pequeña fracción del gas se escapara, podría asfixiar a pueblos enteros en la orilla del lago. Esto es algo que puede suceder si el agua a un determinado nivel acaba completamente saturada de gas y es elevada por un gran terremoto, una erupción volcánica u otra perturbación externa a una profundidad donde la presión del agua no es lo suficientemente alta como para mantener el gas disuelto.

Arriba: Unas mujeres secan diminutas sambazas, o sardinas.
Abajo: Un cartel en Kibuye que explica KivuWatt.

Extracción

Sea cual sea el riesgo de erupción en Kivu, su metano despierta intereses comerciales desde hace mucho. desde 1963 hasta 2006, la cervecera ruandesa Bralirwa calentaba sus calderas con metano extraído 800 metros lago adentro. En la década de 1980 investigadores holandeses aprovecharon el exceso de gas de Bralirwa para dar energía a una flota de coches, aunque el proyecto fracasó. Para principios de la década de 1990, los proyectos transnacionales para utilizar el gas para generar electricidad habían cogido impulso, pero el progreso se vio cortado de raíz por el genocidio ruandés y las guerras posteriores en el este de Congo. Finalmente, con el regreso de la estabilidad a Ruanda, el Gobierno de Kigali firmó un acuerdo de asociación con una empresa escocesa para construir una pequeña instalación piloto en el lago. La central, conocida como KP1, empezó a funcionar intermitentemente en 2008 y produce varios megavatios de electricidad. Otro proyecto produjo 2,4 megavatios durante un breve periodo en 2012 pero el equipo se retiró del lago después de que quedara dañado en una tormenta.

KivuWatt es el primer intento del país por conseguir una extracción de gas a gran escala. Aunque la tecnología implicada es nueva, el concepto es relativamente sencillo. Se anclará una plataforma al fondo del lago a 13 kilómetros de la orilla, donde cuatro tubos de plástico extraerán el agua que hay a 350 metros bajo la superficie del lago. Cuando el agua suba, se empezarán a  formar burbujas de metano y dióxido de carbono. Al final, aproximadamente el 8% del metano y un 40% del dióxido de carbono se almacenarán dentro de una cámara horizontal bajo la superficie que se conoce como separador. A partir de ahí, el agua parcialmente desgasificada se reinyectará en las profundidades del lago y el gas, que en este punto estará compuesto por aproximadamente un 30% de metano y un 70% de dióxido de carbono, con trazas de sulfuro de hidrógeno, seguirá yendo hacia arriba dentro de una de las cuatro torres de la plataforma. Allí, "agua para la limpieza", extraída a una profundidad de 40 metros, se mezclará con el gas para retirar todo el dióxido de carbono posible. Este agua se devolverá a una profundidad de 60 metros, lo suficientemente poco profunda para que parte del dióxido de carbono acabe difundiéndose por la atmósfera. El producto final, un gas compuesto por metano en aproximadamente un 85%, se someterá a presión y se enviará a una central eléctrica en la orilla.

Para una región con necesidades tan desesperadas de electricidad, el gas de Kivu es una propuesta muy atractiva. Según Gummerus, el ingeniero que supervisa el proyecto, en su primera fase KivuWatt venderá la energía generada a la compañía eléctrica estatal de Ruanda por menos de 15 centavos de dólar por kilovatio hora (unos 14 céntimos de euro). Es un precio competitivo con las tarifas que se espera se den en los futuros proyectos de turba del país, y menos de la mitad que la energía generada por combustibles fósiles importados (Se espera que la tarifa baje a 12 centavos por kilovatio hora en el futuro, unos 11 céntimos de euro).

Sin embargo, a pesar de que el proyecto parezca muy deseable por motivos tanto económicos como de seguridad, podría plantear riesgos medioambientales propios, entre ellos la posibilidad de que las operaciones de desgasificación cambien la estructura y las propiedades del lago.

Foto: Los niños de los pescadores juegan entre las barcas de pesca en las orillas de Gisenyi.

Según las Propuestas de Gestión para el Desarrollo de los Recursos de Gas del Lago Kivu, un documento de 2009 que se conocen como las "PG", y que tanto Ruanda como la República Democrática del Congo han adoptado como directrices generales para la extracción de gas, los riesgos tienen menos que ver con la retirada del gas propiamente hablando que con la reinyección del agua desgasificada. Dado que el agua rica en metano de Kivu es salina, densa y abundante en nutrientes, liberarla cerca de la superficie podría dañar el ecosistema del lago y debilitar su estratificación de densidad. Para mitigar estos riesgos, el informe dicta que todo el agua extraída de la "zona de recursos" en las aguas profundas de lago, se reinyecten al menos a 260 metros de la superficie para que se mantenga bajo la presión suficiente. Pero como el diseño de KivuWatt  se aprobó antes de que se presentara el informe, el proyecto no está sujeto a esta exigencia y su agua desgasificada se devolverá por encima de ese nivel, a una profundidad de 240 metros. Aunque esta diferencia podría parecer nimia, al ingeniero sudafricano y miembro del comité de cinco expertos que redactó las directrices, Philip Morkel, le parece que no lo es tanto. "Una vez que atraviesas esas capas de gradación se empieza a perjudicar el mecanismo protector que tiene el lago para conservarse", afirma. "A gran escala se convierte en algo extremadamente problemático".

Otros expertos se muestran menos preocupados. El vulcanólogo italiano Dario Tedesco, que conoce muy bien el lago, me explica que es poco probable que la cantidad de agua reinyectada sea lo suficientemente grande como para producir perturbaciones graves. El director del grupo de investigación en Física Acuática en el Instituto Federal Suizo de Ciencia y Tecnología Acuática y otro de los miembro del comité PG, Alfred Johny Wüest afirma que han sido muy precavidos, lo que significa que el agua de KivuWatt se reinyectará a una profundidad suficiente como para que sea seguro.

