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Tecnología y Sociedad

El falso auge tecnológico puede estar condenándonos al estancamiento económico

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A pesar del atractivo de las 'apps' y las redes sociales, las tecnologías digitales contribuyen poco a la prosperidad global de la que disfrutaron generaciones anteriores

  • por David Rotman | traducido por Teresa Woods
  • 08 Abril, 2016

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Hacia finales de 1879, Thomas Edison probó la primera bombilla eléctrica, Karl Benz inventó un motor de combustión interna operativo, y un inventor británico llamado David Edward Hughes transmitió una señal a través de varios cientos de metros. Todo eso pasó en tres meses y representa solo alguno de los increíbles avances que, según el economista de la Universidad de Northeastern (EEUU) Robert J. Gordon, dieron lugar al "gran siglo", experimentado entre 1870 y 1970, un período de crecimiento económico y mejora en el nivel de vida de muchos estadounidenses sin precedentes.

El libro intenta refutar las opiniones de los que Gordon denomina "tecnoptimistas". Se refiere a aquellos que creen que actualmente vivimos una época de esplendor gracias a los nuevos inventos digitales, capaces de redefinir nuestra economía y mejorar sustancialmente nuestro modo de vida. Para el autor, esto es absurdo. Sólo hemos de considerar los datos económicos: no hay pruebas de que se esté produciendo tal transformación.

Para la mayoría de los estadounidenses, los sueldos simplemente no están manteniendo el ritmo. Los ingresos se han reducido entre 1972 y 2013. Y no van a mejorar, según las predicciones de Robert Gordon.

El aumento de la productividad, que permite que las empresas y naciones crezcan y florezcan y permitiría que los trabajadores ganen más dinero, ha sido pésimo durante más de una década. Aunque parezca que se están produciendo muchas innovaciones, "la ralentización [de la productividad] es un hecho", según me explicó el economista del Banco de la Reserva Federal de San Francisco (EEUU) John Fernald. En un trabajo reciente, Fernald y sus compañeros rastrearon esta desaceleración hasta el año 2004, y encontraron que los últimos cinco años han sufrido el aumento más lento de la productividad jamás registrado en Estados Unidos (los datos se remontan hasta finales del siglo XIX).

Fernald afirma que la tecnología y la innovación representan "una gran parte de la historia". Algunos tecnoptimistas han sugerido que los beneficios de las apps, la computación en nube y las redes sociales no están reflejados en las medidas económicas. Pero incluso de ser así, su efecto total no tiene tanta relevancia. Fernald encontró que cualquier crecimiento impulsado por tales avances digitales ha resultado insuficiente para superar la carencia de unos progresos tecnológicos más amplios.

Gordon no es el primer economista que parece poco impresionado por las tecnologías digitales actuales. Tyler Cowen de la Universidad George Mason (EEUU), por ejemplo, publicó El gran estancamiento (The Great Stagnation) en 2011, en el que advertía que las apps y las redes sociales estaban teniendo un impacto económico limitado. Pero el libro de Gordon destaca por el contraste entre la ralentización actual con los avances radicales e impresionantes de las primeras tres cuartas partes del siglo XX. Durante el transcurso de más de 750 páginas, describe cómo las vidas estadounidenses fueron transformándose gracias a la electrificación de las casas, la ubiquidad de los electrodomésticos, la construcción de extensos sistemas de trenes subterráneos y algunos avances médicos como el descubrimiento de los antibióticos.


Foto: El gráfico muestra la evolución de la productividad total. Alcanzó su nivel máximo durante la década de 1940 y se mantuvo fuerte hasta la década de 1980. Cada barra representa el crecimiento medio durante la década anterior a la fecha mostrada (la última barra comprende desde el año 2011 hasta 2014). Crédito: Robert J. Gordon, 'The Rise and Fall of American Growth'.

De alguna manera, puede que la historia más interesante e inquietante sea la que Gordon cuenta con cifras. Los economistas generalmente definen la productividad como la producción total de los trabajadores durante una hora. Depende de las aportaciones de capital (como equipos y software) y la mano de obra; ya que la gente es más productiva si dispone de más herramientas y habilidades. Pero las mejoras en esas áreas no reflejan todos los aumentos de productividad producidos con el paso del tiempo. Los economistas atribuyen el resto a lo que denominan "la productividad de todos los factores".

