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ARI LILOAN

Cambio Climático

El seguimiento por satélite de los animales podría impulsar la acción climática

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Los investigadores sueñan con un internet de los animales. Cada vez están más cerca de monitorizar 100.000 criaturas y desvelar facetas ocultas de nuestro mundo

  • por Matthew Ponsford | traducido por
  • 26 Marzo, 2024

Había algo extraño en la forma en que los tiburones se movían entre las islas de las Bahamas.

Los tiburones tigre tienden a mantenerse cerca de la costa, explica el biólogo marino Austin Gallagher, pero cuando empezó a marcar a estos animales de 450 kilos con transmisores por satélite en 2016, descubrió que estos depredadores se alejaban de ella, hacia dos antiguas colinas submarinas hechas de arena y fragmentos de coral que se extienden 300 millas (unos 483 kilómetros) hacia Cuba. Pasaban mucho tiempo "entrecruzándose, haciendo movimientos muy tortuosos y enrevesados" para estar cerca de ellas, dice Gallagher.

No estaba claro de inmediato qué atraía a los tiburones a la zona: aunque las imágenes por satélite mostraban claramente el terreno submarino, no captaban nada fuera de lo común. Sólo cuando Gallagher y sus colegas colocaron cámaras de 360 grados a los animales pudieron confirmar qué era lo que les atraía tanto: vastas praderas marinas nunca vistas hasta entonces, un hábitat biodiverso que ofrecía un surtido de presas.

El descubrimiento no sólo resolvió un pequeño misterio del comportamiento animal. Con los datos obtenidos de los tiburones, los investigadores pudieron cartografiar una extensión de praderas marinas de 93.000 kilómetros cuadrados en los fondos marinos del Caribe, ampliando en más de un 40% la cobertura mundial conocida de praderas marinas, según un estudio publicado por el equipo de Gallagher en 2022. Esta revelación podría tener enormes implicaciones para los esfuerzos por proteger los ecosistemas marinos amenazados —las praderas marinas son el vivero de una quinta parte de las principales poblaciones de peces y hábitats de especies marinas en peligro de extinción— y también para todos nosotros por encima de las olas, ya que las praderas marinas pueden capturar carbono hasta 35 veces más rápido que las selvas tropicales.

Desde hace mucho tiempo, los animales han sido capaces de ofrecer una visión única del mundo natural que nos rodea, actuando como sensores orgánicos que captan fenómenos que permanecen invisibles para los humanos. Hace más de 100 años, las sanguijuelas avisaban de la llegada de tormentas al deslizarse fuera del agua; los canarios advirtieron sobre catástrofes en las minas de carbón hasta la década de los 80; y los moluscos que se cierran cuando se exponen a sustancias tóxicas aún se utilizan para activar alarmas en los sistemas municipales de agua de Mineápolis y Polonia.

Un tiburón tigre visto bajo el agua con una cámara en el flanco.
Colocar cámaras de 360 grados en los tiburones tigre ayudó a desmitificar los extraños movimientos de los animales en las Bahamas. CORTESÍA DE BENEATH THE WAVES

Hoy en día tenemos más información que nunca sobre el comportamiento de los animales gracias a los sensores de etiqueta, que han ayudado a los investigadores a responder a preguntas clave sobre las migraciones por todo el mundo y los lugares a veces difíciles de alcanzar que los animales visitan por el camino. A su vez, los animales marcados se han convertido cada vez más en socios de los descubrimientos científicos y la vigilancia planetaria.

Pero los datos que recopilamos de estos animales siguen siendo solo una pequeña parte del conjunto. Los resultados se limitan a menudo a silos, y durante muchos años los sensores eran grandes y caros, aptos solo para un puñado de especies animales (como los tiburones tigre) que son lo bastante poderosas (o grandes) para transportarlas.

Esto está empezando a cambiar. Los investigadores se preguntan: ¿Qué encontraremos si seguimos incluso a los animales más pequeños? ¿Y si pudiéramos seguir una muestra de toda la fauna salvaje del mundo para ver cómo se entrecruzan las vidas de las distintas especies? ¿Qué podríamos aprender de un sistema de macrodatos sobre el movimiento de los animales, que vigilara continuamente cómo las criaturas grandes y pequeñas se adaptan al mundo que nos rodea? Algunos investigadores creen que podría ser una herramienta vital para salvar nuestro planeta, cada vez más en crisis.