Sin embargo, a Wüest le asaltan otras dudas, entre ellas que el proyecto pudiera perjudicar la ecología del lago. Es algo que preocupa también a algunos pescadores. La pesca se prohibirá en una zona de exclusión alrededor de KivuWatt, pero incluso fuera de esa zona, los efectos de la reinyección del agua de lavado y el ruido y las vibraciones que generen el proyecto de extracción podrían ser significativos. Los pescadores próximos a la central piloto KP1 me contaron que sus capturas, principalmente de sardinas conocidas como sambaza, han disminuido de manera importante desde que las instalaciones se pusieran en marcha. Sin embargo, en este caso cuesta aislar la causa dado que se ha detectado una caída en la población de sambaza en todo el lago, un declive relacionado por otra parte con un aumento de los barcos sin licencia y la introducción de una especie depredadora.

Foto: Los trabajadores se encargan de la última fase de construcción de la plataforma para KivuWatt.

Foto: Un retrato del presidente de Ruanda supervisa los controles en la planta piloto KP1.

La preocupación más importante desde un punto de vista de la energía es cómo de bien funcionará la tecnología de extracción del gas. Los autores de las directrices calculan que el lago es capaz de proporcionar entre 160 y 960 megavatios de capacidad generadora a lo largo de un periodo de 50 años. Después de eso, el gas que se siga acumulando se podría capturar para obtener hasta 100 megavatios de capacidad a perpetuidad.

Aunque todo esto depende de la eficiencia de los procesos de extracción y la tecnología de conversión en energía que haya en la orilla. KivuWatt debería extraer unos dos tercios del metano del agua que saque y el resto se perderá durante el proceso de separación y en las torres de lavado, Aunque parte de ese gas se devolverá al lago en el agua reinyectada y en teoría podría volver a extraerse en el futuro, es probable que se deposite en concentraciones menores, lo que podría hacer que no hubiera un motivo económico para capturarla. Pero estas proyecciones no se basan más que en simulaciones y la eficiencia real no se conocerá hasta que la plataforma empiece a funcionar. En definitiva, el potencial del lago sigue siendo desconocido.

Si los resultados son decepcionantes, podrían surgir disputas entre Ruada y la República Democrática del Congo. Aunque ambos países firmaron un acuerdo en 1975 para compartir el metano por igual, el que Ruanda haya empezado la explotación primero podría implicar que está aprovechando los recursos de su vecino, sobre todo si el lago produce menos energía de la que se espera (dado que los niveles de gas en la cuenca principal del lago son uniformes a una profundidad determinada, es imposible extraer de las aguas ruandesas sin afectar a la cantidad disponible en la República Democrática del Congo).

Los dos países no tienen una historia demasiado cordial. Desde que el Gobierno actual de Ruanda llegó al poder al final del genocidio, Ruanda ha lanzado dos rebeliones para derrocar a los Gobiernos de Kinshasa, una de ellas con éxito. También se ha implicado en el apoyo a numerosas milicias cercanas en el este de la República Democrática del Congo, así como el contrabando generalizado de minerales congoleños, entre ellos oro, latón y coltán, un mineral que se usa para la fabricación de electrónica. En este contexto, hay a quien le preocupa que el gas de Kivu sea simplemente otro medio para que Ruanda, un estado pequeño pero muy organizado, consiga beneficiarse a costa de su vecino de mayor tamaño pero disfuncional.

Foto: Cuando se haya completado la plataforma, se remolcará a 13 kilómetros de la orilla para empezar a extraer gas.

Pero si el proyecto tiene éxito podría contribuir a reparar las relaciones entre los dos países, que ya comparten la energía de una planta hidroeléctrica en la frontera que hay al sur de Kivu y llevan tiempo queriendo poner en marcha un proyecto de conversión de gas en electricidad, según la directora del Programa de Seguimiento del Lago Kivu de Ruanda, Augusta Umutoni. A pesar de los vaivenes de la política, explica, los oficiales encargados de la energía en los dos países colaboran bien a nivel técnico. Sin embargo, ambos están esperando hasta que se haya demostrado el concepto para ponerse a trabajar a escala comercial.

Con tantas preguntas en el aire ahora que KivuWatt se prepara para lanzarse, es fácil olvidarse de que KP1, las instalaciones piloto ya están en su octavo año de operaciones. Aunque al proyecto, concebido en un principio para generar cinco megavatios, le costó producir un único megavatio durante años, ahora genera entre dos y tres megavatios, con lo que las autoridades se muestran más confiadas. 

Una tarde de febrero me reúno con el director de la central KP1, Olivier Ntirushwa, para una visita guiada a la plataforma, que flota a un kilómetro de la orilla, a la vista de la frontera entre Ruanda y la República Democrática del Congo. Mirando hacia el Norte veo la ciudad de Goma y su tapiz aleatorio de luces. Más lejos se halla el humeante cono del volcán Nyiragongo. Por encima del ruido de la maquinaria de la plataforma, Ntirushwa me da una breve lección de historia del proyecto: cómo ha operado muy por debajo de su capacidad durante años, cómo mejoras recientes en el separador por fin aumentaron la producción energética. Cuando le pido una predicción  respecto a KivuWatt, Ntirushwa afirma que no sabe demasiado sobre el proyecto o cuánta electricidad puede acabar produciendo el lago, pero destaca la sensación que produce estar implicado en un experimento con tanto en juego.

"Es emocionante porque somos los pioneros de esta tecnología", afirma mientras miramos hacia el agua. Y concluye: "Nadie lo ha hecho antes".

Jonathan W. Rosen es periodista y vive en Kigali.

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