Este concepto representa una especia de cajón de sastre que engloba todo, desde nuevos tipos de máquinas hasta prácticas empresariales más eficientes. Pero, como escribe Gordon, es "nuestra mejor herramienta para medir el ritmo de la innovación y de los progresos técnicos". Entre 1920 y 1970, la productividad estadounidense de todos los factores creció al ritmo del 1,89% al año, según Gordon. Entre 1970 y 1994, siguió subiendo a un ritmo del 0,57%. Entonces las cosas se vuelven más interesantes. Entre 1994 y 2004, volvió a subir hasta el 1,03%. Esto se debió al gran impulso de las tecnologías de la información (IT, por sus siglas en inglés), concretamente, los ordenadores conectados a internet ,y las consiguientes mejoras en nuestra forma de trabajar.

Pero la revolución IT fue breve, sostiene Gordon. Y allí, concluye, es probable que nos quedemos, avanzando a un lento ritmo de progresos tecnológicos que nos limitará a un decepcionante crecimiento económico a largo plazo. Estas cifras importan. Tal crecimiento desgastado de productividad imposibilita una rápida expansión económica y las mejoras del nivel de vida, describe el economista. La falta de una fuerte productividad para impulsar el crecimiento económico, junto con lo que Gordon denomina como los "vientos en contra" a los que se enfrenta el país, como la creciente desigualdad y los descendientes niveles educativos, ayudan a explicar el dolor financiero sufrido por muchos. Para la mayoría de los estadounidenses, los sueldos simplemente no mantienen el ritmo. Salvo en el caso de los mejores remunerados, los ingresos reales de hecho se redujeron entre 1972 y 2013. Y Gordon asegura que no van a mejorar. Predice que los ingresos disponibles medios crecerán a un deprimente ritmo del 0,3% anual hasta 2040.

Conseguir que Estados Unidos sea grande de nuevo

No es de extrañar que muchos estadounidenses estén disgustados. Perciben que nunca disfrutarán de la misma seguridad económica que sus padres o abuelos. Y lo que resulta más preocupante para algunos es que sus hijos también tendrán que luchar por asegurar su futuro. Gordon cree que probablemente tienen razón. Si los robustos progresos económicos de la primera mitad del siglo XX ayudaron a generar un ánimo nacional de optimismo y fe en los progresos, ¿han generado décadas de un crecimiento de productividad mucho más lento una era de malestar y frustración? Gordon proporciona algunas ideas acerca de esa cuestión, pero las pistas nos rodean.

Foto: El gráfico muestra el crecimiento medio anual de la productividad. Crédito: Robert J. Gordon, 'The Rise and Fall of American Growth'. 

El enfado a causa de la economía desde luego se está manifestando en las actuales elecciones presidenciales. El candidato republicano líder se compromete, de forma algo abstracta, a "hacer que Estados Unidos sea grande otra vez". Y las campañas demócratas hacen eco de unos vagos sentimientos similares, especialmente el plan económico de Bernie Sanders que propone lograr un crecimiento de productividad de un 3,1%, un nivel que no se observa desde hace décadas.

También existen pistas de que la falta de crecimiento económico a largo plazo está afectando negativamente a los estadounidenses. A finales del año pasado, los economistas de la Universidad de Princeton (EEUU) Anne Case y Angus Deaton describieron una inquietante tendencia entre 1999 y 2013 entre hombres blancos entre las edades de 45 y 54 años de edad: un aumento sin precedentes de la morbilidad y mortalidad.

Este grupo de estadounidenses estaba experimentando más suicidios, sobredosis y alcoholismo. Los motivos no están claros. Pero los autores sugirieron con cautela una posibilidad: "Después de la ralentización de la productividad a principios de la década de 1970, y con el aumento de la desigualdad, muchos miembros de la generación del baby boom son los primeros en encontrarse en la mediana edad con que no llegarán a alcanzar una situación más aventajada que sus padres".

Especular sobre cómo la falta de progresos económicos han afectado al ánimo del país sería arriesgado. También se han visto intensos enfados políticos durante períodos de fuerte crecimiento económico, como la década de 1960. Y el pantano económico actual no puede ser atribuido totalmente al pobre crecimiento de la productividad, ni siquiera a la desigualdad. Aun así, ¿es posible que la falta de progresos tecnológicos nos esté condenando a un futuro preocupante, incluso en un momento en el que celebramos nuestros últimos dispositivos y capacidades digitales - y convertimos en héroes a nuestros tecnólogos líderes?

