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Biotecnología

La genómica social está abriendo nueva puerta a la supremacía racial

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Esta nueva ciencia, que busca correlaciones entre los genes y determinados rasgos del comportamiento como la inteligencia, se está convirtiendo en un arma para defender nuevas formas de eugenesia. Pero, aunque estas correlaciones sean muy útiles, no implican una relación causa-efecto 

  • por Nathaniel Comfort | traducido por Ana Milutinovic
  • 20 Noviembre, 2018

¿Le gustaría ser capaz de predecir las agresiones? ¿Y el neuroticismo o la aversión al riesgo? ¿El autoritarismo? ¿Los logros académicos? Esta es justo la última promesa del cada vez más popular campo de la genómica social o sociogenómica.

Desde que la doble hélice fuera descubierta, la ciencia ha vivido muchas "revoluciones del ADN". Y resulta que ahora mismo estamos en medio de otra más. Se trata de un matrimonio entre las ciencias sociales y las naturales que utiliza grandes volúmenes de datos de la ciencia del genoma (cada vez más abundantes gracias a las empresas de pruebas genéticas como 23andMe) para describir las bases genéticas que rigen los comportamientos complejos que estudian los sociólogos, economistas, científicos, políticos y psicólogos. Este nuevo campo está liderado por un grupo de científicos mayoritariamente jóvenes, generalmente carismáticos, dispuestos a escribir libros y artículos de opinión, dar entrevistas y conferencias de alto nivel. Y su trabajo demuestra que el debate entre lo innato y lo adquirido no acaba nunca, simplemente se replica y se reinicia en un nuevo contexto.

Los defensores de la sociogenómica se imaginan un futuro que no parece igual de esperanzador para todo el mundo. Estos expertos describen un escenario de "tarjetas sanitarias" entregadas al nacer basadas en el genoma del individuo y capaces de predecir el riesgo de diversas enfermedades y la tendencia a mostrar diferentes comportamientos. A través de este nuevo campo, las ciencias sociales del futuro podrán analizar el componente genético involucrado en los logros educativos y en la riqueza, mientras que los economistas podrán establecer "puntuaciones de riesgo" para el gasto, el ahorro y el comportamiento de inversión basadas en los genes.

Sin un buen sistema regulatorio para controlar todo esto, las posibilidades de la genómica social podrían utilizarse para analizar las solicitudes de ingreso para escuelas y empleos, para calcular el coste de distintos tipos de seguros. 

Un mundo regido por estos principios podría resultar tan emocionante como aterrador (o ambas cosas). Aunque los profesionales de la sociogenómica están centrados en sus aspectos positivos, en realidad poco se puede hacer para aumentar el control sobre este sector. El psicólogo educativo Robert Plomin afirma: "El genio ha salido de la botella y ya no podemos volver a meterlo dentro".

¿Pero realmente la ciencia es capaz de hacer este tipo de predicciones? Y si lo es, ¿de verdad puede convertirse una base válida para definir políticas sociales? Para responder a estas preguntas es necesario poner en contexto esta nueva forma de ciencia social "hereditaria". Y para ello no solo hay que considerar la ciencia en sí, sino la perspectiva social e histórica. Eso podría ayudarnos a comprender todo lo que está en juego y cuáles son los posibles riesgos y beneficios reales.

Una ciencia extraña

Si esto es "ciencia", entonces se trata de una ciencia muy poco común. Estamos acostumbrados a pensar que la ciencia busca progresivas explicaciones de los efectos que causan los fenómenos naturales a partir de una serie de hipótesis. Y cualquier buena ciencia hace mucho hincapié desmentir las hipótesis de trabajo.

Pero en la sociogenómica no hay experimentos, no hay hipótesis para aceptar o rechazar, los datos no ofrecen conclusiones sobre los principios generales. Tampoco es una ciencia histórica, como la geología y la biología evolutiva, que se basan en un largo historial de datos para alcanzar sus conclusiones.

La sociogenómica es más inductiva que deductiva. Empieza recopilando datos sin una hipótesis previa. Simplemente se recoge información de estudios longitudinales como el del corazón de Framingham, estudios con gemelos y otras fuentes de información, como las compañías de pruebas genéticas de consumo (por ejemplo, 23andMe) que recopilan los datos biográficos y biométricos, además de los genéticos sobre todos sus clientes.