Wearables para la naturaleza

Hace solo unos años, un proyecto llamado ICARUS parecía listo para empezar a responder a las grandes preguntas sobre el movimiento de los animales.

Un equipo dirigido por Martin Wikelski, director del Instituto Max Planck de Comportamiento Animal en el sur de Alemania y pionero en este campo, lanzó una nueva generación de sensores GPS asequibles y ligeros que podrían llevar animales tan pequeños como pájaros cantores, peces y roedores.

Wikelski sosteniendo un murciélago con una etiqueta en la pierna
Martin Wikelski imagina un sistema de big data que monitoree el comportamiento animal para ayudarnos a comprender mejor el medio ambiente. CHRISTIAN ZIEGLER/MAX PLANCK INSTITUTE FOR ORNITHOLOGY

Estos Fitbits para criaturas salvajes, por utilizar la analogía de Wikelski, podrían proporcionar datos de localización en directo con una precisión de unos pocos metros y, al mismo tiempo, permitir a los científicos controlar el ritmo cardíaco, el calor corporal y los movimientos bruscos de los animales, además de la temperatura, la humedad y la presión atmosférica de su entorno. Las señales transmitidas serían recibidas por una antena de tres metros instalada en la Estación Espacial Internacional (EEI) —resultado de una inversión de 50 millones de euros del Centro Aeroespacial Alemán y la Agencia Espacial Rusa— y enviadas a un banco de datos en la Tierra, lo que produciría un mapa de las trayectorias de los animales casi en tiempo real mientras cruzan el globo.

Wikelski y sus colegas esperaban que el proyecto, denominado Cooperación Internacional para la Investigación Animal desde el Espacio (ICARUS, por sus siglas en inglés), permitiera conocer una variedad de animales mucho mayor de la que se había podido rastrear hasta entonces. También pretendía demostrar el concepto del sueño de Wikelski de las últimas décadas: el internet de los animales, un sistema de macrodatos que vigila y analiza el comportamiento animal para ayudarnos a comprender el planeta y predecir el futuro del medio ambiente.

Los investigadores llevan años sentando las bases, conectando conjuntos de datos dispares sobre el movimiento de los animales, el medio ambiente y el clima y analizándolos con ayuda de la inteligencia artificial y el análisis automatizado. Pero Wikelski tenía la vista puesta en algo aún más grande y completo: un panel en el que 100.000 animales etiquetados con sensores pudieran ser controlados simultáneamente mientras se registraban datos casi en tiempo real desde satélites de observación terrestre y fuentes sobre el terreno.

Al reunir cada una de estas instantáneas de la vida de los animales, podríamos empezar a entender las fuerzas que están dando forma a la vida en todo el planeta. El proyecto tiene el potencial de ayudarnos a comprender mejor y conservar las especies más vulnerables del mundo, mostrando cómo responden los animales a los retos del cambio climático y la pérdida de ecosistemas. También prometía otra forma de vigilar la propia Tierra durante un periodo de creciente inestabilidad, transformando a nuestros cohabitantes animales en centinelas de un mundo cambiante.

Cuando ICARUS viajó al espacio por primera vez en 2018, fue muy celebrado en la prensa. Sin embargo, lo que debería haber sido un momento de gloria para Wikelski y el campo de la ecología animal se convirtió, en cambio, en una prueba para su voluntad. La antena de ICARUS estuvo parada durante un año por un problema técnico; volvió a ponerse en marcha, pero apenas había terminado las pruebas en febrero de 2022, cuando la invasión rusa de Ucrania detuvo el proyecto por completo.

Wikelski y sus colegas, sin embargo, han aprovechado el tiempo transcurrido desde entonces para innovar y evangelizar. Ahora imaginan una versión del internet de los animales más completa y tecnológicamente avanzada que la que esperaban construir hace tan solo unos años, gracias a las innovaciones en tecnologías de rastreo y sistemas de inteligencia artificial y por satélite. Han fabricado sensores aún más pequeños y baratos y han encontrado una forma nueva y más asequible de trabajar en el espacio con microsatélites llamados CubeSats. Sus esfuerzos han conseguido incluso que la NASA invierta su tiempo y sus recursos en la posibilidad de construir el internet de los animales.

