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Bob O'Connor

Computación

Se busca tecnología para detectar explosivos mejor que los perros

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El Ejército estadounidense cuenta con más de mil perros entre sus filas. Pese a que los investigadores han intentado desarrollar dispositivos que superen la sensibilidad de los hocicos de los canes, por el momento los rastreadores electrónicos de bombas son menos efectivos y requieren demasiada infraestructura

  • por Haley Cohen Gilliland | traducido por Ana Milutinovic
  • 31 Octubre, 2019

Prácticamente desde que los ejércitos empezaron a luchar entre sí, reclutaban animales para ayudarlos. Los caballos, especialmente, fueron decisivos durante milenios. Tal y como el historiador Morris Rossabi ha escrito sobre las conquistas mongolas de Asia: "La movilidad y el factor sorpresa eran las características de las expediciones militares dirigidas por Genghis Khan y por sus comandantes, y los caballos eran cruciales para tales tácticas y estrategias. Los caballos, sin exagerar, se podrían comparar con los misiles balísticos intercontinentales del siglo XIII". El historiador David Edgerton señala que, ya en la Primera Guerra Mundial," la capacidad de Gran Bretaña para aprovechar los mercados mundiales de caballos era crucial para su poder militar".

Los caballos siguen teniendo importancia puntual en la historia, como en la invasión estadounidense de Afganistán en 2001, cuando las tropas de las Fuerzas Especiales a caballo activaron los ataques con bombas a través de radios satelitales, utilizando indicadores láser y punteros de referencia GPS para guiar a las bombas. Pero los caballos rara vez separan la derrota de la victoria: en todas las circunstancias, salvo en las más excepcionales, han sido reemplazados por tanques, camiones, satélites y aviones.

Sin embargo, aunque los caballos casi han desaparecido de los ejércitos modernos, no ha sucedido así con los perros. A partir de 2016, el Ejército de EE. UU. ha contado con más de 1.740 perros entre sus filas. En la Base de la Fuerza Aérea Lackland en San Antonio (EE. UU.), los militares crían sus propios lustrosos cachorros, principalmente pastores alemanes y pastores belgas malinois, que empiezan a preparase para el servicio militar desde su primer día.

Algunos serán excluidos, pero otros recibirán entre cuatro y siete meses de instrucción básica de obediencia antes de recibir entrenamiento más especializado sobre cómo proteger las bases, emboscar a combatientes enemigos y oler los artefactos explosivos. Desde allí se especializan aún más. El Ejército de Estados Unidos estima que para tener 100 perros listos para la guerra, debe entrenar a 200.

Antes de entrar a los edificios en Afganistán, Thomas, un paracaidista del Ejército de EE. UU. que ha pedido ser identificado bajo un seudónimo, solía enviar primero a un pastor belga malinois de su pelotón para asegurarse de que dentro no había soldados enemigos u otras sorpresas. Durante un día de combate particularmente duro, Thomas estaba en un edificio buscando un lugar para ayudar a un soldado herido, cuando escuchó un ruido en una habitación al lado. Al darse la vuelta para descubrir lo que ocurría, recuerda haber notado "una sombra y un destello de luz". Se trataba de un combatiente checheno contratado por los talibanes con un rifle de asalto AK apuntado directamente a su cara.

"Queremos ser capaces de comprobar el entorno de una manera inteligente y los perros nos han dado mucho conocimiento sobre cómo hacerlo".

Justo cuando el combatiente apretó el gatillo de su arma, el perro del pelotón entró lanzado en la habitación desde el pasillo y se abalanzó sobre su cuello, empujándolo hacia atrás. El disparo se desvió, perdonando la vida de Thomas.

Después de eso, Thomas llevó al perro en cada misión que pudo. "A veces la gente me decía: 'Oh, no necesitas un perro para eso'", recuerda. "Y yo les respondía: 'Sí, necesito un perro. ¿Estás tú en el terreno? No lo estás. Voy a llevar al perro '".

El Ejército también confía mucho en los perros para oler los explosivos. Se estima que el sentido del olfato de los perros es de 10.000 a 100.000 veces más fuerte que el de un humano medio. Pese a que se han invertido miles de millones de dólares en la investigación sobre detectores artificiales, aún no han inventado nada mejor.

A diferencia de los detectores de metales, que también se utilizan para localizar bombas y minas terrestres, los perros pueden entrenarse para detectar artefactos explosivos no metálicos preparados con fertilizantes y otros artículos domésticos. Este talento ha resultado ser especialmente útil en Afganistán, donde muchos explosivos enterrados han sido creados de forma improvisada a base de productos químicos comunes colocados en jarras de plástico.