Después, los algoritmos engullen los datos y escupen las correlaciones que detectan entre el rasgo de interés y las pequeñas variaciones en el ADN, llamadas SNP (polimorfismos de un solo nucleótido). Al final, los expertos en sociogenómica hacen lo que la mayoría de los científicos hacen al principio: extraen conclusiones y predicciones sobre el comportamiento futuro de un individuo.

Pero la sociogenómica no se centra en las relaciones causa-efecto sino en las correlaciones. Los datos de ADN suelen presentarse como estudios de asociación del genoma (GWAS, por sus siglas en inglés), un medio para comparar los genomas y vincular las variaciones de los SNP. Los algoritmos sociogenómicos lanzan la pregunta: ¿Existen patrones en los SNP que estén correlacionados con algún un rasgo, ya sea la inteligencia o la homosexualidad o el amor por el juego?

Sí, casi siempre es así. El número de posibles combinaciones de los SNP es tan grande que resulta prácticamente inevitable encontrar correlaciones con cualquier rasgo. El biólogo evolutivo Graham Coop explica que los grandes volúmenes de datos pueden hacernos caer en una falsa sensación de objetividad. El experto detalla que el éxito de los GWAS "parece sugerir que pronto podremos resolver los debates sobre si las diferencias de comportamiento entre las poblaciones están en parte causadas por la genética". Pero añade que "responder a esta pregunta es mucho más complicado de lo que parece".

Coop describe lo que él describe como un "ejemplo de"juguete" de un estudio poligénico engañoso, un experimento mental. La hipotética pregunta de la investigación podría ser: ¿Por qué los ingleses beben más té que los franceses?

El investigador imaginario de Coop, Roberto, utiliza datos de bases existentes como los del Biobanco de Reino Unido. A partir de ellos, cuenta el número medio de alelos (diferentes formas de un gen) asociado con la preferencia por el té de los ingleses y los franceses. Coop detalla: "Si es más probable que los británicos, en general, tengan alelos que aumenten el consumo de té más que los franceses, entonces Roberto podría decir que ha demostrado que la diferencia entre la preferencia por el té de las personas francesas y británicas se debe, en parte, a la genética".

Como buen profesional de la ciencia, por supuesto Roberto ofrecería las garantías habituales sobre la calidad de sus datos. También insistiría en que sus resultados no demuestran que todos los británicos que consumen mucho té lo hagan motivados por sus genes, solo que la diferencia general entre las dos poblaciones es, en parte, genética.

Con este ejemplo, Coop demuestra los problemas de este enfoque. Básicamente, obvia hecho crucial de que los alelos pueden comportarse de manera distinta en diferentes genomas y entornos: "El problema es que los estudios GWAS no apuntan a alelos específicos para las preferencias de té, solo a los alelos asociados con la preferencia de té en el conjunto actual de los entornos experimentados por personas en el Biobanco de Reino Unido". En otras palabras, no podemos asegurar que un grupo diferente de personas con las mismas variaciones genéticas presente el mismo gusto por el consumo de té. E incluso si lo hicieran, seguiríamos sin saber si este rasgo está motivado por dichos genes.

Así que el experimento de Roberto básicamente contiene dos falacias. La primera es que confunde la relación causal con una simple correlación. Su estudio no demuestra que los supuestos alelos relacionados con el gusto por el té tengan impacto en el consumo, simplemente demuestra que están correlacionados. Los resultados son predictivos pero no explicativos. La segunda falacia es una que aprendí el primer día de clase de bioestadística: el valor estadístico no es igual al biológico. La cantidad de personas que compran helados en la playa se relaciona con la cantidad de personas que se ahogan o que son devoradas por los tiburones en la playa. Las cifras de ventas de los puestos de helados junto a la playa podrían ser altamente predictivas de los ataques de tiburones. Pero solo un loco nos tiraría el helado con un golpe con la mano afirmando que así nos salvó del gran tiburón blanco.

