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Computación

Salve su propia vida

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  • por Dan Ariely | traducido por Francisco Reyes (Opinno)
  • 30 Junio, 2010

Qué
pensaría usted si alguien le dijese: Haga lo correcto, porque su vida puede
depender de ello. O mejor dicho, que sería mejor que empezase a tomar mejores
decisiones porque se trata de una cuestión de vida o muerte. Esto puede sonar
más como lo que le diría un padre sobreprotector a su hijo, aunque en realidad
es la forma en la que la mayoría de nosotros debería empezar a pensar en
relación a las decisiones del día a día y su potencial para conducirnos hacia
hábitos nocivos y consecuencias mortales. Es difícil creer que esto sea cierto,
aunque recientemente un grupo de investigadores ha realizado un interesante
análisis sobre el tema y los resultados apoyan la idea de que las decisiones
personales, y aquellas que a menudo resultan bastante mundanas, son la
principal causa de muerte prematura en los Estados Unidos (y sospecho que una
cifra similar también se da en el resto del mundo desarrollado).

Uno de
los análisis más interesantes sobre los modos en que nuestras decisiones nos
matan es el realizado por Ralph Keeney (Operation Research, 2008), en el que
Ralph sostiene que un 44,5% de todas las muertes prematuras en los EE.UU. son
el resultado de decisiones personales--decisiones que, entre otras cuestiones,
estaban relacionadas con fumar, no hacer ejercicio, la delincuencia, el consumo
de drogas y alcohol, así como los comportamientos sexuales de riesgo. En su análisis Ralph define
cuidadosamente la naturaleza tanto del tipo de decisión personal como de lo que
se considera como muerte prematura. Por ejemplo, morir prematuramente en un
accidente automovilístico causado por un conductor ebrio no se considera como
prematuro dentro de este marco puesto que la decisión de conducir a algún lugar
no es algo que lógicamente pueda conectarse a la muerte prematura. A menos, por
supuesto, que la persona que muera sea también el conductor ebrio, en cuyo caso
sí se cuenta como muerte prematura causada por malas decisiones
personales. Esto se debe a que la
decisión de conducir ebrio, y morir como resultado de ello, son conceptos
claramente relacionados. De esta
manera se puede examinar un gran conjunto de casos con varias rutas de decisión
disponibles (el conductor ebrio también tiene la opción de tomar un taxi,
viajar con un conductor designado, o llamar a un amigo), así como casos en los
que estas rutas de decisión no son elegidas a pesar de que no incidan
directamente en el mismo resultado negativo (es decir, la muerte). Como muestra
de ejemplos distintos, tengamos en cuenta las decisiones de fumar (cuando no
fumar es una opción), de comer en exceso (cuando vigilar nuestro peso es una
opción), o para aquellas personas con enfermedades a largo plazo, dejar de
tomar insulina o medicación para el asma cuando estos fármacos son importantes
para mantener la salud.

Usando
el mismo método para examinar las causas de muerte en 1900, Keeney considera
que durante este tiempo sólo un 10% de las muertes prematuras se debieron a
decisiones personales. En comparación con nuestro 44,5% de muertes prematuras
actual, causadas por decisiones personales, parece que en relación a ese factor
de medición de toma de decisiones que nos acaban matando hemos "mejorado"
(por supuesto, esto significa que en realidad hemos empeorado y mucho)
drásticamente a lo largo de los años.
Y no, esto no se debe a que nos hayamos transformado en una nación de
consumo masivo de alcohol y de fumadores asesinos, sino que en gran parte las
causas de muerte como la tuberculosis y la neumonía (las causas más comunes de
muerte en el siglo XX) son mucho más raras en nuestros días, y la tentación y
nuestra capacidad de tomar decisiones erróneas (pensemos en los mensajes de
texto mientras conducimos) se han incrementado dramáticamente.

Lo que
quiere decir este análisis es que en vez de depender de factores externos para
mantenernos vivos y saludables durante más tiempo, podemos (y debemos) aprender
a confiar en nuestras capacidades para tomar decisiones con el fin de reducir
el número de errores tontos y costosos que cometemos.

La
cuestión, entonces, reside en cómo ayudar a la gente a que tome mejores
decisiones. O por lo menos mejores decisiones en lo referente a su salud. Si
casi la mitad de las muertes prematuras en los EE.UU. se pudieran evitar
tomando mejores decisiones, para mí está claro que valdría la pena gastar mucho
más tiempo y esfuerzo en difundir los conocimientos que hemos adquirido en
cuanto a ciencias sociales sobre las principales formas en que las personas
acaban no tomando buenas decisiones.
Por supuesto, es demasiado optimista esperar que sólo con mostrar a la
gente qué errores pueden cometer se vaya a solucionar el problema, aunque
personalmente yo sería feliz incluso si se redujese mínimamente el número de
decisiones catastróficas. El
siguiente paso que debemos tomar consiste en ampliar la investigación encargada
de examinar qué tipo de métodos fomentan una toma de decisiones más sana, y
llevar a cabo mucha más investigación en áreas que podrían ayudarnos a limitar
nuestros errores. Por ejemplo, basándonos en investigaciones acerca de cómo las
personas toman distintas decisiones cuando se excitan sexualmente, podríamos
concentrarnos en proporcionar una educación sexual integral y que enseñase a
los adolescentes a tomar decisiones, mientras se encuentran inmersos en el
calor del momento. De forma
similar, mediante la comprensión de cómo la gente cree que podríamos enseñar a
las personas a disfrutar de la ingesta de frutas y verduras; cómo hacer
ejercicio como parte de su estilo de vida actual; y desarrollar programas
eficaces para dejar de fumar. Y también ayudaría recordar, a la luz de esto,
que todas las decisiones cuentan.

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