Ahora Wikelski y sus colaboradores están de nuevo a punto, con un CubeSat experimental que transmite datos con éxito como parte de una fase de pruebas que comenzó el pasado mes de junio. Si todo va según lo previsto, otro CubeSat ICARUS plenamente operativo empezará a recoger datos el año que viene, y le seguirán más lanzamientos.

Los beneficios potenciales de este sistema son extraordinarios y aún no se conocen del todo, afirma Scott Yanco, investigador en ecología del movimiento de la Universidad de Míchigan. Tal vez podría ayudar a prevenir ataques de pumas o alertar sobre una enfermedad zoonótica a punto de dar el salto a los humanos. Podría alertar a los investigadores de los cambios de comportamiento que parecen producirse en algunos animales antes de los terremotos, un fenómeno que Wikelski ha estudiado, y determinar qué condiciones hacen que los piqueros del Indopacífico pongan menos huevos en los años previos a El Niño o que las aves tejedoras del delta del Níger construyan sus nidos a mayor altura antes de las inundaciones.

"Puedes hablar con 100 científicos sobre esto", dice Yanco, "y todos te darán una respuesta diferente de lo que les interesa".

Pero antes, aún quedan muchas cosas por hacer.

Los animales como centinelas

Cuando hablé por primera vez con Wikelski, a principios de 2022, ICARUS estaba en marcha, rastreando 46 especies desde la EEI a 400 kilómetros de altura. Llevaba unas gafas de montura cuadrada y hablaba con acento alemán y un tono de urgencia infalible. Me habló con entusiasmo de un mirlo equipado con un sensor que había hecho una travesía de unos 1.000 kilómetros desde Bielorrusia hasta Albania.

Según Wikelski, se trataba de una travesía bastante rutinaria, pero casi todo lo demás que había visto en el último año de pruebas en carretera había sido más extraño de lo esperado. Las cigüeñas blancas cruzaban el Sáhara cinco veces por temporada, sin motivo aparente. Los cucos, aves arborícolas poco aptas para pasar largos periodos en el mar, hacían viajes ininterrumpidos desde la India hasta el Cuerno de África. "Ahora, cada vez que miras, aparecen aspectos totalmente novedosos, y aparecen conexiones novedosas entre continentes", me dijo.

Esto podría haber sido un enredo desconcertante. Pero para Wikelski, eran "datos hermosos".

La práctica de colocar sensores en animales para seguir sus movimientos se utiliza desde hace más de 100 años, aunque empezó con un golpe de suerte. En la década de 1820, un cazador de un pueblo de África central lanzó una lanza de 30 pulgadas (unos 76 centímetros) que se clavó sin causar la muerte en el cuello de una cigüeña blanca. El ave regresó a Alemania en primavera, lo que contribuyó a resolver el misterio de la desaparición de las cigüeñas en invierno.

En la década de 1890, los científicos empezaron a rastrear aves silvestres con anillas colocadas alrededor de las patas, pero 49 de cada 50 aves marcadas con anillas no volvieron a ser vistas. A partir de la década de los 60, miles de aves recibieron etiquetas de radio de muy alta frecuencia conocidas como "pingers", pero sólo eran lo bastante potentes para emitir a unos pocos kilómetros. Para obtener los datos, los investigadores tuvieron que embarcarse en escenas de persecución caricaturescas, en las que las aves marcadas eran perseguidas por una antena localizadora de gran tamaño que las apuntaba desde el techo de un coche, un avión o un ala delta. 

En la década de 1820, un cazador de África central arrojó un arpón que se clavó en el cuello de una cigüeña blanca.
En la década de 1820, un cazador de África central arrojó una lanza que se clavó en el cuello de una cigüeña blanca. Podría tratarse del primer marcaje de un animal salvaje. ZOOLOGISCHE SAMMLUNG DER UNIVERSITÄT ROSTOCK

Wikelski probó las tres cosas. Durante una temporada en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, a mediados de los 90, estudiaba los tordos y conducía un Oldsmobile por el Medio Oeste a más de 110 kilómetros por hora. Salía cuando los pájaros cantores se ponían en marcha, hacia las dos de la madrugada, lo que solía llamar la atención de la policía local. Wikelski descubrió que, contrariamente a lo que se creía, los tordos empleaban solo el 29% de su energía en sus migraciones nocturnas, menos de lo que gastaban cazando y refugiándose durante las escalas. Pero el engorro de su proceso, que también implicaba capturar y volver a capturar aves para pesarlas, convenció a Wikelski de que, entre otras cosas, necesitaba mejores herramientas.

