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Cambio Climático

Cómo no tomar decisiones relacionadas con la energía

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Lecciones aprendidas tras la batalla del Cabo del Viento.

  • por Evan I. Schwartz | traducido por Francisco Reyes (Opinno)
  • 30 Noviembre, 2010

El primer parque eólico marino de EE.UU. promete crear una fea postal, con 130 turbinas, cada una tan alta como un rascacielos de 40 pisos, estropeando las pintorescas aguas de Cabo Cod, Nantucket y Martha's Vineyard en Massachusetts. O quizá promete ser una bella visión, con cada molino de viento blanco girando majestuosamente mientras produce una alternativa a los combustibles fósiles emisores de carbono. Pero algo en lo que todos podemos estar de acuerdo es que el Cabo del Viento será grande. Las turbinas, distribuidas en un área del tamaño de Manhattan, serán visibles desde la costa a lo largo de varias millas de distancia.

Puede que no haya un solo proyecto de energía en los Estados Unidos que haya sido impugnado durante más tiempo y con más vehemencia que el Cabo del Viento, que tiene por objeto generar 450 megavatios de energía—como una planta de carbón típica—a partir de la brisa que sopla por encima del estrecho de Nantucket. Desde que se propuso en el año 2001, el desarrollador de financiación privada, Cape Wind Associates, se ha embarcado en una guerra de palabras con los grupos de protesta y se ha visto arrastrado por una cadena de demandas. Se argumentan los beneficios ambientales del proyecto y el impacto de la construcción de turbinas de enorme tamaño en una zona de pesca activa, un área que también sirve como zona de recreo acuático para algunas de las personas más ricas del mundo. El prolongado proceso, impulsado por grandes sumas de dinero en ambos lados, plantea una cuestión fundamental que trasciende al propio proyecto: ¿Es esta la manera de tomar decisiones importantes relacionadas con la energía.

Esa fue la pregunta que quedó colgando después de un reciente visionado previo local de Cape Spin, un nuevo documental sobre el proyecto. Por encima de todo, la controversia del Cabo del Viento muestra que, si bien el problema del cambio climático es global, también es cierto que todas las cuestiones de energía, en palabras de un famoso congresista de Massachusetts, son locales. Y aunque las nuevas instalaciones de producción de energía serán más eficaces si son ubicadas de acuerdo con alguna estrategia objetiva, no se podrán evitar las reacciones subjetivas de los que viven en la zona. En este sentido, el enfrentamiento en el Cabo del Viento es un microcosmos de un debate mucho más amplio. "La decisión sobre dónde colocar las cosas nunca es sencilla", afirma Lynn Orr, directora del Instituto Precourt para la Energía en la Universidad de Stanford. "Sin embargo esto es parte de la razón por la que nos ha resultado tan difícil dar con una política energética nacional".

En la película, la cámara sigue las protestas y las proclamas de los pescadores, marineros, indios americanos, turistas ricos, residentes, niños, dueños de negocios, ejecutivos de la energía, grupos de presión, y un gran número de políticos, incluidos algunos del clan Kennedy, cuya propiedad familiar en Hyannis Port tendrá una visión casi perfecta de las turbinas cinco millas mar adentro. Muchas de estas personas estuvieron presentes en la proyección del documental, en la que no hubo ni un asiento libre, y que muy pronto será enviada a festivales de cine y se emitirá en el canal Sundance en la primavera. "Dios mío", confesó al público su director primerizo, Robbie Gemmel. "No sabía en lo que me estaba metiendo".

Gemmel, que reunió 550 horas de metraje, afirma que su objetivo era un enfoque imparcial que también resultara entretenido. Comienza con la idea frecuentemente oída por parte de la oposición, que asegura que los ricos propietarios de la zona simplemente no quieren que sus vistas del agua se vean estropeadas. "Recordemos que han pagado un buen dinero—o han heredado un buen dinero—para comprar estos bienes inmuebles", afirma Robert Whitcomb, director de un periódico que fue coautor de un libro en 2007 sobre el proyecto.