¿Cómo saberlo?

Mientras que la disposición de Gordon para especular acerca de lo que nos deparará el futuro representa uno de los puntos fuertes de su libro, su escepticismo generalizado acerca de las tecnologías de hoy a menudo parece injustificado, e incluso arbitrario. El autor califica de limitado el potencial de avances digitales como la impresión 3D, la inteligencia artificial y los coches autónomos para mejorar la productividad.

También obvia el impacto potencial de recientes avances en la edición genética, la nanotecnología y otras áreas. No hace falta ser un tecnoptimista para creer que unas tecnologías con potencial para cambiarnos la vida no representan algo del pasado. En su libro, ¿Está muerta la innovación? (Is Innovation Over?), Tyler Cowen reconoce el "estancamiento de los progresos tecnológicos" pero concluye que existen amplios motivos de esperanza para el futuro. Según el autor, "hay más gente dedicada a la ciencia que nunca, más ciencia que nunca. En [la inteligencia artificial], la biotecnología y [los tratamientos] para las enfermedades mentales se divisan grandes avances". Cown continúa: "No sugiero que se vayan a producir mañana mismo, podrán ocurrir dentro de 15 o 20 años. Pero, ¿cómo se podría saber que no sucederán?".

De algún modo, el libro de Gordon representa una contrapartida útil de la opinión popular de que nos encontramos en medio de una revolución tecnológica, según el economista Daron Acemoglu del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, EEUU), que lo considera "un debate sano". Acemoglu asevera: "Los tecnoptimistas han disfrutado de una época demasiado larga sin llegar a ser cuestionados". Pero, considera que resulta difícil aceptar el argumento de Gordon de que estamos experimentando una ralentización de la innovación. Según sus palabras: "Bien puede ser que estas innovaciones no se hayan traducido en productividad. Pero si consideramos sólo las tecnologías que han sido inventadas [recientemente] y que se encuentran tan cerca de implementarse durante los próximos cinco a 10 años, son increíblemente ricas. Simplemente resulta muy difícil pensar que nos encontramos en una era de escasez de innovación". El experto considera que "para asegurar a plazo aún más largo que no traduciremos esas innovaciones en un crecimiento de la productividad no es un argumento que resulte fácil de defender". Una de las limitaciones del libro de Gordon, según Acemoglu, es que no explica los orígenes de la innovación, tratándola como "maná caído del cielo". Resulta fácil "afirmar que la productividad nace de la innovación. Pero, ¿de dónde viene la innovación, y cómo afecta a la productividad?", se pregunta.

Si estamos condenados a un futuro de duros momentos económicos será determinado en parte por cómo empleemos la innovación y compartamos los beneficios de la tecnología.

Mejores respuestas a tales preguntas podrían ayudarnos a entender no sólo cómo los avances técnicos de hoy podrían impulsar la economía, sino también a asegurar que implementemos estas tecnologías de forma que maximicen sus beneficios económicos. Si estamos condenados a un futuro de duros momentos económicos será determinado en parte por cómo empleemos la innovación y compartamos los beneficios de la tecnología. ¿Invertiremos en la infraestructura que sacaría el mayor provecho a los coches autónomos? ¿Proporcionaremos acceso a la medicina avanzada a una parte amplia de la población? ¿Desarrollaremos nuevas herramientas digitales al creciente segmento de la fuerza laboral con trabajos dentro de la atención médica y los restaurantes, permitiendo así que sean empleados más productivos? Puede que Gordon tenga razón: los grandes inventos de finales del siglo XIX cambiaron nuestras vidas hasta un grado que nunca podrá ser igualado. Ni se volverán a observar muchas de las circunstancias que fueron tan favorables a los progresos económicos durante esa era. Pero si logramos un mejor entendimiento del potencial de las invenciones de hoy, que ya son bastante increíbles, podríamos generar políticas e inversiones que permitan que sean plena y justamente implantadas, al menos tendremos una oportunidad de alcanzar de nuevo un robusto crecimiento económico.

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