Pensar en grande (y apuntar más alto)

No fue inmediatamente evidente que la solución a los problemas de Wikelski estuviera en el espacio, aunque la idea de rastrear animales vía satélite se había explorado décadas antes de sus experimentos con el Oldsmobile.

De hecho, la NASA inventó el rastreo de animales desde el espacio en 1970, cuando ató un collar transmisor del peso de dos bolas de bolos al cuello de Monique, el alce espacial, una celebridad de las noticias locales de la época. (Monique era en realidad dos alces: la bautizada como Monique, que llevó un collar falso para las pruebas y las fotos de prensa, y otra, que accidentalmente recibió un dardo tranquilizante y a la que posteriormente se colocó el collar transmisor por satélite). Tras la muerte prematura de las Moniques —una por inanición y la otra a manos de un cazador—, el proyecto también quedó inactivo.

Pero sus investigaciones perduraron en Argos, un sistema de vigilancia meteorológica creado en 1978 por la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, por sus siglas en inglés) y la agencia espacial francesa. Este sistema fue pionero en la localización de animales marcados mediante la transmisión de un breve flujo de datos analógicos y la medición de la compresión de las ondas (el llamado efecto Doppler) a medida que un satélite de órbita polar sobrevolaba la zona a miles de kilómetros por hora. Pero esta tecnología solo captaba la posición de los animales a unos cientos de metros, en el mejor de los casos, y solía requerir una línea de visión despejada entre el sensor y el satélite, lo que resultaba difícil cuando se trabajaba con animales que se encontraban bajo el dosel de la selva tropical, por ejemplo.

Wikelski trabajó mucho con Argos, pero descubrió que la tecnología no le permitía captar los datos tan detallados que ansiaba. A finales de los 90, se encontraba en una isla de Panamá explorando un método alternativo que permitía seguir a cientos de animales de 38 especies, incluidos pequeños mamíferos e insectos.

Utilizando seis torres de radio de larga distancia, Wikelski y Roland Kays, actual director del Laboratorio de Biodiversidad del Museo de Ciencias Naturales de Carolina del Norte, empezaron a desarrollar el Sistema Automatizado de Radiotelemetría (ARTS, por sus siglas en inglés), un sistema de seguimiento por collar de radio que podía penetrar en la espesura de las copas de los árboles. El ARTS reveló interacciones entre especies; por ejemplo, cómo los ocelotes depredadores ayudan a conservar las palmeras de la isla al devorar grandes cantidades de agutíes, después de que estos roedores entierren semillas de palmera bajo tierra como tentempié para más tarde. Los investigadores también descubrieron que, a pesar de lo que todo el mundo creía, muchos de los habitantes animales no permanecen en la isla todo el año, sino que viajan con frecuencia al continente. Kays y Wikelski habían demostrado en un microcosmos el tipo de información que el seguimiento detallado de múltiples especies podía proporcionar incluso en entornos difíciles.

Pero Wikelski se sentía frustrado por no poder seguir a los animales fuera del mapa. "Si no conocemos el destino de un animal, nunca podremos hacer buena biología", afirma. La única solución sería tener un mapa sin bordes.

Fue más o menos en la época en que los rastreadores GPS se hicieron lo bastante pequeños para poder utilizarse en las etiquetas de los animales. Mientras que las etiquetas por radio, como las utilizadas por Argos, estimaban la ubicación transmitiendo señales a los receptores, los sistemas GPS, como los de los coches, descargan datos de tres o más satélites para triangular la ubicación con precisión.

Wikelski se convirtió en un hombre poseído por la idea de utilizar esta tecnología para crear un verdadero sistema mundial de seguimiento de animales. Imaginó etiquetas digitales que pudieran captar datos GPS a lo largo del día y enviar paquetes de datos a satélites que pasaran periódicamente por encima de ellos. Esta idea generó tanto entusiasmo como escepticismo. Sus colegas le dijeron que el sistema de sus sueños era irrealista e inviable.

