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Cambio Climático

Lecciones de la crisis de Texas para adaptar el mundo al clima extremo

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Su traumática experiencia tras una ola de frío resalta la urgencia de adaptar nuestras infraestructuras y comunidades a la imparable amenaza de la emergencia climática 

  • por Sarah Fletcher | traducido por Ana Milutinovic
  • 10 Marzo, 2021

El 14 de febrero de este año, una atípica masa de aire ártico se extendió por el centro de EE. UU. y por Texas (EE. UU.). En este estado habitualmente cálido, la corriente hizo que las temperaturas descendieran por debajo de los 0 °C, lo que provocó el colapso casi total de su red eléctrica. A pesar de que Texas es famoso por sus abundantes recursos energéticos, sufrió averías generalizadas en los sistemas de gas natural y electricidad que dejaron a más de cuatro millones de texanos sin luz durante días.

Unas semanas después, ya se cree cuál fue la causa del fallo de la red en Texas. Las gélidas temperaturas provocaron un aumento de la demanda de electricidad invernal que batió todos los récords, puesto que incluso superó el escenario de demanda "extrema" diseñado por el operador de la red eléctrica estatal, Electric Reliability Council of Texas (ERCOT).

Al superar la máxima demanda prevista, decenas de centrales de energía de gas natural y algunas turbinas eólicas dejaron de funcionar rápidamente, lo que sumergió la red texana en una crisis. Para evitar que se cayera por completo, ERCOT ordenó a las empresas de servicios públicos que iniciaran apagones de emergencia y desconectaran a millones de clientes. 

Los científicos todavía están trabajando para determinar si el rápido calentamiento del Ártico es el responsable de las cada vez más frecuentes rupturas del "vórtice polar", una de las cuales fue la causante del frío extremo en Texas. Pero ya sabemos que el cambio climático hace que los fenómenos meteorológicos extremos sean más frecuentes y severos, como las olas de calor, las sequías, los incendios forestales y las inundaciones. Cualquiera de estas situaciones puede llevar nuestras infraestructuras críticas al límite, tal y como sucedió en Texas. ¿Cómo podríamos prepararnos?

La resiliencia climática requerirá una inversión de hasta 100.000 millones de dólares (84.404 millones de euros) al año a nivel mundial en infraestructura y comunidades. Pero una planificación cuidadosa puede ayudar dar el mejor uso a nuestros escasos recursos. 

Mirando hacia atrás, el colapso de Texas ofrece varias lecciones clave sobre qué habría que hacer para que tanto las infraestructuras críticas como las comunidades vulnerables sean más resistentes a los extremos climáticos. 

Evaluar los futuros riesgos

En primer lugar, hay que señalar que el fallo de la red no fue el único responsable del intenso sufrimiento y la pérdida de vidas a los que se enfrentaron los habitantes de Texas.

Los pozos de gas natural y los conductos también se congelaron, reduciendo a la mitad la producción y el suministro de gas para los gasoductos estatales y centrales de energía justo cuando la demanda se disparaba. En otros lugares, las plantas de tratamiento de agua se quedaron sin electricidad, y las tuberías congeladas provocaron que las redes de distribución de agua perdieran presión. Las carreteras congeladas impidieron a los ciudadanos a viajar con seguridad.

Construir una infraestructura resistente significa prestar mucha atención a los fenómenos meteorológicos extremos que pueden afectar grandes partes del sistema a la vez.

Las conexiones entre estos sistemas de infraestructura son las mantienen las luces encendidas y los grifos abiertos en los buenos tiempos, pero pueden agravar las averías cuando las cosas van mal.

La meteorología extrema también suele provocar que varias partes de los sistemas críticos fallen al mismo tiempo. Este tipo de fallos simultáneos son mucho más probables de lo que uno podría pensar. Si 10 centrales eléctricas tienen cada una un 10 % de probabilidad de fallar, pero cada una de sus respectivas probabilidades es independiente de las demás, la posibilidad de que todas fallen a la vez es infinitesimal (0,00000001 %).

Si esta probabilidad combinada fuera del 1 %, la situación sería mucho más preocupante. Por lo tanto, construir una infraestructura resistente significa prestar mucha atención a los fenómenos meteorológicos extremos que pueden afectar grandes partes del sistema al mismo tiempo, ya sea una tormenta invernal, un incendio forestal, un huracán o una inundación.

Por último, las peores consecuencias que sufren los humanos a causa de cualquier fallo de infraestructura no provienen de la avería en sí, sino de la exposición a temperaturas bajo cero, la escasez de agua potable, la disminución de los suministros de alimentos y el temor de que la ayuda no llegue a tiempo. Por eso, la magnitud del sufrimiento está determinada no solo por la de la avería de la infraestructura, sino también por la capacidad de cada comunidad para capear el temporal.

Las comunidades históricamente marginadas suelen tener la menor cantidad de recursos para protegerse contra los costes humanos de las averías de infraestructura. En Texas, las personas sin hogar fueron las más propensas a estar expuestas a temperaturas bajo cero. Los refugios, limitados por los requisitos de distanciamiento social, alcanzaron rápidamente su capacidad. Muchos barrios de bajos ingresos fueron los primeros en enfrentarse a los cortes de energía. Y en el caso de Texas, tanto la población sin hogar como la de barrios de bajos ingresos está compuesta por personas negras de manera desproporcionada.

