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Computación

La estrategia de Espera-que-ya-lo-hará-Google

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Las infraestructuras de comunicaciones estadounidenses por fin reciben unas mejoras cruciales porque una empresa obliga a la competencia

  • por James Surowiecki | traducido por Teresa Woods
  • 24 Junio, 2015

Se escucha demasiado a menudo que algún suceso "lo ha cambiado todo" en el mundo de la tecnología. Pero cuando se trate de la historia de la banda ancha en Estados Unidos, Google Fiber realmente lo ha cambiado todo. Antes de febrero del 2010, cuando Google pidió a las ciudades que se registraran para ser el primero de la lista para su tendido de fibra óptica que proveería un acceso a internet desde casa a velocidades de gigabyte por segundo, las perspectivas de mejora de las comunicaciones de banda ancha parecían desalentadores.

La Comisión Nacional de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés) estaba a punto de publicar su primer Plan Nacional de Banda Ancha, que destacaba la importancia de banda ancha asequible y abundante, y la necesidad de extenderla mediante la "sobreconstrucción" – el tendido de fibra óptica-, conectando casas y negocios aunque ya dispusieran del servicio por cable o líneas convencionales de par de cobre con una capacidad relativamente limitada. Pero en ese momento, como me comentó el director ejecutivo del Plan de Banda Ancha, Blair Levin, "por primera vez desde 1994, no existía ningún proveedor nacional con planes de ‘sobreconstrucción’ de la red actual".

Esto no se debía a obstáculos técnicos, se trataba de una sencilla cuestión de incentivos. Construir redes más rápidas suponía una tarea cara, una que requeriría el tipo de fuerte gasto de capital que normalmente desaprueba Wall Street. (El gasto realizado por Verizon en sus servicios de FIOS TV y de acceso rápido a internet, por ejemplo, se produjo en medio de un escepticismo profundo por parte de sus inversores, y finalmente llevó a la empresa a reducir la expansión nacional de FIOS).

Y puesto que el servicio de internet en la mayoría de las ciudades lo proveían un casi monopolio o un cómodo duopolio en el que los dos actores – típicamente una empresa de televisión por cable y una importante empresa de telecomunicaciones – apenas se hacían la competencia; existía poca presión competitiva para realizar mejoras. Parecía que mientras todos los actores mantuvieran intacto el statu quo, los proveedores de internet podrían esperar años de beneficios importantes sin la obligación de invertir demasiado en sus redes.

El internet tal y como lo conocemos entonces sólo tenía 15 años, pero los proveedores de servicios de internet ya estaban entrando en modo cosecha: maximizando los ingresos provenientes de su infraestructura en vez de mejorarla. Olvídate de internet de gigbyte. El Plan Nacional de Banda Ancha fijó el objetivo de proveer a 100 millones de casas con un acceso asequible a internet con velocidades de bajada de tan sólo la décima parte de un gigabyte, lo que equivale a 100 megabytes, por segundo. (Sólo el 15% de los hogares estadounidenses disponen de conexiones de más de 25 megabytes ahora mismo).  

Poco habían hecho las autoridades locales y estatales para alterar el statu quo, ni para presionar a los proveedores de internet a invertir en mejoras. Y los gobiernos también mostraban poco interés en subvencionar la mejora estas infraestructuras, ni mucho menos en cargar con el coste completo. (Se asignó algún dinero a las inversiones de banda ancha en la propuesta de ley de estímulos del 2009, pero se destinó casi en su totalidad a la conexión de áreas poco merecedoras en vez de destinarlo al tendido de fibra óptica). A nivel municipal, la mayor parte de las ciudades aún tenían normativas de construcción y requisitos para los permisos correspondientes que, de forma inadvertida o no, tendían a desalentar la realización de tendidos nuevos, en particular por parte de empresas nuevas. Y en muchos casos, aun existiendo ese interés en la construcción y operación de redes propias de alta velocidad, las leyes estatales se lo prohibían. El resultado de todos estos factores fue que Estados Unidos, sin prisa pero sin pausa, empezó a rezagarse, quedando por detrás de países como Suecia, Corea del Sur y Japón en cuestión de banda ancha asequible y abundante.

Lo desconcertante es que gran parte del presente y futuro de la banda ancha es producto de los caprichos de una sola empresa.