Con el cambio de milenio, Wikelski aceptó un puesto en Princeton con la idea de que su pedigrí institucional le permitiría dar a conocer su "loca" idea. Poco después de su llegada, el jefe del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA asistió a una charla y Wikelski le preguntó si la agencia se beneficiaría de un sistema de satélites que pudiera seguir a las aves. "Me miró como si viniera de otro planeta", recuerda Wikelski. Aun así, consiguió una reunión con la NASA, aunque dice que se rieron de él al salir del edificio. Para entonces, la agencia aparentemente ya se había olvidado de Monique.

Sin inmutarse, en 2002 Wikelski lanzó ICARUS, una broma a medias (para los fans de la mitología griega) sobre sus propias ambiciones inmodestas. Su objetivo era utilizar etiquetas digitales GPS y satélites que transmitieran la información a un centro de datos en la Tierra casi tan instantáneamente como lo había hecho el sistema ARTS.

Las grandes ideas de Wikelski siguieron tropezando con grandes dudas. "En aquel momento, la gente nos decía que, desde el punto de vista tecnológico, nunca funcionaría", afirma. Incluso hace 10 años, cuando Wikelski hacía propuestas a las agencias espaciales, le decían que evitara por completo la tecnología digital en favor de la comunicación probada al estilo Argos. "¡No te pases a lo digital!", recuerda que le decían. "¡Es completamente imposible! Tienes que hacerlo en analógico".

Alejarse de los márgenes

En las dos décadas transcurridas desde la creación de ICARUS, la comunidad científica se ha puesto al día gracias a la evolución de la tecnología de consumo. El internet de las cosas hizo viables las comunicaciones digitales bidireccionales con pequeños dispositivos, mientras que las baterías de litio se han reducido a tamaños que pueden llevar más animales y los smartphones han hecho cada vez más accesibles los GPS y acelerómetros de bajo coste.

"Hemos pasado de no poder hacer un seguimiento real de la mayoría de las especies de vertebrados del planeta a darle la vuelta a la tortilla. Ahora somos capaces de rastrear la mayoría de las cosas", dice Yanco, subrayando que esto es posible "con distintos grados de precisión y resolución".

El otro avance clave se ha producido en los sistemas de datos y, en particular, en el crecimiento de Movebank, un repositorio central de datos de seguimiento de animales que se desarrolló a partir del sistema ARTS de Wikelski. Movebank reúne datos de seguimiento de animales terrestres procedentes de varios flujos, incluidos datos de localización del sistema Argos y de nuevos satélites digitales de alta resolución, como la antena de ICARUS en la EEI. (También está previsto incorporar datos de CubeSat). Hasta la fecha, ha recopilado 6.000 millones de puntos de datos de más de 1.400 especies, siguiendo el ciclo vital completo de los animales de una forma que Wikelski solo podía soñar. Ahora es una pieza clave de la infraestructura del internet de los animales.

El campo también tuvo algunos éxitos prácticos, que a su vez le permitieron reunir recursos adicionales. En 2016, en Londres, por ejemplo, donde la contaminación atmosférica es responsable de casi 10.000 muertes humanas al año, investigadores del Imperial College y de la start-up tecnológica Plume Labs soltaron 10 palomas mensajeras equipadas con sensores de emisiones de dióxido de nitrógeno y ozono procedentes del tráfico. Las actualizaciones diarias (tuiteadas por la cuenta Pigeon Air Patrol) mostraban cómo el recorrido de una paloma por los barrios revelaba puntos conflictivos de contaminación que las estaciones meteorológicas pasaban por alto.

Diego Ellis Soto, investigador de la NASA y doctorando en Yale que estudia ecología animal, destaca un experimento de 2018: se equipó a bandadas de cigüeñas con collares GPS de alta resolución para monitorizar los movimientos aéreos que encontraban sobre el océano abierto. Las cigüeñas etiquetadas pudieron capturar datos en vivo sobre la turbulencia, que puede ser notoriamente difícil de predecir para las aerolíneas.

Entre las funciones críticas de estos sensores animales se encuentra una que antes se consideraba excéntrica: predecir el tiempo y los patrones climáticos del mundo, que cambian rápidamente. Los animales equipados con sensores de temperatura y presión actúan esencialmente como boyas meteorológicas errantes que pueden emitir lecturas desde zonas desatendidas por las estaciones meteorológicas, como las regiones polares, las pequeñas islas y gran parte del Sur Global. Los satélites tienen dificultades para medir muchas variables medioambientales, como la temperatura de los océanos, cuya recogida puede resultar prohibitiva para los drones. "El 80% de las mediciones de la temperatura de la superficie del mar en la Antártida las realizan elefantes marinos, no robots ni rompehielos", explica Ellis Soto. "Estas focas pueden nadar por debajo del hielo y [hacer] cosas que los robots no pueden hacer". En la actualidad, las focas son marcadas anualmente, y los datos que recogen ayudan a perfeccionar los modelos meteorológicos que predicen El Niño y el aumento del nivel del mar.

