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Tecnología y Sociedad

Business Impact: Arremetiendo contra molinos de petróleo

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Neil Renninger encabezó una oleada de jóvenes empresarios que está descubriendo que los problemas energéticos son mucho más difíciles de resolver de lo que pensaban.

  • por Kevin Bullis | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 01 Marzo, 2012

Cuando era estudiante universitario a mediados de la década de 1990, Neil Renninger formó parte de un equipo de blackjack del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT en sus siglas en inglés, EE.UU.) que ganó millones en los casinos mediante el método de contar las cartas para ganar a la mesa. Sin embargo, eso es poco comparado con el viaje en el que se embarcó después: cofundó Amyris, una empresa de biología sintética que se aventuró a competir con las compañías petrolíferas fabricando biocombustibles.

Por el momento, la suerte parece estar del lado de las petrolíferas. Se supone que las empresas de biocombustibles avanzados como Amyris, que ha modificado genéticamente una levadura para hacer un hidrocarburo que sustituya al diésel, ya tendrían que estar fabricando millones de litros de combustible. Pero eso está resultando más difícil (y mucho más caro) de lo que imaginaban. Algunas, como Range Fuels, se han quedado sin financiación y han tenido que declararse en quiebra. 

A principios del mes pasado, Amyris también informó de que prácticamente abandonaba el negocio de los combustibles y se iba a dedicar a la fabricación de productos químicos especializados a pequeña escala, como los hidratantes. “Se nos dio bien jugar al blackjack. Como equipo nos resultaba fácil ganar cifras millonarias”, explica Renninger, director general de tecnología en Amyris. “Pero los combustibles y los productos químicos son un negocio multimillonario”. La escala es distinta en “varios órdenes de magnitud”, afirma.

Algunas empresas de energías limpias, como las competidoras LS9 y Gevo, el fabricante de baterías Seeo, o el fabricante de coches eléctricos Tesla Motors, fueron fundadas o dirigidas por jóvenes ingenieros procedentes de escuelas estadounidenses como Stanford y el MIT, que decidieron dedicar su talento a retos como el cambio climático en vez de ir directos a la industria farmacéutica o Wall Street. Para mediados de la década de 2000, el número de estudiantes entusiastas que se matriculaban en asignaturas relacionadas con la energía iba en aumento, mientras el Departamento de Energía de Estados Unidos hacía llamamientos para encontrar “a los mejores y más brillantes... para transformar el panorama energético global”. 

Renninger, ingeniero químico y biólogo estaba en la vanguardia. Amyris nació con grandes ambiciones, ganas de cambiar el mundo. El primer proyecto de la empresa fue la modificación genética de microorganismos para fabricar un medicamento contra la malaria, algo que ofrecía la esperanza de salvar decenas de miles de vidas. “No pagábamos buenos sueldos”, recuerda Renninger. “La gente entraba en el proyecto porque le inspiraba el posible impacto de sus investigaciones”.

En segundo lugar, la empresa se fijó un objetivo aún más ambicioso: fabricar biocombustibles a una escala lo suficientemente grande como para retar al consumo de petróleo. “Podríamos haber decidido que nuestro siguiente producto fuera un aromatizante de fresa. Eso no habría animado a las tropas en Amyris”, afirma Renninger. “Lo habrían rechazado de plano. Porque, al fin y al cabo, ¿a quién le importa que hagas un aromatizante mejor?”

Sin embargo, después de siete años dedicados a desarrollar biocombustibles, ahora Amyris le está pidiendo a sus empleados que hagan exactamente eso. La empresa ha anunciado que desviará su atención de los biocombustibles y la centrará en productos de bajo volumen relativo, como el escualano, un hidratante para la industria cosmética, así como en aceites para aromatizar y perfumar, y químicos industriales como los aditivos para las botellas de plástico, por ejemplo.

Renninger afirma que Amyris no ha renunciado por completo a la fabricación de combustible. La empresa ha conseguido producir biocombustibles a pequeña escala; unos 150 autobuses de una ciudad brasileña se mueven gracias a sus productos. Pero estos autobuses solo requieren unos cientos de miles de litros de combustible al año y para poder tener un impacto sobre la industria del combustible haría falta producir miles de millones de litros, según Renninger. La empresa cuenta ahora con construir plantas de producción de biocombustible más grandes con sus socios Total (la petrolera francesa) y Cosan (una empresa de etanol y gas brasileña). “La cantidad de capital que necesitas para producir mil millones de litros es inmensa”, afirma Renninger. “Queremos a alguien con una contabilidad que les permita acceder a capital a bajo interés. Y ahora mismo, nosotros no somos esa empresa”.

Amyris aún tiene que demostrar que su proceso funciona a nivel económico en una nueva planta para la fabricación de 50 millones de litros que está construyendo este año. Espera poder vender fragancias y productos químicos especializados con márgenes más elevados que los que obtiene por los biocombustibles, lo que tendría el potencial de hacer la producción a mediana escala rentable. Es una estrategia arriesgada, la industria de los productos químicos especializados es muy competitiva. Y la producción de solo unos pocos millones de litros de producto usando microorganismos es un reto. El año pasado, cuestiones como la falta de potencia eléctrica y la contaminación hicieron que a Amyris le costara producir la cantidad suficiente de producto en una de sus fábricas contratadas.

Mientras tanto, la empresa también tiene que mantener a la tropa interesada en productos que no tienen el potencial de cambiar el mundo como los biocombustibles. Algunos empleados se han centrado en el aspecto medioambiental del escualano, que se suele producir usando hígados de tiburón. Para despertar el interés por desarrollar una versión sintética del producto, repartieron panfletos titulados “salva a los tiburones” en los laboratorios de Amyris.

Renninger, que contribuyó a imaginar Amyris en una cena con comida tailandesa y botellas de vino hace una década, afirma que la empresa nunca habría despegado si él y sus cofundadores se hubieran dado cuenta de que un día estarían fabricando hidratantes. Pero para él, la historia no se ha acabado. “Creemos que el escualano es un paso en el camino”, sostiene. “¿Tiene importancia por sí mismo? Sí. ¿Es por lo que queremos que se nos recuerde? No. Las aspiraciones son mucho más elevadas que eso”.

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