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Computación

'Me encantaba mi profesión'

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Lecciones del legado y vida de Steve Jobs

  • por Jason Pontin | traducido por Francisco Reyes (Opinno)
  • 11 Octubre, 2011

Es bastante bien sabido y tolerado que los periódicos y revistas preparan de antemano los obituarios de los famosos enfermos. Cuando Steve Jobs murió el pasado miércoles, los elogios aparecieron con una celeridad sorprendente. Sin embargo, yo no tenía nada preparado. Desde que Jobs anunció en 2004 que había pasado por una cirugía para extirpar un tumor canceroso del páncreas, los editores empezaron a pedirme que tuviera algo preparado. (Justo la semana pasada, un editor de Technology Review me propuso revisar la vida de Jobs como si se tratara de un libro o una tableta). Pero siempre puse reparos. Me parecía macabro. Además, quería que Steve viviese para siempre, porque lo quería.

Aprendí a quererlo a pesar de que nuestra relación (tal y como lo era) siempre había sido fría. Por lo menos en dos ocasiones, sé que logré enfadarlo.

Steve Jobs fue la primera persona que entrevisté en Silicon Valley. En 1994, él era director ejecutivo de NeXT Computer y exiliado de Apple. El difunto Tom Quinlan, director de hardware de InfoWorld, me había dado una página de preguntas que yo no lograba entender y, riéndose, me envió a la sede de NeXT. Resultó ser un edificio bajo y modernista en Redwood City, cerca del de Oracle, de corte futurista. El fundador y director general, cuando lo conocí, era intimidante e impaciente. En una sala de conferencias que, aún lo recuerdo, reflejaba las sombras de las persianas en las ventanas, hice las preguntas de Quinlan y con nerviosismo pregunté a Jobs por qué motivo no era fiel a sus clientes. (NeXT acababa de anunciar que abandonaría sus ordenadores de cajas negras y se centraría en el desarrollo de software.) Creo que le pregunté por qué creaba máquinas hermosas y caras que solo apreciaban los más entusiastas. Jobs respondió: "Que te jodan. He creado el Mac y sigue siendo el mejor. ¿Qué has hecho tú?" y acto seguido se fue.

El caso es que tenía razón, aunque yo en ese momento no lo veía así. Cinco años más tarde, después de haber vuelto a Apple, cuando yo era editor de Red Herring, una revista popular durante el auge de las punto.com, escribí una columna inmadura y superficial en forma de carta a Jobs. Comenzaba así: "Querido Steve, has salvado a Apple. ¡Bien hecho! No me importa". Argumenté que Microsoft tenía un monopolio casi total en el mercado del software de ordenadores personales, y por lo tanto controlaba la informática. Jobs escribió a mi jefe, el jefe ejecutivo de Red Herring, Tony Perkins: "Te voy a decir qué es lo que no importa: Red Herring, mientras Jason siga siendo el editor". Mi último correo electrónico del fundador de Apple, enviado este mes de julio, fue un lacónico mensaje de rechazo de dos palabras ("¡No, gracias!"). Me parece un final apropiado para nuestra historia.

Pero al igual que millones de personas en el planeta, sentí que conocía a Jobs mucho mejor de lo que en realidad lo conocía. Era una ilusión natural: lo había visto muchas veces en el escenario o en la televisión, y había estudiado la literatura principal publicada sobre él -la larga y detallada entrevista en Playboy de 1985, por ejemplo- además de biografías e historias sobre la compañía. Sabía la longitud de sus discursos, cómo hacía pausas, sin avergonzarse, al responder una pregunta que le obligaba a pensar. Con el resto del mundo, lo ví hacerse viejo y enfermar. Me conmovía ver a un individuo de importancia histórica mundial tan abiertamente humano.

Pero, sobre todo, quería a Steve Jobs por los productos que creó y su método de trabajo. El extraordinario éxito de su método y los productos quitaban sentido al cinismo sabelotodo que Quinlan y yo estábamos vendiendo: Jobs convirtió a cientos de millones de personas en entusiastas de la tecnología personal de Apple. Hoy día, la empresa maneja monopolios casi totales en las tabletas y los reproductores de música: y su iPhone supera en ventas a todos los otros teléfonos inteligentes. Tal vez lo más sorprendente sea que las ventas de sus ordenadores han superado a los PCs con Windows durante años.

Más que nadie, Jobs dio forma a las máquinas de la revolución digital, y con esas máquinas, a la textura de la modernidad. Ha sido el responsable de seis creaciones de incomparable influencia -de forma sucesiva, el Apple II, el Macintosh, el estudio de cine Pixar, el iPod, el iPhone y el iPad- y todas ellas llevan el sello de sus obsesiones y sus valores. Los productos que supervisaba eran simples, elegantes y genuinamente novedosos.