A la luz de lo que sucedió en Texas y ante la amenaza constante de la emergencia climático en todas partes, ¿cómo pueden las comunidades reforzar sus recursos locales y sistemas críticos para evitar sufrir una situación como la de Texas?

La resiliencia del mañana empieza hoy

Deberíamos empezar con los eslabones más débiles de nuestras infraestructuras. Los sistemas de energía pueden y deben construirse para resistir a las condiciones meteorológicas extremas. Hay turbinas eólicas que funcionan en la Antártida, igual que centrales de gas en Canadá y pozos de gas en Alaska (EE. UU.). Climatizar este tipo de instalaciones en lugares tan fríos puede ser costoso, pero las medidas más asequibles podrían valer la pena, como acondicionar las turbinas eólicas para el invierno o utilizar sistemas de trazado de calor y aislamiento para evitar que los sensores de presión de las centrales de energía nuclear o de gas natural se congelen.

Decidir cuánto invertir para reducir el impacto de los fenómenos extremos es un cálculo complicado, pero no solo debería depender de la probabilidad de que se produzca uno, sino de la gravedad de sus consecuencias.

Al mismo tiempo, nunca podremos proteger cada centímetro de nuestra infraestructura contra la enorme variedad de desastres posibles. Por lo tanto, siempre que sea posible, también deberíamos diversificar el suministro de recursos críticos como la electricidad. Las centrales de energía de gas natural, que representan dos tercios de la capacidad de generación de Texas, fueron el contribuyente más significativo a su escasez de suministro. Si la red cuenta con una mezcla de fuentes de generación de energía en diferentes ubicaciones, cada una de las cuales es susceptible a diferentes tipos de condiciones extremas, será más resistente a cualquier fenómeno individual. 

De cara al futuro, cualquier nueva infraestructura en la que invirtamos debe estar preparada no solo para la situación climática actual, sino también para la que tendremos dentro de varias décadas. Para cada mejora que hagamos, tenemos que decidir qué rango de fenómenos climáticos extremos debería ser capaz de soportar, y reconocer que el pasado ya no sirve de guía segura para las futuras condiciones extremas.

En cuanto las tuberías, su actualización es costosa cuando están bajo tierra, pero su climatización es relativamente económica. En ese caso, los nuevos proyectos deben planificarse para el peor de los casos en función de las proyecciones climáticas para su vida útil esperada.

Para los componentes más fáciles de sustituir o modernizar, o para cambios operativos como la alteración del funcionamiento de los embalses en las presas hidroeléctricas, podemos adoptar el enfoque de esperar y ver qué pasa. En estos casos, podríamos invertir menos en las actualizaciones en este momento, pero aun así deberíamos implementar procesos que nos permitan hacerlo cuando sean evidentemente necesarias. La preparación inteligente y la adaptación pueden reducir el coste de la resiliencia.

Nuestra planificación tampoco puede terminar con el endurecimiento físico de nuestros sistemas. Independientemente de las mejoras que hagamos en la red eléctrica, también tenemos que estar preparados para la realidad de que, en algún momento, volverá a fallar. 

Debemos ser conscientes de que el pasado ya no sirve de guía segura para las futuras condiciones extremas.

Para prepararse es necesario hacer un cálculo minucioso de todas las posibles razones por las que las redes eléctricas y otros sistemas vitales pueden fallar. Por cada causa, debemos planear cómo las averías simultáneas agravadas podrían afectar a otros sistemas de infraestructura y a las comunidades. Los fallos en la red tendrán diferentes efectos en función de si se deben al frío extremo o al calor extremo. No existe una solución única para todos.

Para el frío, la preparación significa invertir en climatización de las casas para que las personas puedan mantener el calor dentro. También significa aislar y sustituir las tuberías de agua para que resistan al frío, así como planificar la creación de centros para calentarse y distribuir agua embotellada. Habrá que proporcionar transporte de emergencia para las personas que dependen de la electricidad para sus tratamientos médicos como el oxígeno, y tener una estrategia para localizar y ayudar a las personas sin hogar. Y se tendrá que empezar con las comunidades más vulnerables, que son las que más tienen que perder.

La resiliencia no simplemente consiste en prepararse para los desastres. Es una oportunidad para invertir en nuestras comunidades tanto para el buen tiempo como para el malo. La adaptación climática tiene un precio elevado, pero puede hacer que nuestras ciudades sean más habitables, que nuestra agua sea más limpia y que nuestros hogares sean más seguros. El coste de la inacción, tanto en dinero como en vidas, será mucho mayor.

*Sarah Fletcher es profesora asistente en la Universidad de Stanford (EE. UU.). Estudia recursos hídricos, planificación de infraestructura y adaptación climática. Ella tuitea en @ SFletcherH2OJesse Jenkins es profesor asistente en la Universidad de Princeton (EE. UU.). Estudia ingeniería y políticas de sistemas de energía a gran escala y tuitea en @JesseJenkins.

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