No obstante, la demografía de las zonas costeras afectadas es mucho más diversa de lo que este estereotipo sugiere. La mayoría de los residentes que pasan allí el año entero son miembros de las clases media y trabajadora. Para ellos, la batalla se libra entre la construcción de un modelo de energía limpia futura y la preservación de su modo de vida. Estos ciudadanos no son representados como víctimas del enfrentamiento sino como agitadores activos, plantando carteles en el césped y manifestándose con pancartas con lemas como "Salvemos el estrecho", "No más retrasos" o "El cabo del Viento no hace que flote mi barco".

De forma constante, las tropas se concentran en los dos personajes principales de la película. Jim Gordon, el presidente de Cape Wind Associates, es presentado tanto como defensor tenaz de la energía limpia y empresario de corazón frío que una vez trató de construir una central eléctrica diesel frente a una escuela del centro de la ciudad. Antes de ver la película, Gordon me dijo que esperaba que fuese una muestra de cuánto tiempo y dinero se han perdido ya en la lucha. Si un pequeño grupo de ciudadanos locales, afirma, es capaz de apoyar un proyecto como el del Cabo del Viento, "Quiero que la gente lo vea".

El segundo personaje principal es Audra Parker, una madre viuda de cuatro que dirige la Alianza para la Protección del Estrecho de Nantucket, el principal grupo de la oposición. Su mensaje se cristaliza en un lema coreado a menudo durante las protestas:

"Una gran idea - ¡pero no aquí!" Parker es capaz de modificar su principal argumento para adaptarse a las preocupaciones de los diferentes públicos: los pescadores se arruinarán, el turismo va a sufrir, qué ocurrirá con la preservación histórica, o los costes son demasiado altos.

Estas son preocupaciones válidas, y aquellos desarrolladores que las ignoran lo hacen bajo su propio riesgo. "Este es un error que se comete una y otra vez", afirma Margot Gerritsen, una colega de Orr en Stanford. Como profesora asociada de ingeniería de recursos de energía, Gerritsen a veces asiste a reuniones y talleres locales dedicados a la negociación de las disputas sobre plantas de energía solar térmica en el desierto, o las nuevas líneas de transmisión en las zonas rurales. "Las personas se enojan porque sienten que no son escuchadas", afirma. Los desarrolladores, añade, tienen que explicar los beneficios tangibles, como por ejemplo la perspectiva de nuevos puestos de trabajo. También hace hincapié en la necesidad de presentar datos concretos de los proyectos de energía existentes para mostrar el impacto en cosas como los precios de bienes inmobiliarios y la fauna local.

Estas cuestiones locales son especialmente difíciles de resolver porque la gente tiende a temer lo desconocido. "La gente prefiere lo malo conocido a lo bueno por conocer", asegura Gerritsen. En Cabo Cod, por ejemplo, se quema petróleo para generar electricidad. Con los años, los petroleros que llevan el petróleo a la planta de energía, construida hace 40 años, en el Canal de Cabo Cod, han sufrido escapes—dando como resultado limpiezas de alto coste de los derrames en la playa. Es más, la contaminación de sus chimeneas ha contribuido a lo que la Asociación Americana del Pulmón clasifica como una de las peores calidades de aire del estado. A pesar de todo esto, sigue siendo muy común que las personas afirmen preferir "seguir con una antigua central eléctrica a aceptar una nueva," explica.