Coop concluye: "Los rasgos complejos son solo eso: complejos. La mayoría de los rasgos son increíblemente poligénicos, probablemente con decenas de miles de SNP asociados. Estos SNP actuarán a través de una gran cantidad de vías, mediadas por interacciones con muchos factores ambientales y culturales".

Una larga tradición

La sociogenómica es el último capítulo de una larga tradición de ciencias sociales relacionadas con la herencia, que se remontan a hace más de 150 años. Cada iteración ha utilizado los nuevos avances en la ciencia y los momentos culturales únicos para presionar por un programa social específico. Aunque pocas veces le ha ido bien.

El creador del enfoque estadístico empleado fue el primo de Charles Darwin Francis Galton. Galton desarrolló el concepto y el método de regresión lineal, ajustando la mejor línea a través de una curva, en un estudio de la altura humana. Como todos los rasgos que estudió, la altura varía continuamente, siguiendo una curva de campana. Galton pronto dirigió su atención hacia los rasgos de la personalidad, como "genio", "talento" y "carácter". Así se volvió cada vez más hereditario. Fue Galton quien nos dio la idea de lo innato frente a lo adquirido. Según él, a pesar del "admirable valor de lo adquirido", lo innato era "lo más importante, con diferencia".

Galton y sus seguidores fueron los inventores de la bioestadística moderna, cuyo objetivo principal era la humanidad en mente. El principal protegido de Galton, el investigador Karl Pearson (quien inventó el coeficiente de correlación, el valor utilitario de los GWAS y, por lo tanto, la sociogenómica), fue un socialista que creía en separar el sexo del amor. Según su visión, el amor se debía repartir generosamente mientras que el sexo debería regularse estrictamente para controlar quién procrea con quién con fines puramente eugenésicos.

La clave es que, a diferencia de lo que algunos afirman, la eugenesia no fue una simple consecuencia desafortunada de una ciencia engañosa. Fue fundamental para el desarrollo de las estadísticas biológicas. Este entrelazamiento recorre la historia de las ciencias sociales de lo hereditario, y los científicos sociogenómicos actuales, quienes, les guste o no, son sus sucesores.

A principios del siglo XX, en EE.UU. surgió una nueva cepa feroz de la eugenesia, basada en la nueva ciencia de la genética mendeliana. En el contexto del afán reformista de la época progresista, de la ideología de un gobierno fuerte y de la fe en la ciencia para resolver los problemas sociales, la eugenesia se convirtió en la base de la política social represiva e incluso de la ley. Después de que algunos destacados científicos eugenésicos sondearan, presionaran y testificaran en su defensa, se aprobaron algunas leyes que prohibían el "mestizaje" u cualquier matrimonio "disgénico", exigían la esterilización de los individuos no aptos, y regulaban la oleada de inmigrantes procedentes de  zonas a las que ciertos políticos actuales podrían referirse como "países de mierda".

A finales de la década de 1960, el psicólogo educativo Arthur Jensen publicó un enorme artículo en The Harvard Educational Review en el que defendía que los niños negros eran congénitamente menos inteligentes que los niños blancos. Y proponía una norma: escolarización separada y desigual, para que los niños afroamericanos no se frustraran por el exceso de desafíos relacionados con el razonamiento abstracto. Esta propuesta, que acabó conociéndose como "jensenismo" ha ido resurgiendo cada pocos años, en libros como el de los autores Charles Murray y Richard Herrnstein The Bell Curve (1994) y A Troublesome Inheritance (2014), del periodista Nicholas Wade.

Dado el clima social y político de 2018, este parece un momento particularmente peligrosa para recuperar esta nueva y más poderosa versión del determinismo genético. Es cierto que los trabajos de investigación, informes técnicos, entrevistas, libros y artículos de noticias que he leído sobre las diversas ramas de la sociogenómica sugieren que la mayoría de los investigadores quieren superar el racismo y la estratificación social promovidos por los anteriores científicos sociales de la herencia. Restan importancia a sus resultados, insisten en evitar el determinismo genético a secas y en mantenerse inclusivos en su lenguaje. Pero, igual que en el pasado, algunos pequeños grupos se han subido al carro de la investigación sociogenómica para avalar sus afirmaciones sobre la superioridad blanca y el nacionalismo.