Los científicos llevan mucho tiempo intentando, sin éxito, crear dispositivos capaces de superar el hocico de un perro. Desde 1997, DARPA asignó 22,5 millones de euros a una iniciativa llamada Dog's Nose (Nariz de perro), que distribuyó becas a investigadores para desarrollar detectores de minas terrestres. En ese momento, aproximadamente 100 millones de minas estaban enterradas en unos 60 países. Pero según la exdirectora de programa de DARPA, Regina Dugan, la tecnología para encontrarlas no había avanzado mucho desde la Segunda Guerra Mundial. "El único equipo de detección de minas terrestres con el que contaban los soldados estadounidenses en el terreno fue el detector de metales y un palo afilado y puntiagudo", escribió en 2000. (El palo era para detectar anomalías en el suelo).

Las máquinas resultantes, la mayoría de las cuales eran tubos recubiertos de polímero que reaccionaban al exponerse a explosivos, parecían prometedoras cuando se usaban en laboratorios estériles. Pero en entornos más realistas, las cosas se complicaban. Cuando una de las máquinas fue comparada con los perros detectores de minas terrestres en la Universidad Auburn en Alabama (EE. UU.) en 2001, los perros de mayor rendimiento eran aproximadamente 10 veces más sensibles. En una instalación cubierta de hierba de unos 89.000 metros cuadrados en Misuri (EE.UU.), donde DARPA invitó a los participantes a probar sus dispositivos, algunos eran demasiado sensibles, reaccionando ante las plantas y al suelo además de a los explosivos.

Una década más tarde, en 2010, el comandante de la Organización Conjunta para Destruir los Artefactos Explosivos Improvisados (JIEDDO por sus siglas en inglés) admitió que, a pesar de la enorme inversión gubernamental (unos 17.117 millones de euros) en drones espías, inhibidores de frecuencia y sensores colocados en aviones destinados a combatir artefactos explosivos improvisados (IED por sus siglas en inglés), los perros permanecían imbatibles como detectores de los dispositivos peligrosos. Aunque los sensores generalmente descubrían la mitad de los IED antes de que explotaran, los equipos de perros detectaban el 80 %.

Los nuevos detectores artificiales son capaces de detectar rastros químicos más pequeños a los que descubre un perro. Pero esos detectores son grandes, explica el ingeniero mecánico y experto en dinámica de fluidos del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST por sus siglas en inglés) de EE. UU. Matthew Staymates: "Debe enchufarse a una pared, necesita una gran cantidad de infraestructura, gases y bombas de vacío. Y tienes que llevar la muestra a la máquina".

No obstante, los detectores artificiales tienen un papel que desempeñar en sitios como aeropuertos, donde todos los pasajeros deben pasar por los puntos de control de seguridad.  Los perros han inspirado su mejora ahí también. Staymates utilizó una impresora 3D para replicar la nariz de un labrador retriever llamado Bubbles. El resultado es una extensión en forma de hocico que va por delante de los detectores de explosivos disponibles en el mercado. Olfatea el aire como un perro, inhala y exhala varias veces por segundo en vez de aspirar aire continuamente como lo hacen normalmente estas máquinas.

Los investigadores descubrieron que este método, contrariamente a lo esperado, extrae muestras de aire desde más lejos, atrayendo más elementos químicos del aire. "Nueve de cada 10 veces no sabemos dónde está el tipo malo con una bomba en su mochila", explica Staymates. "Por eso, queremos ser capaces de comprobar el entorno de una manera inteligente y los perros nos han dado mucho conocimiento sobre cómo hacerlo".

A pesar de este progreso, un perro sigue siendo mucho más efectivo que un rastreador electrónico de bombas, sobre todo porque un animal, de forma similar a un ser humano y a diferencia de una máquina, puede reaccionar ante situaciones impredecibles. Por ello, algunos científicos no han centrado sus esfuerzos en reemplazar a los animales activos, sino en mejorar su rendimiento.

En 2017, un equipo del Laboratorio Lincoln del MIT (EE.UU.) desarrolló un nuevo espectrómetro de masas, aproximadamente del tamaño de un armario grande, que podría identificar pequeñas cantidades de productos químicos equivalente al rendimiento canino. No solo fue impresionantemente sensible, sino que fue rápido, completando sus evaluaciones en aproximadamente un segundo. Los investigadores estaban entusiasmados con el potencial del dispositivo, pero no para sustituir a los perros detectores de bombas, sino para ayudar a entrenarlos.

El equipo hizo que los perros localizaran explosivos previamente escondidos en botes, que también se analizaron con el espectrómetro. La máquina descubrió que algunos de los errores que cometieron los perros (identificar explosivos en recipientes supuestamente vacíos) no eran errores en absoluto; los contenedores habían sido contaminados. Eso permitió a los entrenadores regular mejor cuándo animar y recompensar a sus estudiantes caninos, reforzando sus habilidades de detección.

Aunque algunos laboratorios querían adaptar la máquina para reemplazar a los perros, el equipo del MIT no estaba de acuerdo con esa idea. En un comunicado de prensa de la época, el director de la investigación, Roderick Kunz, afirmó: "Creemos que esa herramienta está más dirigida para perfeccionar a los mejores detectores del mundo: los perros".

Haley Cohen Gilliland es una periodista de Los Ángeles (EE.UU.)

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