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Cambio Climático

Lo que hemos aprendido de Fukushima sobre seguridad nuclear

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Los reactores deben ser capaces de soportar lo peor si queremos evitar que se repitan las fusiones del año pasado.

  • por Peter Fairley | traducido por Lía Moya (Opinno)
  • 12 Marzo, 2012

Un año después del mayor terremoto y el tsunami más destructivo registrados en Japón, los expertos afirman que la industria ya no ofrece garantías de seguridad absoluta. Al igual que sucedió tras el vertido de crudo en el Golfo de México, los expertos reconocen que cualquier tecnología, ya sea la perforación en aguas profundas o la fisión nuclear, puede fallar y fallará y los operadores deben estar preparados para lo peor.

“Lo sucedido en Fukushima Daiichi no se debió solo a una ola descomunal; considerarlo de esa manera sería un error”, sostiene Edward Blandford, profesor de seguridad física nuclear en la Universidad de Nuevo México e investigador postdoctoral en el Centro para la Seguridad y Cooperación Internacional de la Universidad de Stanford (Estados Unidos). ”Lo sucedido en Fukushima Daiichi se debió a una serie de fallos, incluyendo errores en operaciones de protección previa de la planta, en los esfuerzos por mitigar lo sucedido y en la respuesta de emergencia. Si se hubiera almacenado equipo de refuerzo en cámaras estancas o en zonas más elevadas, es muy probable que el accidente se hubiera podido evitar”.

Los operadores y reguladores nucleares estadounidenses dicen que están de acuerdo con la necesidad de esperar lo peor. Este invierno, las plantas nucleares de Estados Unidos han lanzado un programa para almacenar equipo portátil de enfriado de reactores en depósitos regionales y, la semana pasada, la Comisión Reguladora Nuclear Nacional (NRC, en sus siglas en inglés) ha aprobado una nueva legislación que exige a los operadores que se preparen para hechos peores que los que es capaz de soportar un reactor, lo que se denomina “sucesos que superan al diseño” en la jerga del sector.

Los reactores y los materiales radioactivos en Fukushima Daiichi se vieron desestabilizados por sucesos que, uno tras otro, superaban el diseño. Para empezar, el terremoto de escala 9.0 que derribó las líneas eléctricas de la planta. Esto hizo que se activasen los generadores diésel para poder seguir enfriando los núcleos de los reactores y las varillas de combustibles gastado. Menos de una hora después, los generadores y el refuerzo de energía de emergencia de la planta se extinguieron, arrasados por un tsunami de 14 metros de altura que superó el dique de contención de la planta.

Los errores humanos y las limitaciones de diseño de la instalación agravaron rápidamente el efecto ya de por sí peligroso de la pérdida de energía eléctrica. Por ejemplo, los operadores se equivocaron y apagaron, durante tres horas, las baterías que estaban enfriando un reactor. A las 24 horas del tsunami, el combustible nuclear en tres reactores se estaba fundiendo y el combustible sobrecalentado estaba generando gas de hidrógeno, cuya explosión provocaría que tres edificios de los reactores quedaran abiertos en los días siguientes. Esto dificultó los esfuerzos que se llevaban a cabo y puso al descubierto los depósitos elevados que contenían combustible nuclear gastado.

Si bien aún no se ha atribuido ninguna muerte a la triple fusión de Fukushima, la radioactividad liberada provocó una evacuación masiva y contaminó un área de más de 20.000 kilómetros cuadrados.

Los expertos en seguridad nuclear afirman que la clave para controlar posibles incidentes en el futuro y devolver la confianza en la energía nuclear, es seguir un enfoque “defensivo en profundidad” en cuanto al diseño de reactores y a la prevención de emergencias, precisamente lo que falló en Fukushima. Situar generadores diésel de apoyo en un sótano, por ejemplo, es una demostración clara de que Fukushima no estaba preparada para un tsunami, explica Tony Irwin, profesor de tecnología nuclear en la Universidad Nacional de Australia y participante en una revisión de procedimientos de operación en reactores rusos después del desastre de Chernóbil.  “Aunque el dique no fuera lo suficientemente alto, una evaluación de riesgos hubiera identificado la necesidad de cuartos estancos, bombas de refuerzo situadas en terrenos mas elevados, etc.”, afirma Irwin.