Cinco años después, la cosa tiene otra pinta muy distinta. Estados Unidos sigue estando por detrás de Suecia y Corea del Sur, pero el servicio a domicilio por fibra óptica ya es una realidad en ciudades a lo largo del país. Google Fiber, que primero se lanzó en Kansas City en otoño de 2012, ahora opera también en Austin, Tejas y Provo, Utah, y Google dice que las próximas expansiones incluyen Atlanta, Salt Lake City, Nashville, Charlotte y Raleigh-Durham en Carolina del Norte, con otras cinco importantes áreas metropolitanas que se avecinan. El mayor impacto, sin embargo, ha sido sin duda la respuesta de los grandes proveedores de banda ancha. A raíz del debut de Google Fiber, AT&T anunció que empezaría a ofrecer conexiones de un gigabyte a precios que antes hubieran parecido imposibles, y la empresa dice que tal vez extiendan ese servicio a cientos de ciudades. CenturyLink y Cox ahora ofrecen servicios de gigabyte en varias ciudades, y Suddenlink promete ofrecerlo en un futuro próximo. (Si se cumplirán estas promesas es otra cosa, claro, pero el hecho de que se hagan estas promesas ya es llamativo de por sí). E incluso en zonas donde puede que tarden mucho en llegar las conexiones de gigabyte, empresas de cable han mejorado drásticamente las velocidades que ofrecen, a menudo sin coste adicional para sus clientes. Time Warner Cable – después de que uno de sus ejecutivos dijera en una conferencia que la empresa no ofrecía un servicio de gigabyte porque los consumidores no lo demandan – hoy ofrece conexiones de una velocidad cinco veces mayor que la conexión más rápida que ofrecían hace un par de años.

Google Fiber también ha servido de fuente de inspiración a nivel municipal. Gig.U, empresa en la que Blair Levin ahora ocupa el cargo de director ejecutivo, está trabajando para llevar conexiones de gigabyte a más de dos docenas de ciudades universitarias (donde la demanda de conexiones ultrarrápidas es evidente). Un consorcio de ciudades en Connecticut (EEUU) está manteniendo conversaciones con el banco australiano de inversión Macquarie acerca de una asociación pública-privada para construir una red de fibra óptica que finalmente pertenecería a las propias ciudades (un enfoque similar al que se aplicó en Estocolmo para construir su red de fibra óptica). Al ver cómo la ciudad de Chattanooga (EEUU) construyó su propia red, conectando cada hogar con fibra óptica, otras ciudades están intentando optimizar sus procesos de permisos para hacer el tendido de estas nuevas redes lo más simple (y asequible) posible. "Cuando hablabas con alcaldes hace un par de años, te hablaban de todos los otros problemas que les importaban mucho más que la banda ancha", dice Levin. "Cuando hablas con ellos hoy, reconocen que esto es realmente una necesidad, y que no se trata de hacer streaming de televisión, sino de asegurar que los negocios, los colegios y centros de salud dispongan de lo que necesiten en el futuro".

Nada de esto significa que hayamos llegado a un verdadero punto de inflexión en cuanto a la fibra óptica. La proporción de hogares estadounidenses conectados por fibra óptica todavía rondaba el 3% a finales del 2013. Pero si se compara con la situación de hace tan solo unos años, supone un avance dramático. Si Google no hubiera optado por actuar como lo hizo, probablemente estaríamos lidiando con la falta de inversión y las bajas velocidades de bajada propios del 2010. En las propias palabras de Levin, "Me gustaría creer que todo esto haya sucedido porque planteamos un argumento brillante a favor de los beneficios de la banda ancha abundante en el Plan Nacional de Banda Ancha. Pero no es así. Sin Google, nada de esto habría sucedido".

Esto suscita la preguna obvia, pues, de por qué lo hizo Google, dado que invertir en redes físicas dista mucho de su negocio principal. Google Fiber se creó como "un experimento", pero según se ha extendido la empresa ha dicho que ve el proyecto como un negocio real y lo está gestionando como tal. Y evidentemente, incluso si el retorno directo de la inversión en Google Fiber acabara siendo pequeño (lo que parece probable, dado que Google cobra precios similares por conexiones de gigabyte a los que cobran las empresas de cable por conexiones mucho más lentas), la empresa obtendrá beneficios complementarios al incrementar el valor de internet y impulsar mayor tráfico online.

Al final, los motivos de Google de invertir en la fibra óptica son menos importantes que el resultado práctico de aquella inversión. En efecto, lo que hace la empresa – tanto con la construcción de estas redes como con la presión que ejerce sobre proveedores nacionales para que implementen mejoras en sus redes – está proporcionando un bien público cuyos beneficios secundarios probablemente sean enormes, y uno para el cual que ni el Gobierno ni el sector privado se esforzaron demasiado.