Cuando la antena ICARUS se instaló en la EEI en agosto de 2018, parecía preparada para desbloquear aún más capacidades y descubrimientos. En la corta vida de la antena, el proyecto registró los movimientos de murciélagos, aves y antílopes casi en tiempo real, desde Alaska hasta las islas de Papúa Nueva Guinea, y transfirió los datos a Movebank. Pero cuando el experimento se detuvo prematuramente, Wikelski supo que tendría que hacer algo diferente, e ideó un plan para que ICARUS pudiera continuar, tanto si podía contar con una gran agencia espacial como si no.

Otra oportunidad

En lugar de un sistema de grandes satélites, la nueva encarnación de ICARUS funcionará con CubeSats: microsatélites comerciales de bajo coste lanzados a órbita terrestre baja —aproximadamente a la misma altura que la EEI— por unos 800.000 dólares (unos 738.720 euros), lo que significa que incluso los países en desarrollo que albergan ambiciones espaciales pueden formar parte del proyecto. Además, los CubeSat ofrecen la ventaja de una cobertura verdaderamente mundial; mientras que la trayectoria orbital de la EEI le impide captar señales de regiones polares situadas más al norte que el sur de Suecia o más al sur que el extremo de Chile.

Actualmente hay un CubeSat ICARUS en pruebas, que se puso en órbita el verano pasado. Si todo va bien, un CubeSat financiado por la Sociedad Max Planck en colaboración con la Universidad del Bundeswehr de Múnich se lanzará el próximo mes de abril, seguido de otro en el invierno de 2025 y, esperan, otro en 2026. Cada nueva adición permitirá registrar datos de los sensores una vez más al día, lo que aumentará la resolución temporal y acercará el sistema al seguimiento en tiempo real.

Mirlo equipado con un sensor GPS ligero.
Equipar incluso a los animales más pequeños con sensores GPS ligeros y baratos, como el de este mirlo, y observar cómo se desplazan por el mundo podría aportar información sobre los efectos globales del cambio climático. MAXCINE/MAX PLANCK INSTITUTE OF ANIMAL BEHAVIOR

Wikelski y sus socios también se han dedicado a fabricar etiquetas aún más pequeñas. Se acercan al objetivo de reducirlas a tres gramos, lo que en teoría permitiría rastrear más de la mitad de las especies de mamíferos y alrededor de dos quintas partes de las aves, además de cientos de especies de cocodrilos, tortugas y lagartos. Las etiquetas de ICARUS son ahora más baratas (cuestan sólo 150 dólares, o unos 138,5 euros) e inteligentes. Según explica Wikelski, ICARUS ha desarrollado sistemas de IA en chip capaces de reducir el consumo de energía en órdenes de magnitud para disminuir el tamaño de las baterías. Los científicos de la Universidad de Copenhague y del instituto de Wikelski en Max Planck también están probando nuevos marcadores que absorben la energía de los movimientos de los animales, como un reloj de pulsera automático. Por último, estos nuevos sensores ICARUS también pueden reprogramarse a distancia, gracias a sus comunicaciones bidireccionales al estilo del internet de las cosas. Un nuevo ecosistema de fabricantes de etiquetas —profesionales y aficionados— está bajando los precios, promoviendo la innovación abierta y permitiendo la experimentación.

Aun así, ICARUS no ha convencido a todo el mundo. Los críticos cuestionan los costes en comparación con los de iniciativas de vigilancia terrestre como MOTUS, un programa nacional canadiense de conservación de aves que utiliza una red de 750 torres receptoras. Otros sostienen que los investigadores pueden aprovechar mejor los miles de animales que ya rastrea Argos, que está actualizando sus etiquetas y lanzando una serie de CubeSats. El coste total de un sistema ICARUS completo —100.000 animales al mismo tiempo, algunos de los cuales mueren o desaparecen a medida que se marcan otros nuevos— es de entre 10 y 15 millones de dólares al año (entre 9 y 14 millones de euros, aproximadamente). "Si estás pensando en cómo marcar un alce o un borrego cimarrón, puede que necesites contratar un helicóptero y a todo el equipo y al veterinario", dice Ellis Soto, que lleva mucho tiempo colaborando con Wikelski. "Así que los costes pueden ser muy, muy limitantes".