La última generación de reactores cuenta con defensas adicionales, señala Irwin. El mes pasado, la NRC aprobó la construcción de dos nuevos reactores en la planta nuclear de Southern Company situada en Vogtle, Georgia, (EE.UU.) usando el diseño AP1000 de Westinghouse, que ofrece la posibilidad de un enfriado pasivo: una reserva de agua elevada que puede activarse mediante la gravedad para mantener el reactor frío durante tres días sin electricidad. “Esas 72 horas hubieran sido de gran ayuda [en Fukushima], permitiendo a los operadores dirigir los recursos disponibles a restablecer la conexión eléctrica en la planta”, afirma Blandford.

Evidentemente, el enfriamiento pasivo del AP1000 podría fallar tras el paso de un huracán, un tornado o cualquier otra calamidad mayor que la que han previsto los ingenieros de Westinbghouse y la NRC. En ese caso, un reactor AP1000 tendría que depender de bombas de enfriado convencionales operadas por electricidad, afirma Edwin Lyman, experto en seguridad y protección nuclear en la Unión de Científicos Concienciados. El problema, según Lyman, es que ese equipo de refuerzo se ha eliminado para reducir costes. “Si hay un suceso sísmico, por ejemplo, ese refuerzo puede no estar disponible cuando lo necesitas”, sugiere Lyman.

Otros expertos afirman que el nuevo programa voluntario de respuesta de emergencia cubrirá esos puntos débiles mediante el despliegue del equipo (como bombas portátiles en depósitos regionales) con la esperanza de que queden fuera del alcance de los sucesos que afecten a un reactor nuclear. “No sabemos cuál será el próximo fenómeno atmosférico grave, pero estaremos preparados para proporcionar agua al núcleo”, sostiene Andrew Kadak, profesor de ciencia e ingeniería nuclear en Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, en EE.UU.).

Pero Lyman afirma que una revisión de las mejoras voluntarias de seguridad hechas por la industria nuclear después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 reveló que gran parte del equipo adicional era de calidad comercial estándar, no de alta calidad certificado para usarse en una planta nuclear. “Tenemos dudas de si sería eficaz ante el calentamiento que se produjo en un suceso como Fukushima”, afirma Lyman. Sin una mayor supervisión de la NCR, sostiene, la capacidad de los depósitos regionales de la industria también podrían estar por debajo de lo prometido.

En Japón, donde hasta hace poco la energía nuclear era el sostén de la estrategia energética nacional, la inadecuada preparación ante los desastres, que quedó al descubierto el año pasado, ha tenido una respuesta antinuclear. Si el resultado es renunciar a la energía nuclear, la industria nuclear solo podrá culpar a su propia propaganda, según un informe sobre las causas del accidente de Fukushima publicado hace unos días por una comisión independiente dirigida por Koichi Kitazawa, experto en ciencia de los materiales y superconductividad y antiguo presidente de la Agencia de Ciencia y Tecnología de Japón.

Como señala el sumario de esta comisión, la división de energía nuclear de Tepco ya sabía en 2006 que algunos investigadores de tsunamis creían que uno de ellos, que se produjo en el año 869 a.C., habría sobrepasado con mucho los diques de contención de Fukushima Daiichi. Pero la industria consideró que elevar los diques y llevar a cabo otras mejoras de seguridad por el estilo pondrían en duda el mito de “seguridad absoluta”. Como se expresa en el mismo informe: “Las empresas eléctricas se encontraron atrapadas en su propia trampa”.

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