Esto guarda algún parecido con lo que hizo Google, a una escala más pequeña, en 2008 cuando la FCC estaba subastando secciones de ondas a los proveedores inalámbricos. La FCC anunció que si las pujas para una sección determinada superasen los 4.600 millones de dólares (unos 4.117 millones de euros), incluiría un requisito de acceso abierto que no querían tener que cumplir los proveedores inalámbricos. Así que Google realizó una puja por encima del precio de la FCC. Lo hizo no con la expectativa de ganar la subasta (aunque estaba dispuesto a gastarse el dinero), sino para asegurarse de que se aplicara el requisito de acceso abierto a que quien ganara – en este caso Verizon. Uno podría especular que una dinámica similar está en juego dentro del proyecto Fiber, el nuevo servicio inalámbrico de Google, que reta las estrategias de precios de la mayoría de los proveedores inalámbricos tradicionales (además de su dependencia de redes de propiedad privada).

Lo que hace Google en estos casos es utilizar sus profundos bolsillos para fines sociales más amplios, con poca preocupación aparente por los retornos a corto plazo. Esta estrategia tiene precedente histórico. Durante los primeros años de la república estadounidense, había poco apetito para el gasto público en obras civiles como carreteras y canales. Pero el país requería de mejores comunicaciones para facilitar el crecimiento del comercio y la industria. Así que los estados apelaron a las empresas privadas, que construyeron carreteras que luego operaban como autopistas de peaje. Hacia finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, cientos de estas empresas invirtieron millones de dólares en la construcción de miles de kilómetros de carretera, dotando en efecto a Estados Unidos de las infraestructuras básicas de transporte.

Lo que interesa de estas empresas es que mientras que su propósito era generar beneficios, en teoría, y mientras que tenían accionistas, en la mayoría de los casos no existía ninguna expectativa de que obtuviesen beneficios operando estas autopistas – los peajes se mantuvieron lo suficientemente bajos como para fomentar el tráfico y el comercio. Sus accionistas – que típicamente eran comerciantes y fabricantes locales – vieron como sus inversiones en autopistas como una manera colectiva de proporcionar un bien social que, no por casualidad, también les daría beneficios a ellos como empresarios y consumidores. Sabían, claro está, que los otros negocios se beneficiarían de las carreteras aunque no invirtiesen en ellos (siendo la naturaleza de un bien social que beneficia a todos). Pero esto no implicaba que no mereciera la pena realizar dicha inversión. No cuesta mucho divisar una lógica parecida que apuntala las acciones de Google.

Cuando se trata del estado actual de la innovación y la economía, las implicaciones de Google Fiber son complejas. Por un lado, es un testamento al poder de la competencia. La disposición de Google de invertir dinero en una nueva red amenazó el dominio de empresas de cable y de telecomunicaciones, y les restó clientes. Esto inclinó la balanza económica. No es una coincidencia que las ciudades y regiones donde las empresas de cable anunciaron primero que tendían fibra óptica y ofrecieron conexiones de alta velocidad a precios asequibles han sido los lugares donde ya está, o hacia donde se dirige, Google Fiber.

Al mismo tiempo, sin embargo, es deprimente que para asegurar mercados competitivos de banda ancha se necesitó de la intervención de una empresa de fuera del sector como Google. De hecho, el sistema de hace cinco años estaba diseñado con el propósito de mantener a EEUU en la Edad Oscura de banda ancha. El Gobierno no hizo gran cosa para cambiarlo, ni actuó para hacer los mercados más competitivos ni invirtió directamente. Simplemente, Google nos echó un cable.

Lo desconcertante es que tanto del presente y futuro de banda ancha se ha reducido a los caprichos de una sola empresa, y una empresa que, en muchos sentidos, no se parece ni se porta como la mayoría de empresas estadounidenses. Si Google no gozara de una posición tan privilegiada en búsquedas y publicidad online, que lo dotan de los recursos suficientes para poder realizar una gran inversión sin requerir un retorno inmediato, Google Fiber no existiría. Y si el liderazgo de Google no estuviera dispuesto a realizar grandes inversiones a largo plazo en proyectos que caen fuera de su área principal de negocio, o si la empresa no dispusiera de una estructura de doble cuota que protege el poder de los fundadores y en parte aisla a sus ejecutivos de las presiones de Wall Street, hoy las conexiones de gigabyte en Estados Unidos serían probablemente una simple fantasía. Como dice Levin, "Tuvimos la suerte de que una empresa con una verdadera visión a largo plazo se introdujera en este mercado". Quizás sea buena idea diseñar políticas de tecnología para que la próxima vez no necesitemos depender de la suerte.

James Surowiecki escribe para La Página Financiera del ‘New Yorker’. Su ultimo artículo para ‘MIT Technology Review’ trataba del algoritmo dinámico de Uber.

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