Los peligros para la sociedad

La genómica social viene con su propio abanico de riesgos sociales, y el número uno de la lista es el de no abordar en profundidad dichos riesgos. En el estudio de 2012, que se ha convertido en el manifiesto de facto de la economía genómica (que usa datos genéticos para predecir el comportamiento económico), el economista conductista Daniel Benjamin y sus coautores dedicaron dos secciones completas a "trampas". Cada una de esas secciones era metodológica y estadística: falsos positivos, estudios con muy pocos participantes, etcétera. La mayoría de esos problemas se podría arreglar con más datos y mejores estadísticas.

Algunos miembros del sector reconocen abiertamente el oscuro pasado de su campo. La experta en genética del comportamiento y el desarrollo en la Universidad de Texas (EE.UU.) Kathryn Paige Harden escribió a principios de este año un artículo de opinión en The New York Times en el que aseguraba que "la eugenesia no está completamente enterrada en el pasado". Harden lamentaba el surgimiento del llamado movimiento de la biodiversidad humana (refiriéndose a él como "la eugenesia de la extrema derecha"), y de sus vínculos con la supremacía blanca y los reclamos sobre su legitimidad científica. Los miembros de este movimiento, escribió ella, "tuitean y publican con entusiasmo los descubrimientos en genética molecular que, erróneamente, creen que apoyan las ideas de que la desigualdad está determinada genéticamente; que las medidas como tener un estado de bienestar más generoso son, por lo tanto, inútiles; y que la genética confirma una jerarquía de razas del valor humano".

De hecho, a los defensores de la biodiversidad humana y a los otros llamados "realistas raciales" les encanta la sociogenómicaAmerican Renaissance, la publicación dirigida por el declarado supremacista blanco Jared Taylor, promueve artículos sobre las posibilidades de la sociogenómica, al igual que la HBD Bibliography, un agregador de textos sobre la herencia. El conocido y prolífico escritor en los círculos de la supremacía blanca y la biodiversidad humana, Steve Sailer, escribe extensamente sobre la sociogenómica en las páginas de la "raza realista" como Unz Review y VDARE.

Para ser claros: no estoy diciendo que los sociogenomicistas sean racistas. Quiero decir que su trabajo tiene serias implicaciones sociales fuera del laboratorio y que muy pocos miembros de este campo están tomando esos problemas en serio.

La genética tiene un historial enorme cuando se trata de resolver problemas sociales. En 1905, el psicólogo francés Simon Binet inventó una medida cuantitativa de inteligencia, el test de Coeficiente Intelectual, para identificar a los niños que necesitaban ayuda adicional en ciertas áreas. 20 años más tarde, Binet se horrorizó al descubrir que algunas personas fueron esterilizadas por tener un resultado demasiado bajo en su test, debido al falso temor a que las personas con una inteligencia por debajo de la media estaban esparciendo sus genes de debilidad intelectual como si fueran semillas de maíz.

¿Qué podemos hacer para evitar que la sociogenómica sufra el mismo destino? ¿Cómo nos aseguraremos de que la puntuación poligénica sobre el logro educativo se utilice para ofrecer ayuda adicional dirigida a quienes la necesitan y garantizar que no se convierte en una herramienta de segregación?

Una forma de abordarlo sería la siguiente: cuando el biólogo evolutivo Coop y su estudiante Jeremy Berg publicaron el artículo de los GWAS sobre la genética de la altura humana, dieron un paso extraordinario al escribir un artículo de 1.500 palabras sobre lo que se podía y no se podía inferir legítimamente de su trabajo.

¿Por qué esta práctica no es la habitual? Este campo necesita más gente como Coop, y menos fanfarrones. Necesita científicos que tengan en cuenta las implicaciones sociales de su trabajo, especialmente su potencial de dañar. Necesita científicos que toman en serio la crítica social de la ciencia, que entienden su trabajo en sus contextos científicos e históricos. Esas personas tienen la mejor oportunidad de usar este potente conocimiento de manera productiva. Para los científicos que estudian la genómica social humana se trata de una responsabilidad moral.

*Nathaniel Comfort es profesor de historia de la medicina en la Universidad Johns Hopkins. Jon Phillips ha colaborado en la investigación para este artículo.

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