¿Cómo lo hizo? La eterna paradoja ha sido que la preocupación de Jobs por deleitar a los consumidores estaba acompañada por la confianza en que no había que preguntarles lo que querían. Una entrevista de 1989 en la revista Inc contiene la mejor explicación de su método de trabajo. Después de apuntar que su proceso era "difícil de explicar", ofreció lo siguiente: "Los clientes no pueden anticipar lo que puede hacer la tecnología. No van a pedir cosas que crean que son imposibles". Sin embargo, añadió: "Si se tarda mucho tiempo en averiguar de los clientes qué es lo que quieren..." también "lleva mucho tiempo sacar de la tecnología aquello que realmente puede ofrecer".

Siguió dando una explicación detallada:

"A veces la tecnología simplemente no quiere mostrarnos lo que puede hacer. Hay que seguir empujándola y pidiendo a los ingenieros una y otra vez que nos expliquen por qué no podemos hacer esto o aquello -hasta que realmente lo entendemos. Muchas veces, lo que pedimos añade demasiado coste al producto final. Es ahí cuando un ingeniero puede llegar a decir, de forma casual, 'Es una lástima que quieras A, que cuesta 1.000 dólares, en lugar de B, que está relacionado de alguna forma con A. Porque puedo hacer B por solo 50 centavos'. Y resulta que B es igual de bueno que A. Se necesita tiempo para que este proceso suceda -para encontrar avances pero no acabar con un ordenador que nadie se pueda permitir".

En sus obituarios, Jobs fue calificado como visionario. La palabra se justifica: tenía visiones, y convenció a los cofundadores, inversores, empleados y, por último, a los clientes para que las compartieran con él. Sin embargo, la palabra "visionario", sugiere poderes misteriosos, y tal y como muestra la entrevista de Inc, el enfoque de Jobs no era tan extraño. Tiró de los consumidores, y empujó a la tecnología, hasta fusionar a los dos. No obstante, aunque el método no era misterioso, los detalles sí fueron laboriosos. Jobs no era ingeniero, y jamás escribió código, por lo que se vio obligado a trabajar a través de otros. Combinó y refinó ideas prestadas (las más famosas de Xerox PARC, aunque también otras de diversa índole: de tipógrafos, diseñadores industriales y la contracultura). Pasó por alto el consenso general, tomó riesgos y cortó las alas a proyectos insatisfactorios. Amaba la excelencia; todo aquello deficiente, apresurado, desordenado o tonto le producía dolor, y lo rechazaba. Se preocupaba por los más mínimos detalles de los productos, de modo que, por ejemplo, la placa de circuito del Apple II tenía que estar perfectamente soldada y poseer proporciones clásicas, aunque casi nadie la vería. Contrató a los mejores diseñadores e ingenieros, y mediante la persuasión y la intimidación, los inspiró para crear sus increíblemente brillantes máquinas.

Apple (y por extensión Jobs) existía, según siempre afirmaba, en la intersección entre las artes liberales y la tecnología. Como artista, su medio de expresión era la computación. Quería despertar un fanatismo apasionado de sus clientes, porque él mismo era el mayor fan de la tecnología. Y como todos los verdaderos artistas, no creó sus artefactos para hacerse rico (aunque la validación debe haber sido algo agradable para un pobre muchacho de Mountain View); lo hizo por el amor que profesaba por su oficio elegido.

Durante un merecidamente famoso discurso en el comienzo del año de estudios de la Universidad de Stanford (EE.UU.) en 2005, (el texto básico para comprender a este hombre), Jobs habló de cuando fue despedido de Apple. Afirmó: "Yo era un absoluto fracaso público e incluso pensé en alejarme de Silicon Valley. Pero algo comenzó a abrirse paso en mí -aún me encantaba mi profesión. El giro de acontecimientos en Apple no había cambiado ese sentimiento en absoluto. Había sido rechazado, pero aún estaba enamorado. Y así decidí comenzar de nuevo".

Jobs insistió en que el hecho de que lo despidiesen de Apple fue lo mejor que le pudo haber ocurrido: "La pesadez de ser exitoso fue reemplazada por la liviandad de ser un principiante otra vez... Me liberó para entrar en uno de los periodos más creativos de mi vida". Durante los siguientes cinco años, fundó NeXT y Pixar, y además se casó. NeXT lo llevó a su regreso a Apple, y vio que la tecnología que había creado en NeXT estaba en el corazón del sistema operativo Macintosh.

Jobs concluyó de esta manera:

"Estoy seguro de que nada de esto habría sucedido si no hubiera sido despedido de Apple... Estoy convencido de que lo único que me permitió seguir adelante fue el hecho que amaba mi profesión. Tenéis que encontrar aquello que amáis. Y eso vale tanto para vuestro trabajo como para vuestros amantes. Vuestro trabajo va a llenar gran parte de vuestra vida, y la única forma de estar realmente satisfecho es hacer lo que consideréis como vuestro mejor trabajo. Y la única manera de hacer el mejor trabajo es amar lo que haces".

Me siento triste por su muerte, y decepcionado por jamás llegar a ver las máquinas que pudiera haber creado. Espero, a mi pequeña manera, poder imitar a Steve.

Jason Pontin es el editor jefe de Technology Review.

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