Este debate local enmascara la cuestión más amplia sobre si el cabo del Viento es una alternativa de energía necesaria. Durante los últimos tres años, la capacidad eólica de los EE.UU. se ha más que duplicado hasta alcanzar más de 35 gigavatios; en la actualidad representa alrededor del 2 por ciento de la electricidad en los Estados Unidos. Sin embargo muchos de los lugares más adecuados para colocar parques eólicos terrestres ya han sido desarrollados. Así que, aunque la energía eólica marina sea más cara (la electricidad generada por estas instalaciones actualmente cuesta hasta dos veces más que la electricidad procedente de parques eólicos en tierra), los desarrolladores se proponen crear más de 20 plantas en aguas de EE.UU.—desde la costa de Jersey a los Grandes Lagos, pasando por la costa del Golfo de Texas.

Nadie parece discutir que muchos de estos lugares cuentan con recursos eólicos ideales. En el estrecho de Nantucket, por ejemplo, los vientos alcanzan un promedio de 20 millas por hora, con poco tiempo de inactividad, incluso en el verano. Es más, el sitio está protegido de las grandes olas por las tierras circundantes, e incluso ofrece un banco de arena poco profunda sobre el que montar los molinos de viento.

No obstante, dado que los costes de capital para la construcción de parques eólicos marinos son altos, los precios de la energía proyectados son también elevados. En virtud de un acuerdo que aún debe ser ratificado por la comisión de servicios públicos del estado (se espera una decisión antes de finales de año), el Cabo del Viento se ha comprometido a vender la mitad de su energía a National Grid, un proveedor de energía del Noreste, por 18,7 centavos de dólar por kilovatio-hora. Eso es un precio más alto que las tasas locales para la obtención de energía de la red, que están en el rango de los 8 a los 12 centavos de dólar por kilovatio-hora. Tanto si en realidad el Cabo del Viento vaya a costar o ahorrar dinero a los consumidores a largo plazo depende en parte de lo que ocurra con los precios del carbón, el gas y el petróleo en los próximos años y décadas, afirma Stephen Connors, ingeniero de investigación dentro de la Iniciativa de Energía del MIT. La energía producida por el Cabo de Viento será utilizada por todos los clientes de National Grid, suministrando alrededor del 4 por ciento de la energía de un cliente típico. Al ritmo actual, señaló Connors, la inversión en el Cabo de Viento debería costar al cliente residencial promedio de National Grid alrededor de 1 dólar al mes, en la parte baja, hasta cerca de "dos cafés con leche de Starbucks al mes" en la parte alta.

Durante la década en la que se lleva fraguando la batalla del Cabo del Viento, se han construido parques eólicos marinos en las aguas de nueve países europeos, dando como resultado una capacidad de más de 2,4 gigavatios—suficiente para alimentar a más de un millón de hogares. Un décimo país, China, completó recientemente un grupo de turbinas de 102 megavatios en la costa de Shanghai. Para el año 2020, se espera la construcción de 30 gigavatios de capacidad adicional de energía eólica marina frente a las costas de China. Sin embargo, los esfuerzos de Estados Unidos por aprovechar la energía eólica marina se han visto ralentizados.

Si Gordon, el responsable del Cabo del Viento, se sale con la suya, las turbinas girarán para el año 2013. Sin embargo esa victoria tendrá menos que ver con los méritos económicos y ambientales de la energía eólica en alta mar que con qué lado de la disputa política local haya resistido mejor frente a una batalla de proporciones épicas. Muchos de los lugareños mantienen cierto cinismo. Tal y como afirma un ciudadano en la película: "La gente con más dinero van a ganar".

De hecho, la historia no tiene que terminar de esa manera. Las turbinas, si se construyen, estarán en aguas públicas arrendadas por Gordon y sus asociados. Eso significa que el público tiene derecho a decidir si el proyecto tiene sentido como parte de un esfuerzo nacional para aumentar la energía renovable. Aunque para tomar decisiones con sabiduría, necesitamos un enfoque coherente de política energética nacional y unos acuerdos internacionales que tengan sentido con el desarrollo energético local. Mientras esto no ocurra, cada nuevo proyecto energético se perderá entre los vientos cruzados locales.

Evan I. Schwartz es editor de negocios senior de TR.

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