Pero, según sus defensores, la iniciativa aportaría mucha más información que otras misiones espaciales de obtención de imágenes de la Tierra y sería mucho más barata que enviar humanos o drones a recoger datos de lugares remotos como las capas de hielo polares. Wikelski también subraya que ninguna entidad correrá con los gastos. Trabaja con comunidades locales de Bután, Sudáfrica, Tailandia, China, Rusia y Nigeria, y recibe peticiones de personas de todo el mundo que quieren conectar las etiquetas a ICARUS. Con satélites y etiquetas baratas, ve un camino para escalar.

Aunque ICARUS explora un futuro comunitario, uno de los mayores cambios desde su lanzamiento inicial es el respaldo que la tecnología del internet de los animales ha recibido del mayor gigante del sector: la NASA. La agencia lleva dos años inmersa en un proyecto de cinco años para explorar cómo podría implicarse más en la creación de un sistema de este tipo. "Estamos muy centrados en desarrollar futuros conceptos de misión que vendrán después del actual conjunto de misiones ICARUS", afirma Ryan Pavlick, investigador de teledetección de la biodiversidad en el Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA. En 2024, esto significará "estudios de arquitectura" destinados a comprender qué sistemas técnicos podrían satisfacer las necesidades de seguimiento de animales de las partes interesadas, entre ellas la NOAA, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre de Estados Unidos y el Servicio Geológico de Estados Unidos.

Aunque el proyecto de la NASA pretende beneficiar a los estadounidenses, un internet de los animales plenamente realizado sería necesariamente mundial e interespecie. Cuando hablamos en noviembre de 2023, Wikelski acababa de colgar el teléfono para hablar de cómo ICARUS puede ayudar a supervisar el "pacto por la naturaleza" mundial establecido por la conferencia sobre biodiversidad COP15 de la ONU, entre cuyos objetivos se incluye la reducción de las tasas de extinción en un factor de diez.

Jill Deppe, que dirige la Iniciativa de Aves Migratorias de la Sociedad Nacional Audubon, tiene un entusiasmo ilimitado por la forma en que un internet de los animales podría afectar a organizaciones como la suya. Durante un siglo, Audubon ha visto desaparecer aves migratorias en sus viajes a Chile o Colombia. Un sistema que pudiera decirnos dónde están muriendo las aves en todo el hemisferio occidental permitiría a Audubon orientar con precisión las inversiones en protección del hábitat y los esfuerzos para hacer frente a las amenazas, afirma. 

"Todo nuestro trabajo de conservación sobre el terreno se realiza a escala local", afirma Deppe. En el caso de las aves migratorias, ICARUS puede vincular estos momentos aislados en una historia que abarca continentes: "¿Cómo interactúan todos esos factores y procesos? ¿Y qué significa eso para la supervivencia de las aves?".

El cuadro de mandos de Movebank, que se actualiza en tiempo real, también hace posible una acción de conservación más dinámica. Las playas pueden cerrarse cuando aterrizan aves playeras agotadas, los parques eólicos pueden parar las turbinas cuando migran los murciélagos y los agricultores concienciados con la conservación —que ya intentan inundar los campos o drenarlos en momentos adecuados para las bandadas migratorias— pueden hacerlo con conocimiento de causa.

A cambio, ¿nos ayudarán realmente los animales a ver el futuro del clima del planeta?

Nadie sugiere que los animales sustituyan al sistema de satélites, estaciones meteorológicas, globos y boyas oceánicas que actualmente alimentan los complejos modelos de los meteorólogos. Sin embargo, la tecnología que complementa estos flujos de datos fiables, que capta las señales biológicas siempre cambiantes de focas, cigüeñas, tiburones y otras especies, ya está empezando a llenar lagunas en nuestros conocimientos. Antes considerados señales crípticas del destino, o presagios de la fatalidad, sus comportamientos son mensajes que acaban de empezar a mostrarnos formas de vivir en un planeta cambiante.

Matthew Ponsford es un periodista independiente residente en Londres.

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